En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales celebradas en Ecuador el 15 de octubre, el empresario de centroderecha Daniel Noboa se impuso sobre la candidata de izquierda apoyada por el expresidente populista Rafael Correa. El gobierno de Noboa durará apenas 18 meses, ya que solamente deberá terminar el mandato del presidente saliente, que éste mismo acortó al disolver el Congreso para evitar el juicio político. Es demasiado poco tiempo para resolver problemas muy complejos, entre los que sobresale la creciente espiral de violencia del narcotráfico. La relación de fuerzas en la Asamblea Nacional sugiere que el nuevo presidente podría tener dificultades similares a las que acabaron con su predecesor. Para sortearlas, Noboa debería tratar de construir un amplio consenso público sobre el camino a seguir y trabajar con la sociedad civil.

En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales ecuatorianas el candidato de centroderecha Daniel Noboa, líder de la coalición Acción Democrática Nacional (ADN), se impuso sobre la izquierdista Luisa González, la candidata designada por el expresidente Rafael Correa, al frente del Movimiento Revolución Ciudadana.

Al convertirse en el presidente más joven de la historia de Ecuador, este graduado de la Harvard Kennedy School, de 35 años, consiguió para su familia -propietaria de un vasto imperio empresarial que incluye una de las marcas de banana más conocidas del mundo- lo único que le faltaba. Y no por no haberlo intentado: su padre, Álvaro Noboa, el hombre más rico de Ecuador, compitió por la presidencia tres veces sin alcanzarla. En 2006 se impuso en la primera vuelta, pero fue derrotado por Correa en el ballotage.

La inestabilidad no ha terminado, pero la elección generó una válvula de escape provisional y de corto aliento para las tensiones de la crisis de múltiples dimensiones que afecta al Ecuador.

HUMBERTO SALAZAR

Daniel Noboa ganó ofreciendo renovación y prometiendo superar la polarización en torno del legado de Correa. Pero bajo su gobierno, que durará solamente 18 meses, la correlación de fuerzas legislativas no será muy diferente de la que condenó a su predecesor. Para avanzar será necesario un gran esfuerzo de formación de alianzas, capacidad de negociación y voluntad de compromiso.

Cambio, pero ¿de qué tipo?

El segundo lugar de Noboa en la elección de agosto fue una sorpresa. Su buen desempeño en el debate explicó en parte su creciente popularidad. Pero lo más importante fue que este outsider encontró su nicho cuando el candidato que encarnaba más claramente el cambio, Fernando Villavicencio, fue asesinado a solamente diez días de las elecciones.

El cambio propuesto por Noboa, sin embargo, era muy diferente del prometido por Villavicencio, un ex periodista de investigación y activista sindical. Villavicencio fue uno de los periodistas que destaparon el escándalo de sobornos que acabó con la condena de Correa en ausencia en 2020. En el Congreso había presidido la Comisión de Fiscalización y Control Político, atreviéndose a señalar con el dedo a los responsables últimos del crimen organizado y el narcotráfico en Ecuador. Durante la campaña había prometido enfrentar la corrupción gubernamental y luchar contra la colusión con el crimen organizado. En el momento de su asesinato se encontraba bajo protección policial tras haber recibido graves amenazas, entre ellas algunas procedentes de individuos vinculados al cártel mexicano de Sinaloa.

Noboa buscó presentarse como una nueva cara joven no contaminada por los vicios de la política y manifestó la intención de superar la polarización en torno del controvertido Correa, cuyas inclinaciones autoritarias y legado de corrupción eran cada vez más objeto de rechazo.

El estilo de Noboa, más moderado y menos confrontativo que el de su rival en la segunda vuelta, dio buenos resultados. Insistió en que las energías debían concentrarse en abordar los graves problemas económicos y de seguridad de Ecuador en lugar de desperdiciarse en rencillas políticas y luchas de poder. Transmitió eficazmente su mensaje a través de las redes sociales, en particular mediante TikTok, y ganó adeptos en un electorado joven que, en su mayoría, se encontraba desvinculado de la política.

En comparación, su competidora de izquierda apareció como una típica representante del establishment político. González había ocupado diversos cargos durante el gobierno de Correa y su campaña destacó la gestión de gobierno de su mentor, prometiendo restablecer el gasto social para hacer frente a las demandas insatisfechas de las protestas masivas que han estallado en los últimos años.

Mientras que González hizo hincapié en el gasto social, Noboa se mantuvo fiel a su formación empresarial y propuso abordar los problemas económicos poniendo el foco en la productividad, mediante el fomento de la educación, el empleo y la inversión, y prometió una reducción de impuestos. A diferencia de González, hizo hincapié en la disciplina fiscal y apoyó la continuidad del dólar estadounidense como moneda oficial.

Pero la campaña electoral no tuvo demasiada ideología, e incluso podría decirse que tampoco fue acompañada de demasiado entusiasmo: es probable que la victoria de Noboa se debiera al rechazo del legado de Correa por lo menos en la misma medida que a sus promesas electorales.

En última instancia, Noboa fue capaz de convencer a los votantes jóvenes para que le siguieran hacia un futuro prometedor, mientras que González continuó apelando a la nostalgia del electorado de mayor edad por un pasado más seguro. Para ello, González se apoyó más en las estructuras partidarias en el territorio, las cuales le proporcionaron un umbral de apoyos más alto, como lo atestiguan los resultados de agosto. El apoyo de Correa y su perfil elevado pese a vivir en el exilio en Bélgica, fueron inicialmente una bendición, ya que la ayudaron a darse a conocer a la opinión pública. Pero más tarde se convirtieron en una maldición, ya que limitaron la cantidad de votos adicionales que González pudo reunir entre la primera y la segunda vueltas, sellando finalmente su derrota.

Voces desde las primeras líneas

Ruth Hidalgo es directora ejecutiva de Participación Ciudadana, una organización de la sociedad civil (OSC) apartidaria y pluralista que trabaja por el fortalecimiento de la democracia en el Ecuador.

 

La candidatura del correísmo, Luisa González, fue perjudicada por la constante presencia de Correa durante la mayor parte de la campaña. El elemento del legado de Correa que produce mayor rechazo es la forma confrontativa y amenazadora de tratar con quienes considera sus enemigos políticos. Parecería que ese recurso está generando cada vez más descontento y desaprobación. Si bien el porcentaje de apoyos que consiguió la candidata no fue menor, esto le generó un techo que no logró perforar.

Daniel Noboa representa, al menos por su origen, una opción de centroderecha. Pero si ha ganado es porque ha logrado captar los votos de un electorado joven que no se sitúa en ningún lado de la polarización y más bien ha optado por una visión nueva, un candidato joven y sin trayectoria política que ofrece una forma de la política que, a diferencia de sus predecesores, no es confrontativa.

El nuevo presidente recibe un país atravesado por la inseguridad y la violencia, con un alto déficit fiscal, un crecimiento casi nulo, tasas de desempleo muy altas, y encima atravesando nuevamente el fenómeno climático del Niño, que genera calentamiento de las aguas y produce eventos climáticos extremos y temperaturas récord. Todos estos son temas que va a tener que priorizar, con políticas públicas orientadas a mitigar los problemas más importantes en la economía, el cambio climático y la seguridad pública. Para ello necesitará armar un equipo de trabajo sólido y generar espacios de diálogo y reconciliación. Deberá demostrar apertura a la sociedad civil y generar acuerdos políticos sobre la mesa, y no por debajo de la mesa.

 

Este es un extracto editado de nuestra conversación con Ruth. Lea la entrevista completa aquí.

La inseguridad, en primer plano

La violencia estaba en el tope de las prioridades de los votantes incluso antes del asesinato de Villavicencio, que no ha sido el único político asesinado durante esta temporada electoral.

El problema es grave. Una sangrienta guerra territorial entre organizaciones criminales rivales que luchan por el control de las rutas del narcotráfico ha sumido al Ecuador en una violencia sin precedentes. Las muertes violentas se han cuadruplicado desde 2019, hasta alcanzar las 4.603 en 2022, equivalente a una tasa de 25 por cada 100.000 habitantes, frente a 13,7 en 2021. Esto convirtió a Ecuador en el país con el mayor aumento en las tasas de violencia criminal. 2023 podría terminar con una tasa de 39 por cada 100.000 habitantes, convirtiéndolo en uno de los países más violentos de la región.

Según fuentes oficiales, alrededor del 90% de las muertes violentas son consecuencia de la delincuencia, y la mayoría de ellas están relacionadas con el narcotráfico. El 83% de las muertes violentas se ha producido en cinco de las 24 provincias de Ecuador, las que se encuentran en la llamada “ruta de la droga”.

Aproximadamente una semana antes de la segunda vuelta, siete personas de nacionalidad colombiana detenidas por su participación en la muerte de Villavicencio aparecieron muertas en las prisiones ecuatorianas donde estaban recluidas.

La seguridad fue la gran demanda ciudadana expresada durante la campaña, y estuvo en el centro del debate preelectoral entre los candidatos, en el que ambos hicieron hincapié en la necesidad de dotar de más fondos a la policía, militarizar los puertos y recuperar el control de las prisiones copadas por las bandas. Pero a la gente le resultó difícil distinguir las propuestas de los dos candidatos, por lo que lo que más importó en última instancia fue a personalidad de los candidatos y la confianza que lograran inspirar en su capacidad para tomar las decisiones correctas cuando llegara el momento.

¿El fin de la inestabilidad?

Pero hay razones para dudar que Noboa sea capaz de tomar tales decisiones, y en particular de implementarlas. Sólo ocupará el cargo durante año y medio. Su misión -y la de los 137 miembros de la Asamblea Nacional electos en agosto- consistirá en completar los actuales mandatos presidencial y legislativo interrumpidos por la activación de la “muerte cruzada” por parte del presidente Guillermo Lasso el pasado mes de mayo. Este mecanismo constitucional le permitió disolver la Asamblea Nacional para impedir que ésta lo destituyera mediante juicio político y seguir gobernando por decreto durante un par de meses, pero también puso un prematuro final a su mandato.

Voces desde las primeras líneas

Humberto Salazar es director ejecutivo de la Fundación Esquel, una OSC que busca contribuir al desarrollo humano sustentable, al mejoramiento de la calidad de vida de los sectores más desfavorecidos y a la construcción de una sociedad democrática, responsable y solidaria en el Ecuador.

 

Si bien el presidente electo no tiene un pasado de resistencia a la participación de sociedad civil, en su campaña no se mostró especialmente abierto a recibir propuestas y reunirse con colectivos de sociedad civil. Esto genera incertidumbre sobre la amplitud y efectividad que tendrán los espacios de participación de la sociedad civil en el diseño y ejecución de políticas públicas. En principio, no hay amenazas claras al espacio cívico, pero sí incertidumbre respecto de la posición del nuevo gobierno frente a la promoción y el fortalecimiento de la sociedad civil.

Cabe destacar que los dos candidatos que compitieron en segunda vuelta tuvieron un sesgo conservador más allá de su inclinación ideológica hacia la derecha o la izquierda. De ahí la incertidumbre sobre cómo responderá el nuevo presidente a cuestiones sociales que surgen de las agendas de igualdad de género de los grupos feministas y de la comunidad LGBTQI+, de las demandas del movimiento indígena relativas a la plurinacionalidad y la interculturalidad, y de las preocupaciones del movimiento de derechos humanos en relación con la búsqueda de políticas para enfrentar la delincuencia que no sacrifiquen derechos.

Lo cierto es que hay una enorme cantidad de problemas que el nuevo gobierno deberá atender. Para sostener sus iniciativas más allá del año y medio previsto para el ejercicio de su mandato, el nuevo presidente deberá hacer una convocatoria amplia y generar una agenda de mínimos refrendada en acuerdos nacionales multiactor.

La inestabilidad no ha terminado, pero la elección generó una válvula de escape provisional y de corto aliento para las tensiones de la crisis de múltiples dimensiones que afecta al Ecuador. El tiempo de gracia para el gobierno, sin embargo, será muy limitado: deberá producir en el corto plazo medidas que demuestren que está encaminado hacia la resolución de los grandes problemas.

Dos cosas le pueden a jugar en contra: la lentitud del aparato burocrático para desarrollar proyectos de transformación y la pugna de poderes que podría bloquear sus iniciativas en la Asamblea Nacional. La relación entre los poderes ejecutivo y legislativo será clave. Si el ejecutivo vuelve a encontrarse bloqueado por una multitud de intereses particulares que exigen prebendas para habilitar la aprobación de sus iniciativas, la crisis volverá a profundizarse.

 

Este es un extracto editado de nuestra conversación con Humberto. Lea la entrevista completa aquí.

También es probable que Noboa deba hacer frente a una Asamblea Nacional hostil. La elección de agosto produjo un cuerpo legislativo en el que ADN tendrá apenas 14 escaños, frente a los 52 de Revolución Ciudadana. La distribución de escaños reproduce fielmente la de la legislatura anterior, en la que el partido del presidente Lasso tenía solamente 12 escaños, mientras que la coalición liderada por Correa tenía la primera minoría. En dos años y medio, Lasso – un exbanquero con una agenda proempresarial – apenas pudo aprobar tres leyes.

Para hacer frente a los crecientes problemas sociales, económicos, ambientales y de seguridad del Ecuador, el nuevo presidente tendrá que buscar acuerdos amplios. Y deberá hacerlo de forma transparente en vez de negociar a espaldas de la opinión pública, para evitar alimentar la sospecha de que las políticas sirven a intereses personales o de las elites en vez de servir al bien común.

El nuevo presidente deberá generar espacios de diálogo y reconciliación. Deberá demostrar apertura a la sociedad civil y generar acuerdos políticos sobre la mesa, y no por debajo de la mesa.

RUTH HIDALGO

Noboa haría bien en acercarse a la sociedad civil, que en su mayor parte le concederá el beneficio de la duda. Durante la década que duró el gobierno de Correa, un político de tendencias populistas que tendía a considerarse el único representante genuino del pueblo y, por lo tanto, a negar legitimidad a las voces disidentes, la sociedad civil enfrentó fuertes restricciones y numerosos activistas y periodistas fueron vilipendiados y criminalizados. La promesa de Noboa de dar vuelta la página contiene una promesa implícita a la sociedad civil.

Esa promesa debe ahora volverse explícita y traducirse en acciones. Para afrontar el desafío de combatir el crimen organizado y hacer frente a la impunidad respetando al mismo tiempo los derechos humanos, el presidente tendrá que habilitar a la sociedad civil y trabajar con ella. Se trata de un paso vital para detener la espiral descendente de inestabilidad y violencia.

NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN

  • El nuevo presidente debe construir amplias alianzas políticas para evitar el tipo de bloqueos que provocaron la salida prematura de su predecesor.
  • El nuevo gobierno debe colaborar con el mayor abanico posible de actores para desmantelar las redes de corrupción e impunidad que alimentan el crimen organizado.
  • El nuevo gobierno debe reconocer la legitimidad de la sociedad civil, defender su espacio de acción y trabajar con ella para abordar los grandes desafíos que enfrenta Ecuador.

Foto de portada de Marcos Pin/AFP vía Getty Images