La cumbre del G20, celebrada en India en septiembre, fue instrumentalizada por el gobierno anfitrión en un amplio ejercicio de relaciones públicas destinado a proyectar una imagen positiva del partido gobernante y de su líder, Narendra Modi, de cara a las elecciones del próximo año. Aunque India la presentó como una victoria diplomática, la declaración final de la cumbre se destaca ante todo por su incapacidad para marcar el camino en temas clave, como el cambio climático y la guerra de Rusia contra Ucrania. Tampoco dice nada acerca de la sociedad civil, reflejo de un proceso de diálogo diseñado por el gobierno para garantizar que no se planteen cuestiones delicadas, tales como sus numerosos abusos contra los derechos humanos.

Al acoger la cumbre del G20 este mes de septiembre, India quedó colocada en el punto de mira mundial. Esta reunión anual de Estados que representan alrededor del 85% del PIB mundial se ha convertido en uno de los principales foros económicos globales. Pero la cumbre de este año se ha destacado sobre todo por los temas, tanto globales como nacionales, que ha preferido ignorar.

India consigue lo que quiere

El gobierno anfitrión se empeñó en presentar la cumbre como un éxito. India se vio evidentemente superada por China en la cumbre de los BRICS que precedió a la reunión del G20. En ese encuentro se decidió ampliar el grupo BRICS admitiendo a una serie de nuevos miembros, en su mayoría Estados autoritarios, para posicionarlo más claramente como una alianza antioccidental, un objetivo de China ante el cual India parecía mostrarse cautelosa. El líder populista de mano dura de la India, Narendra Modi, ha procurado cultivar relaciones cordiales con Estados Unidos, mientras que las relaciones entre China e India, desde hace tiempo frías, se caracterizan por la competencia.

Habiendo conseguido lo que quería en la reunión de los BRICS en Sudáfrica, el líder autoritario de China, Xi Jinping, ni siquiera se molestó en acudir a la cumbre del G20. Esto dejó el campo libre para que India obtuviera algunos triunfos diplomáticos cuidadosamente coordinados.

El gran anuncio en los bastidores de la cumbre fue un plan para crear un “corredor económico” que una a India, Medio Oriente y Europa. Este corredor supondría inversiones en conexiones ferroviarias y marítimas y en cables terrestres y submarinos para vincular las infraestructuras de transporte, energía e internet. Entre quienes respaldan el plan -conocido como Asociación para la Inversión en Infraestructura Global- se cuentan India, la Unión Europea (UE), Estados Unidos y varios países de Medio Oriente, entre ellos Israel y Arabia Saudita, una nueva señal de la reestructuración de las relaciones en esa región.

En cierta medida, se trata de un cambio de marca y una reiteración de los intentos de la UE y Estados Unidos por competir con la iniciativa china de la franja y la ruta, un enorme programa de desarrollo de infraestructura a través del cual China se ha convertido en uno de los principales socios de muchos Estados del sur global. Pero uno de los problemas del planteo chino es que su cooperación para el desarrollo no incluye ningún requerimiento de respeto de los derechos humanos o de consulta con las comunidades sobre las decisiones que les afectan. A la luz del listado de socios que apoyan el plan rival, es posible que acabe ocurriendo lo mismo.

La operación de maquillaje de Nueva Delhi no debe ocultar su historial de ataques cada vez más agresivos contra los derechos humanos.

Otro éxito diplomático para India fue la admisión de la Unión Africana en el G20, algo por lo que Modi había presionado. A partir de su ingreso, este organismo continental de 55 miembros queda situado en pie de igualdad con la Unión Europea, que integra el grupo desde su fundación en 1999. Este paso refleja el papel que India se asigna a sí misma como catalizadora de nuevas conexiones multilaterales y líder del sur global. Pero también plantea la cuestión de por qué algunas de las principales economías africanas -en particular Nigeria- no participan por derecho propio: Sudáfrica sigue siendo el único Estado del continente representado en el G20, en contraste con los numerosos miembros de las Américas, Asia y Europa.

Conflictos y decepciones climáticas

Durante algún tiempo pareció que esta podría ser la primera cumbre del G20 que terminara sin la habitual declaración conjunta. El punto conflictivo era la guerra de Rusia contra Ucrania. Rusia es miembro del G20, al igual que varios Estados que se han negado a criticar sus acciones, tales como China, y otros que han encabezado la condena internacional, como Estados Unidos.

Para India hubiera sido una decepción diplomática que la cumbre no produjera ninguna declaración, por lo que condujo intensas negociaciones para evitar este destino. El resultado fue una declaración de compromiso más débil que la acordada en la anterior cumbre del G20 en Indonesia. En aquella oportunidad, la declaración reconoció que la mayoría de los miembros del G20 condenaba la guerra y pedía a Rusia que se retirara; esta vez, en cambio, estas consideraciones brillaron por su ausencia. En cambio, la declaración se limitó a señalar que los Estados tenían diferentes “posiciones nacionales” y que todos debían actuar en consonancia con la Carta de las Naciones Unidas (ONU), sin mención a lo que debería hacerse respecto de Rusia, que claramente ha incumplido las normas de la ONU.

Tanto Rusia como China buscaron debilitar el texto, reflejando un endurecimiento de las posiciones y dando crédito a la estrategia rusa de presentar la condena de la guerra como parcial y privativa de Occidente, pese a sus evidentes violaciones del derecho internacional y de la abundante evidencia de crímenes bajo el derecho internacional.

India no presionó para que se utilizara un lenguaje más contundente, se negó a criticar a Rusia y bloqueó la propuesta de otros Estados de invitar a Ucrania. La posición oficial de India es de neutralidad, pero a la hora de acordar la declaración esta postura jugó a favor de Rusia. El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, saludó la cumbre como un éxito, confirmando la percepción de que su jefe, Vladimir Putin, se había salido con la suya. Estados Unidos, por su parte, pareció adoptar una postura blanda para dejar que su socio clave, Modi, alcanzara su ansiado consenso.

Otro fracaso se produjo en el terreno climático. El G20 es, por definición, un club de grandes emisores de gases de efecto invernadero, cuyo liderazgo en un proceso de transición rápida hacia energías renovables y en el financiamiento climático podría marcar la diferencia a nivel mundial. La cumbre se produjo tras la Cumbre Africana sobre el Clima, donde se abogó por avances significativos en la financiación de la lucha contra el cambio climático, incluso mediante la reducción de deuda e impuestos sobre el carbono.

La declaración del G20 promete “perseguir y fomentar” iniciativas para triplicar la capacidad en energías renovables de aquí a 2030. También señala que se necesitan billones de dólares de financiación para cumplir los objetivos climáticos del sur global, pero no avanza en comprometer esos recursos.

En cuanto a las subvenciones a los combustibles fósiles, se limita a reiterar posiciones anteriores, comprometiéndose a “eliminar gradualmente y racionalizar” lo que denomina subvenciones “ineficaces”, y aun así sólo “a mediano plazo”. Lo mismo ocurre con el carbón, respecto del cual la declaración contiene una curiosa expresión sobre la “reducción progresiva” en vez de la “eliminación progresiva” de la energía de carbón. Y lo que es peor, no menciona en absoluto el petróleo y el gas.

En el marco de una declaración plagada de referencias a la importancia del mercado y el sector privado, y con el mayor exportador de petróleo del mundo, Arabia Saudita, y el mayor emisor de gases de efecto invernadero, China, en la sala, quizá nada de esto sea una sorpresa. Pero se trata de una oportunidad perdida para acelerar la acción antes de la Cumbre de la ONU sobre la Ambición Climática, que se desarrollará este septiembre, y de la cumbre climática COP28 que tendrá lugar hacia finales del año.

Sin espacio para la sociedad civil

Ninguno de estos fracasos ha impedido al gobierno indio llenarse la boca con sus logros. Los anfitriones del G20 siempre intentan posicionarse favorablemente, pero lo que ocurrió en esta oportunidad fue de otra categoría. El evento, celebrado en un nuevo y ostentoso centro de convenciones, estuvo precedido de un bombardeo publicitario que lo presentaba como el epítome de la confianza de India en sí misma y de su condición de líder mundial. Antes de la cumbre se desalojaron asentamientos informales y se quitó de las calles a pobres y vendedores ambulantes.

Además de la audiencia internacional a la que quería impresionar, Modi tenía una evidente agenda interna: el año que viene hay elecciones y Modi busca renovar el apoyo público a su liderazgo autoritario sustentado en la ideología nacionalista hindú. Su imagen estaba por todas partes.

Sin embargo, la operación de maquillaje de Nueva Delhi no debe ocultar su historial de ataques cada vez más agresivos contra los derechos humanos, y en particular contra los derechos de la población musulmana de la India. En los últimos años se han intensificado tácticas como la criminalización y el encarcelamiento de activistas de derechos humanos, la restricción de la libertad de prensa, el bloqueo de internet, la prohibición de protestas pacíficas y la imposición de restricciones al financiamiento de las organizaciones de la sociedad civil.

La retórica nacionalista hindú del gobierno ha contribuido a alimentar la violencia étnica y religiosa, cuya faceta más horrible se vio este año en el estado de Manipur, donde el gobierno fue acusado de permanecer impasible y no hacer gran cosa mientras por lo menos 160 personas morían y decenas de miles eran desplazadas. Mientras tanto, la región de Jammu y Cachemira, de mayoría musulmana, está sometida a una fuerte represión desde que el gobierno la despojó unilateralmente de su estatus especial en 2019.

La hostilidad del gobierno hacia el disenso, el escrutinio independiente y las demandas de derechos humanos se reflejó en la organización de una cumbre elitista sin perspectivas de acceso o influencia genuinos para la sociedad civil. En el proceso preparatorio de las cumbres del G20 participan varios “grupos de compromiso”, entre ellos uno de organizaciones sindicales, otro centrado en los derechos de las mujeres y, para la sociedad civil en general, el grupo C20. El C20 elabora un comunicado, pero su interacción con la cumbre oficial suele ser mínima. La incidencia de la sociedad civil suele centrarse en conseguir que algunas de sus demandas sean incluidas en la declaración final del G20.

Uno de los problemas de la participación de la sociedad civil en el G20 es que es dejada en gran medida a discreción del gobierno anfitrión. Bajo la presidencia india no había perspectivas de una participación de calidad. El gobierno fue acusado de llenar el C20 con sus partidarios. Los miembros de su comité directivo procedían de forma desproporcionada de organizaciones religiosas hindúes. Hubo indicios de que los oradores locales intentaron minimizar las críticas al gobierno y se advirtió a los ponentes de no hacer referencias “políticas”. Todo ello indica que se trató de un proceso de consulta cuidadosamente escenificado.

El comunicado del C20 no menciona al espacio cívico ni a las libertades cívicas fundamentales, una oportunidad perdida para enviar un mensaje a la mayoría de los Estados miembros del G20 donde el espacio cívico está gravemente restringido.

Durante la cumbre del G20 hubo escasas oportunidades para la interacción informal de la sociedad civil con las delegaciones de los Estados. La reunión del C20 se celebró en julio, mucho antes de la cumbre oficial, y en otra ciudad, Jaipur. Tampoco se permitió el acceso a las salas de conferencias del G20 a más periodistas que los de los progubernamentales medios de comunicación estatales.

Mientras tanto, un encuentro alternativo celebrado al margen del proceso del G20, la “Cumbre de los Pueblos”, organizado por más de 70 grupos de la sociedad civil en agosto, experimentó disrupciones. Su objetivo era poner a la justicia social y los derechos humanos en primer plano. Sin embargo, cuando los organizadores solicitaron autorización policial, ésta les fue denegada, y la presencia de un fuerte cordón policial durante su celebración obligó a los organizadores a interrumpirla.

La negación de agencia a la sociedad civil se hace explícita en la declaración final del G20, que en 29 páginas no encuentra espacio para mencionar a la sociedad civil ni una sola vez, y sólo hace referencia a las libertades fundamentales de asociación, reunión pacífica y expresión en relación con su papel en el respeto de la diversidad religiosa y cultural.

Los temas de la agenda del G20 -cambio climático, desigualdad, conflicto- son demasiado importantes para dejarlos en manos de las élites políticas y económicas; sin embargo, la cumbre del G20 de este año no ha sido otra cosa que un despliegue del poder de las élites. La cumbre del año que viene se celebrará en Brasil, bajo un nuevo liderazgo más progresista que al menos hace el intento de abordar la crisis climática. La sociedad civil intentará que el G20 tome las decisiones difíciles que el mundo necesita y escuche las voces de las personas afectadas por sus decisiones.

NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN

  • El gobierno indio debe poner fin a sus ataques contra las libertades de organización, protesta y expresión, y comprometerse a defender el espacio cívico.
  • Brasil, en tanto que anfitrión de la próxima cumbre del G20, debe comprometerse a ampliar el espacio de participación de la sociedad civil y abrir los procesos a una mayor diversidad de actores de sociedad civil.
  • El G20 debería desarrollar directrices para realizar consultas de alta calidad con un amplio abanico de actores de sociedad civil, en vez de dejar la forma y el contenido de los vínculos con la sociedad civil a discreción del país anfitrión de la cumbre.

Foto de portada de Dan Kitwood/Getty Images