En su reciente cumbre, en lo que constituyó su primera ampliación desde 2010, el grupo BRICS aceptó seis nuevos miembros. La mayoría de ellos son Estados profundamente represivos con atroces historiales de derechos humanos, al igual que las potencias dominantes del grupo, China y Rusia. El grupo dice querer reformar y reequilibrar la gobernanza mundial, pero no parece dispuesto a democratizarla. La exclusión de la sociedad civil es uno de los principales problemas de las estructuras actuales, y el ascenso de un BRICS ampliado no hará sino empeorar la situación. Los líderes autoritarios que ya han socavado sistemáticamente a las Naciones Unidas buscan seguir debilitando a las instituciones que podrían hacerles rendir cuentas por sus violaciones de derechos humanos, reemplazándolas por otras que no lo harán.

La alianza BRICS, constituida por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, acaba de agrandarse. En su última cumbre anual de líderes de gobierno, celebrada en Sudáfrica, admitió a seis nuevos Estados miembros, que se integrarán desde el 1º de enero de 2024: Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (EAU). El bloque ampliado abarcará a alrededor del 46% de la población mundial.

En sus comienzos allá por 2009, el BRICS -conocido entonces como BRIC, ya que Sudáfrica se sumaría un año más tarde- fue un agrupamiento de poderes económicos emergentes. La adhesión de Sudáfrica fue en cierto modo una desviación de esta lógica, ya que su economía es mucho más pequeña que la de los otros cuatro; sin embargo, su inclusión se justificó sobre la base de que es una de las principales economías africanas.

En la última cumbre, el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, afirmó que el grupo había acordado criterios y principios de ampliación, pero éstos no se han hecho públicos. Sin embargo, difícilmente sean consistentes con la intención original de la alianza, dado que por lo menos la mitad de los nuevos miembros están lejos de ser potencias económicas emergentes: el Banco Mundial clasifica a Etiopía como un país de bajos ingresos, la deuda de Egipto alcanzó su máximo histórico este año, y Argentina tiene una de las tasas de inflación más altas del mundo: 113% durante el último año.

De modo que los criterios parecen ser más bien geopolíticos, y claramente no incluyen el respeto de los derechos humanos.

Tanto China como Rusia tienen un historial lamentable en materia de derechos humanos. El año pasado, un informe del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (ONU) sobre la violaciones de los derechos humanos de la población mayormente musulmana de la región china de Xinjiang concluyó que había indicios de posibles crímenes bajo el derecho internacional, y específicamente de crímenes de lesa humanidad.

Mientras tanto, sobre el dictador ruso Vladimir Putin actualmente pesa una orden de detención de la Corte Penal Internacional (CPI) por crímenes de guerra, a causa de la deportación forzosa de niños de Ucrania a Rusia. Putin no viajó a la cumbre, evitando así a su anfitrión la vergüenza, en tanto que miembro de la CPI, de incumplir su obligación de detenerlo.

Tanto China como Rusia han adoptado recientemente medidas restrictivas del espacio cívico: China para garantizar a su líder totalitario Xi Jinping un tercer mandato y Rusia para reprimir la expresión de disenso frente a la desastrosa guerra contra Ucrania.

La situación también se ha deteriorado en la India bajo el liderazgo populista de Narendra Modi, mientras que Sudáfrica actualmente experimenta un aumento de casos de violencia letal contra el activismo por el derecho a la tierra y los denunciantes corrupción. De los cinco miembros actuales del grupo BRICS, Brasil es el único que recientemente ha experimentado un retorno a políticas progresistas y con perspectiva derechos humanos; sin embargo, el impacto positivo que éstas han tenido a nivel nacional no ha repercutido sobre la elección de los socios y aliados internacionales de Brasil.

Cuatro de los seis nuevos miembros de los BRICS -Arabia Saudita, EAU, Egipto e Irán- son Estados abiertamente autoritarios donde se reprimen sistemáticamente los derechos humanos. En Egipto hay decenas de miles de presos políticos. El gobierno teocrático de Irán ha reprimido brutalmente el movimiento de protesta que se levantó en respuesta al asesinato de Mahsa Amini a manos de la policía de la moralidad el año pasado. Arabia Saudita y EAU se esfuerzan por maquillar su imagen, pero ninguno de los dos reconoce la legitimidad de la sociedad civil ni garantiza las condiciones mínimas para su funcionamiento. El año pasado Arabia Saudita ejecutó a 196 personas, muchas de las cuales habían sido condenadas por defender los derechos de minorías religiosas y resistir contra dañinos proyectos de desarrollo económico. En EAU, por su parte, más de 50 presos políticos languidecen en la cárcel a pesar de haber cumplido sus condenas.

La situación no es mucho mejor en Etiopía, donde a lo largo de dos años de guerra entre el gobierno federal y las fuerzas rebeldes de la región de Tigray se han cometido numerosas violaciones de derechos humanos. Los abusos continúan hoy en día, y escasean las esperanzas de que se haga justicia.

En suma, el CIVICUS Monitor califica al espacio cívico como cerrado en seis de los 11 BRICS, y Argentina es el único que está exento de restricciones graves de las libertades cívicas.

Un orden mundial en mutación

Quienes defienden la ampliación del grupo la han aclamado como una medida audaz para quitar poder a las instituciones multilaterales dominadas por los Estados del norte global. El BRICS ampliado es presentado como un paso fundamental hacia un mundo multipolar, que pondría fin a la preeminencia económica y política de Estados Unidos y daría más espacio a los Estados del sur global. Se trata de un discurso comprensiblemente persuasivo en esta parte del mundo.

Para reequilibrar el poder se requieren reajustes en los actuales acuerdos en que se basa la gobernanza global. En su declaración final, los líderes de los BRICS subrayaron su compromiso de “potenciar y mejorar la gobernanza mundial promoviendo un sistema internacional y multilateral más ágil, eficaz, eficiente, representativo, democrático y responsable”.

No cabe duda de que, cada vez más, el poder de decisión en materia económica a nivel mundial ha recaído desproporcionadamente en el G20 -una asociación de 19 de las mayores economías nacionales del mundo más la Unión Europea- y la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), un club de 38 economías, en su mayoría de renta alta, que tiene todas las cartas a la hora de fijar las normas fiscales internacionales.

Todos los países originales del grupo BRICS, además de algunos de los recién llegados, forman parte del G20: Arabia Saudita, Argentina, Brasil, China, India, Rusia y Sudáfrica son miembros. India incluso está sacando provecho de su rol anfitrión de la cumbre del G20 en septiembre para avivar su orgullo nacional. Los BRICS no forman parte de la OCDE, aunque Brasil, China, India y Sudáfrica figuran entre sus llamados “socios clave” y pueden participar en los debates de la OCDE. Rusia había estado en conversaciones de adhesión hasta que la OCDE detuvo el proceso en respuesta a su invasión de Ucrania.

En vez de intentar reformar y ampliar estas instituciones de las que algunos de ellos forman parte, los BRICS están intentando desarrollar una fuente alternativa de poder.

No cabe ninguna duda de que se necesita una reforma de la gobernanza mundial. Esto incluye a la ONU, que desde hace tiempo es acusada por su frecuente ineficacia a la hora de abordar los grandes desafíos de nuestra época. Los argumentos a favor de la reforma son aún más sólidos en el caso de las grandes instituciones financieras internacionales, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, criticadas desde hace tiempo por las condiciones que imponen para otorgar préstamos y su alineamiento con los intereses del norte global. Este es uno de los principales motivos por los cuales el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, creado en 2014, despierta interés.

Estas instituciones son hijas de los acuerdos que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo en los casos del FMI y el Banco Mundial, reflejan y reproducen los desequilibrios de poder de aquellos tiempos. Por ejemplo, todos los líderes del Banco Mundial han procedido de Estados Unidos y todos los del FMI son oriundos de Europa, una práctica cada vez más indefendible.

Un sistema antidemocrático

Pero si bien los BRICS contribuyen a corregir ese desequilibrio al inclinar la balanza de la gobernanza internacional hacia el sur global, no hacen más que profundizar otro problema: el de la naturaleza antidemocrática del sistema de gobernanza global.

Las instituciones de gobernanza global ofrecen oportunidades mínimas para la participación ciudadana y de la sociedad civil. La sociedad civil suele estar al final de la cola, muy por detrás de los Estados y el sector privado. Y un BRICS fortalecido no puede más que empeorar esta situación. La mayoría de sus líderes carecen de legitimidad democrática y no rinden cuentas a su ciudadanía. No tienen ningún motivo para permitir que la participación democrática arraigue a nivel internacional cuando no la admiten en sus propios países.

Utilizando todos los espacios disponibles, la sociedad civil ha realizado numerosas contribuciones positivas para construir un sistema de gobernanza mundial basado en normas comunes de derechos humanos. Ha sido la fuerza impulsora de tratados internacionales fundamentales como el Tratado sobre el Comercio de Armas y el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, así como del Estatuto de Roma por el que se creó la CPI y de los inclusivos y amplios Objetivos de Desarrollo Sostenible.

La sociedad civil es fuente de propuestas para una ONU más abierta y democrática y, por tanto, más eficaz en el cumplimiento de los objetivos de su carta fundacional. Por ejemplo, ha presentado propuestas creíbles sobre la reforma del Consejo de Seguridad. Los líderes de los BRICS también han pedido una mayor participación del sur global en el Consejo de Seguridad, pero las potencias dominantes de los BRICS no parecen sinceras en ese sentido. Abusando de su derecho de veto, China y Rusia han bloqueado sistemáticamente la acción del Consejo de Seguridad. En un mundo verdaderamente multipolar, más Estados del sur tendrían presencia plena en el Consejo de Seguridad, pero ningún Estado debería tener el poder de detener una acción sobre la cual exista amplio consenso.

Tanto China como Rusia tienen un historial de esfuerzos para socavar a la ONU y a los derechos humanos en tanto que uno de sus pilares fundamentales. Rusia ha utilizado las sesiones del Consejo de Seguridad para difundir desinformación flagrante sobre su guerra contra Ucrania. China utilizó innumerables palancas diplomáticas para retrasar la publicación del informe del Consejo de Derechos Humanos de la ONU sobre su represión en Xinjiang y luego presionó con éxito para que no se le diera seguimiento.

Estos países están presionando por una reforma del orden internacional, pero no en interés de los miles de millones de personas a las que se niegan sus derechos fundamentales. Intentan crear un organismo alternativo sin acceso para la sociedad civil ni transparencia, en el que no se denuncien las violaciones de derechos humanos y en el que los dirigentes puedan llegar a acuerdos sin tener que rendir cuentas a sus propios ciudadanos.

Emparchando las grietas

La expansión de los BRICS es una victoria para China, ampliamente reconocida como impulsora de la idea. Brasil, India y Sudáfrica parecen haber tenido un enfoque más cauto. La medida parece contradecir la política exterior de no alineación promovida por el Presidente de Brasil, Lula, y la estrategia implementada por el Presidente de India, Modi, que consiste en mantener buenas relaciones con Estados Unidos al tiempo que compite por la supremacía con China. En última instancia, sin embargo, seguramente le ha resultado de utilidad a Sudáfrica, el miembro más pequeño del club, quedar asociado en tanto que anfitrión de la cumbre con tal audaz golpe diplomático.

Además de para China, la ampliación es buena noticia para Rusia, ya que la protegerá de los intentos de los Estados occidentales de aislarla diplomáticamente tras su invasión de Ucrania. El BRICS ya ha resultado de utilidad a Putin en otras ocasiones: Rusia impulsó el desarrollo de un sistema internacional de pagos alternativo cuando se le impusieron sanciones tras la anexión de Crimea en 2014, y ninguno de los miembros actuales de los BRICS le ha aplicado sanciones en respuesta a la guerra.

Los nuevos miembros, por su parte, parecen tener motivaciones tanto económicas como políticas. Sus dirigentes desean ganar acceso privilegiado al apoyo chino para el desarrollo de infraestructura y al Nuevo Banco de Desarrollo. Por el lado político, Irán está tan desesperado por desafiar el aislamiento internacional resultante de sus ambiciones nucleares como Rusia lo está en relación con el aislamiento provocado por su guerra. Para Estados como Arabia Saudita y los EAU, en cambio, se trata de una nueva oportunidad para proyectarse como actores internacionales legítimos y con visión de futuro, como lo ha sido la celebración de grandes eventos deportivos y encuentros internacionales como la cumbre climática COP28. Arabia Saudita también está interesada en acercarse a Irán con la mediación de China, lo cual se ve claramente reflejado en el hecho de que ambos países se han unido a los BRICS al mismo tiempo. En resumen, se observan fuertes motivaciones que nada tienen que ver con la reforma de la gobernanza mundial.

La expansión aún no ha terminado. Más de 60 países asistieron a la última cumbre y se dice que hasta 40 han expresado su interés en unirse. Se prevé que en futuras cumbres se permita la entrada de más países, lo cual planteará cada vez con mayor intensidad el interrogante de cuál es el terreno común.

La declaración final de la cumbre ha estado repleta de referencias a la importancia de los derechos humanos, la paz y el derecho internacional, pero el historial de la mayoría de sus miembros hizo que esas cálidas palabras sonaran palpablemente insinceras. Abarcar a una parte tan grande de la población mundial debería conllevar cierta responsabilidad de rendir cuentas. Los gobiernos de los países miembros que tienen posiciones más abiertas a la participación de la sociedad civil, como Brasil, deberían tratar de incorporar esas prácticas a los BRICS.

A medida que el bloque de los BRICS adquiera mayor protagonismo, deberá enfrentar más interrogantes sobre qué representa y cuál es su visión del mundo. ¿Va a ser algo más que un grupo incoherente amalgamado por el interés propio y, sobre todo, por la represión? Tal vez la cumbre de 2024 traiga algunas respuestas, aunque el hecho de que Rusia sea el país anfitrión no resulta demasiado alentador.

NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN

  • El bloque de los BRICS debe ser transparente en cuanto a sus criterios de adhesión y su estrategia de expansión.
  • Los BRICS deberían comprometerse a abrir espacios genuinamente consultivos con un amplio abanico de actores de la sociedad civil.
  • Las Naciones Unidas deberían tomar la iniciativa en materia de transparencia y apertura a la sociedad civil, estableciendo estándares globales que las demás instituciones internacionales deberían tratar de emular.

Foto de portada de Per-Anders Pettersson/Getty Images