La invasión rusa a Ucrania, lanzada bajo el pretexto de que Rusia estaba siendo “rodeada” por la OTAN, irónicamente ha contribuido a empujar a varios países hacia dicha alianza militar. La agresión insufló nueva vida a una organización que lidiaba con una crisis de identidad. Su mayor protagonismo, sin embargo, también la ha vuelto objeto de renovados cuestionamientos en varios Estados miembros. En un contexto de movilización contra el aumento de los precios y la crisis energética, en algunos países de Europa se han producido protestas contra la OTAN; sin embargo, la campaña de desinformación impulsada por Rusia y sus aliados ha buscado presentar un panorama de enorme movilización anti-OTAN. La sociedad civil debe continuar combatiendo la desinformación, especialmente cuando lo que está en juego es la diferencia entre la guerra y la paz, y los derechos humanos pueden ser las próximas víctimas.

El 18 de octubre se dio a conocer el más reciente proyecto de infraestructura de Finlandia: una valla fronteriza con alambre de púas y cámaras de seguridad para proteger algunos tramos vulnerables de sus 1.340 kilómetros de frontera con Rusia.

La iniciativa de la Guardia Fronteriza finlandesa fue presentada como una barrera contra la posible migración masiva, que algunos temen que el presidente ruso Vladimir Putin pueda instrumentalizar para aumentar la presión política, tal como lo hizo su estrecho aliado, el dictador bielorruso Aleksander Lukashenko, en 2021, cuando utilizó a migrantes afganos, iraquíes y sirios como peones en su disputa con Occidente, empujándolos hacia la frontera polaca.

No mucho tiempo atrás, un artículo promocional del Ministerio de Asuntos Exteriores se refería a la frontera de Finlandia con Rusia como algo que ya no dividía, sino que unía a los dos países: una fuente de oportunidades, prosperidad y aprendizaje mutuo, asegurada con ligeras vallas de madera instaladas básicamente para impedir el cruce del ganado.

El pasado mes de julio, el Parlamento finlandés modificó la Ley de Guardia Fronteriza para reforzar la frontera y mejorar la capacidad de respuesta de la agencia, permitiéndole cerrar pasos fronterizos y concentrar a solicitantes de asilo en puntos específicos.

Finlandia se apresuró a reforzar sus fronteras mientras esperaba la aprobación de su solicitud de ingreso en la Alianza del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), liderada por Estados Unidos. En mayo, Finlandia y Suecia tomaron la decisión, precipitada por la invasión rusa a Ucrania, de solicitar el ingreso a la OTAN, la cual adquiría ahora una nueva relevancia. Desde entonces, una serie de pasos que normalmente llevan años se han concretado en cuestión de meses. Los dos países esperan la finalización de su proceso de adhesión, pero aún enfrentan importantes obstáculos. Mientras tanto, la guerra de agresión de Rusia continúa y el peligro acecha.

Los de afuera

Todos los Estados nórdicos y bálticos son miembros de la OTAN, excepto Finlandia y Suecia, que también se cuentan entre los apenas seis Estados miembros de la Unión Europea (UE) que no forman parte de la OTAN.

Finlandia tiene la frontera terrestre más extensa de la UE con Rusia, y después de la Segunda Guerra Mundial y durante toda la Guerra Fría, su supervivencia como Estado soberano, democrático y capitalista estuvo condicionada al mantenimiento de relaciones razonablemente cordiales con su vecino soviético. Ello le supuso rechazar la ayuda del Plan Marshall y mantener una posición neutral entre las dos alianzas rivales -la OTAN y el Pacto de Varsovia-, así como en relación con la predecesora de la UE, la Comunidad Europea, y cualquier otra asociación de Estados occidentales. Suecia también se mantuvo neutral, preocupada por la posibilidad de que si ingresaba en la OTAN la Unión Soviética pudiera responder invadiendo Finlandia.

Nuevos usos para un artefacto de la Guerra Fría

La OTAN es una criatura de la Guerra Fría que en la era de la posguerra fría encontró un nuevo propósito. Había sido fundada en 1949 mediante el Tratado del Atlántico Norte, también conocido como Tratado de Washington, como contrapeso frente a los ejércitos soviéticos estacionados en Europa central y oriental. Su objetivo principal fue el de ofrecer una respuesta unificada en caso de que un Estado de Europa occidental fuera invadido por la Unión Soviética o alguno de sus Estados satélites, desde 1955 organizados bajo el Pacto de Varsovia. Se basa en el principio de defensa colectiva, consagrado en el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, que establece que un ataque contra un Estado miembro equivale a un ataque contra todos. Este principio sólo ha sido invocado en una oportunidad, en respuesta a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.

La OTAN tuvo 12 miembros fundadores: Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y el Reino Unido. Alemania Occidental, Grecia y Turquía adhirieron en la década del ‘50, y España lo hizo tras su retorno a la democracia a principios de la década del ‘80.

Cuando la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia se disolvieron en 1991, la continuidad de la OTAN como alianza militar fue cuestionada. Mientras que algunos propusieron su disolución, otros abogaron por su ampliación, eventualmente incluyendo a Rusia, y sugirieron funciones alternativas, tales como el mantenimiento de la paz. Finalmente, fue repensada como una organización de “seguridad cooperativa”, que fomenta el diálogo y gestiona los conflictos. Actualmente se autodefine como una “alianza política y militar” que promueve los valores democráticos, persigue la resolución pacífica de los conflictos, y recurre a la fuerza cuando la diplomacia fracasa.

Dos países -la República Checa y Hungría- se sumaron a finales de los años ‘90, y otros diez lo hicieron en la década de los 2000, cuando Europa se reconfiguró: Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania en 2004, Albania en 2009, Montenegro en 2017 y Macedonia del Norte en 2020. Actualmente cuenta con 30 Estados miembros -28 europeos y dos de América del Norte- y sigue abierta a “cualquier otro Estado europeo que esté en condiciones de promover los principios del presente Tratado y de contribuir a la seguridad de la zona del Atlántico Norte”.

En la posguerra fría, la OTAN recurrió por primera vez a la fuerza militar en 1995, en el contexto de la guerra de Bosnia-Herzegovina. Tras los Acuerdos de Dayton, estacionó tropas de mantenimiento de la paz en la región. En 1999 volvió a lanzar ataques aéreos en Serbia en un intento de proteger a la población albanesa predominantemente musulmana de Kosovo, y posteriormente desplegó allí una fuerza de mantenimiento de la paz.

A principios de la década de los 2000, la OTAN mantenía una relación cooperativa con Rusia, pero ésta llegó a su fin a medida que Putin fue acumulando poder y dejó en claro sus tendencias expansionistas, primero con la invasión de Georgia en 2008 y luego con la anexión de Crimea en 2014.

La posibilidad de ingresar en la OTAN ha sido objeto de debate en Finlandia y Suecia desde principios de los años noventa, cuando la alianza se amplió. Las divisiones políticas en torno del tema han sido similares en ambos países: los partidos de izquierda han tendido a favorecer la neutralidad mientras que los de derecha han tendido a inclinarse por la adhesión.

Finlandia y Suecia mantienen relaciones formales de cooperación con la OTAN desde 1994, cuando se incorporaron a su programa de Asociación para la Paz. Han contribuido con efectivos a sus misiones de mantenimiento de la paz, incluidas las de Afganistán y Kosovo, y durante la última década han participado en ejercicios militares conjuntos de la OTAN. Ambos países también se sumaron a la UE en 1995, adoptando su Política Exterior y de Seguridad Común. Pero sus sucesivos gobiernos consideraron que entrar en la OTAN no era necesario. Los sondeos de opinión mostraron en forma sistemática que la mayoría apoyaba esta postura.

Todavía en enero de 2022, la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, afirmó que la posibilidad de entrar en la OTAN seguía abierta, pero que era “muy improbable” que Finlandia solicitara su ingreso durante su mandato. Un sondeo de opinión mostró que apenas el 28% de los encuestados -ocho puntos más que en 2019- quería que Finlandia entrara en la OTAN, mientras que el 42% se oponía y el resto manifestaba dudas.

Pero al mes siguiente se produjo el ataque ruso y la opinión pública finlandesa se inclinó instantánea y decisivamente en favor de la OTAN. El día de la invasión, la primera ministra Marin declaró que “Finlandia no enfrenta actualmente una amenaza militar inmediata”, pero reconoció que el tono del debate forzosamente cambiaría. Y así fue: desde entonces una clara mayoría de la opinión pública finlandesa se ha manifestado a favor del ingreso a la OTAN.

Al día siguiente, un alto funcionario ruso advirtió de las “consecuencias militares y políticas” que tendría cualquier intento de Finlandia o de Suecia de adherir a la OTAN. Las amenazas, que incluyeron referencias al despliegue de armas nucleares continuaron durante meses. Una de las afirmaciones de Putin destinadas a presentar su guerra de agresión como una medida defensiva -que Rusia estaba siendo “rodeada” por la OTAN- acabó siendo una profecía autocumplida, en la medida en que su ataque a Ucrania empujó a varios países a los brazos de la OTAN.

El cambio de posición de Suecia fue menos rápido y decisivo que el de Finlandia, aunque la opinión pública sueca reaccionó de forma similar a la finlandesa. El gobierno acabó decidiendo que Suecia solicitaría el ingreso a la OTAN si lo hacía Finlandia. Ambos países lo hicieron en forma conjunta el 18 de mayo. Suecia ha tenido desde entonces un cambio de gobierno, tras las elecciones de septiembre en las que los Demócratas Suecos, de extrema derecha, hicieron los mayores progresos, quedando en segundo lugar. Sin embargo, a diferencia de los partidos de extrema derecha de otros países, los Demócratas Suecos apoyan la adhesión a la OTAN, y el nuevo gobierno de centroderecha ha anunciado que la política en relación con la OTAN no se ha modificado.

Los miembros de la alianza invitaron a Finlandia y a Suecia a la cumbre de la OTAN que tuvo lugar en Madrid, España, a fines de junio. Los protocolos de adhesión de ambos países fueron firmados el 5 de julio y sometidos a la ratificación de cada uno de los 30 miembros de la OTAN.

Obstáculos con nombre y apellido

En lo que fue caracterizado como el proceso de ratificación más rápido de la historia de la OTAN, entre el 5 de julio y el 27 de septiembre 28 Estados aprobaron la adhesión de Finlandia y Suecia. Pero para que se concrete su ingreso deben manifestar su conformidad todos los Estados miembros, y hay dos que se resisten: Hungría y Turquía.

El principal desafío es el que presenta Turquía. Su presidente, Recep Tayyip Erdoğan, ha identificado en la crisis una oportunidad para obtener concesiones de Finlandia y Suecia en relación con su trato a los disidentes kurdos, a quienes Erdoğan considera terroristas. Ambos países acogen a activistas kurdos exiliados, y Erdoğan ha condicionado su aprobación a que Finlandia y Suecia accedan a extraditar a presuntos terroristas kurdos -incluida Amineh Kakabaveh, diputada independiente del Parlamento sueco de origen kurdo iraní- y a vender armas a Turquía.

En junio se alcanzó un acuerdo entre los tres países, pero las negociaciones para su implementación siguen en curso. Erdoğan podría demorar su aprobación hasta después de las elecciones turcas, que tendrán lugar en junio de 2023.

La aprobación de Hungría inicialmente pareció darse por descontada, ya que tanto el partido gobernante, Fidesz, como la oposición habían apoyado públicamente la medida. Pero el autoritario primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha intentado retrasar la ratificación por motivos políticos. Es un estrecho aliado político y empresarial de Erdoğan, e intenta hacerle el favor de no dejar a Turquía aislada en su rechazo.

Orbán fue durante mucho tiempo un estrecho aliado de Putin y ha seguido criticando la política de la UE hacia Rusia y al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy. Es posible que le entusiasme ponerles las cosas difíciles a Finlandia y a Suecia, dos de los Estados de la UE que más han abogado por condicionar el financiamiento de la UE a Hungría a que su gobierno respete los derechos humanos y el Estado de Derecho.

Cambios en el humor de la opinión pública

Mientras que algunos países se han visto empujados hacia la OTAN, otros han visto erosionarse el apoyo público a su permanencia en la alianza.

Una encuesta del Centro de Investigación Pew realizada antes de la guerra, en 2020, reveló que en promedio el 53% de los habitantes de 16 países miembros veía a la OTAN de forma positiva, y solamente el 27% tenía opiniones negativas. Pero las percepciones variaban mucho de un país a otro, con valoraciones positivas que iban desde un magro 21% en Turquía -el único país donde la mayoría se expresaba en contra de la OTAN- hasta un 82% en Polonia.

El sondeo de Pew también insinuó algo que se tornaría evidente en 2022: en algunos países -como España, Francia y la República Checa- se había producido a lo largo del tiempo un descenso significativo del apoyo público a la OTAN, mientras que en otros -como Lituania y Polonia- la tendencia creciente se había mantenido.

Los aumentos de los precios y la crisis energética derivados de la guerra en Ucrania sirvieron de catalizador para la expresión del sentimiento anti-OTAN. A principios de septiembre, ante un inminente invierno previsiblemente duro, unas 70.000 personas se movilizaron en Praga, la capital checa. La manifestación fue organizada por el partido de extrema derecha Libertad y Democracia Directa junto con los restos del otrora todopoderoso Partido Comunista Checo. Esta improbable alianza izquierda-derecha se repitió en otros lugares: en Francia, los candidatos situados en ambos extremos del espectro político se mostraron contrarios a la OTAN en el período previo a las cruciales elecciones presidenciales de abril de 2022.

En las calles de Praga, los extremos confluyeron bajo el lema “la República Checa primero” y exigieron la dimisión del primer ministro de centro-derecha elegido el pasado octubre y un cambio en la política exterior del país en dirección de la neutralidad, es decir, el cese de la ayuda a Ucrania, la revocación de las sanciones contra Rusia y un nuevo acuerdo con Putin para restablecer el suministro de gas. Los manifestantes también se quejaron de los cerca de 400.000 refugiados ucranianos que se encuentran actualmente en la República Checa. Algunos llevaban camisetas con lemas a favor de Putin y otros portaban pancartas con mensajes contra la UE y la OTAN.

Se trató probablemente de la más numerosa de las protestas contra la OTAN que tuvieron lugar en varios países de la UE en los últimos meses. Antes de la cumbre de la OTAN de junio en Madrid, más de 2.000 personas se movilizaron en la ciudad contra lo que llamaron “la guerra de la OTAN contra Rusia”. En el acto se exhibieron banderas soviéticas, aunque algunos manifestantes insistieron en que no estaban a favor de Putin sino en contra de la guerra.

La sociedad civil debe desempeñar su rol vital de combatir la nube de desinformación que siempre sobrevuela -sobre la guerra de Rusia y sus causas, sobre las razones de la crisis energética y el aumento del costo de vida, y sobre la OTAN.

En varios países de la UE, y en particular en Francia, ha habido protestas por la inflación y la crisis energética. Aunque éstas a menudo han tenido un componente anti-OTAN y anti-UE, estos elementos han tendido a ser relativamente marginales, pero su presencia ha sido groseramente exagerada. A Rusia le conviene transmitir la falsa imagen de que en toda Europa la gente está saliendo a las calles contra la OTAN. Se está difundiendo desinformación sobre el grado en que las protestas se centran en la OTAN, y gran parte de esa desinformación probablemente proceda de Rusia y sus aliados.

En respuesta a noticias sobre una protesta supuestamente anti-OTAN organizada en Bruselas en junio, Associated Press publicó un informe de chequeo de datos que concluyó que se había montado una campaña de desinformación sobre la base de una pancarta aislada que mostraba un mensaje anti-OTAN. La marcha, organizada por los sindicatos, se centraba en el problema del aumento de los precios y exigía aumentos salariales; no se trataba en absoluto de la pertenencia de Bélgica a la OTAN.

Un no para Ucrania

Mientras tanto, la guerra en Ucrania continúa. La posibilidad de que Ucrania entrara en la OTAN fue una de las razones alegadas por Putin para lanzar su invasión, pese a que era una posibilidad remota. En los 15 años transcurridos desde que la OTAN anunciara que Georgia y Ucrania serían bienvenidas a presentar sus postulaciones, tras el ataque ruso a Georgia en 2008, no se había dado ningún paso en esa dirección.

Tras una serie de falsos referendos celebrados en septiembre de 2022, Rusia anunció la inminente anexión de los territorios ucranianos ocupados de Donetsk, Kherson, Luhansk y Zaporizhzhia. Zelenskyy respondió anunciando que solicitaría el ingreso en la OTAN por la vía rápida, alegando que Ucrania ya era un aliado de hecho de la OTAN. Los gobiernos de nueve países miembros de la OTAN de Europa Central y Oriental emitieron una declaración conjunta de apoyo. Pero la OTAN no dio ninguna respuesta oficial, aparte de reiterar su política de “puertas abiertas” hacia todas las democracias europeas.

Si ha sido difícil para Finlandia y Suecia, lo será aún más para Ucrania. Según los expertos, Ucrania está ahora más lejos del ingreso a la OTAN que nunca antes. Si se sumara a la alianza, en virtud del principio del artículo 5 los restantes miembros de la OTAN estarían obligados a unirse a la guerra, yendo mucho más allá del apoyo militar que algunos países están brindando actualmente, y posiblemente provocando una escalada rusa que podría llegar hasta el nivel nuclear. Eso no le conviene a nadie. El artículo 5 funciona como un poderoso elemento disuasorio para evitar la agresión militar contra un país miembro. Si Ucrania hubiera sido ya miembro de la OTAN, quizá Rusia se habría abstenido de atacarla, aunque cada vez es más difícil atribuir racionalidad a las acciones de Putin.

El rol de la sociedad civil

La pertenencia a la OTAN y el papel de ésta son cuestiones intensamente políticas que han cobrado mayor relevancia con la invasión de Rusia. Es una profunda ironía de la situación actual que Putin haya inyectado a la OTAN, una alianza luchaba por definir su identidad, nuevas energías, ayudando a aumentar su cantidad de miembros y a elevar su perfil.

Pero esto no debería impedir el debate público tanto en los países miembros como en los no miembros. En los países que no son miembros, los partidos políticos deben dejar clara su posición al respecto y los gobiernos deben asegurarse de que cuentan con el apoyo de la opinión pública si toman la decisión de unirse a la alianza militar.

En los Estados miembros, la gente debería poder protestar contra la OTAN, y las autoridades deberían respetar su derecho a hacerlo. Pero la sociedad civil debe desempeñar su rol vital de combatir la nube de desinformación que siempre sobrevuela -sobre la guerra de Rusia y sus causas, sobre las razones de la crisis energética y el aumento del costo de vida, y sobre la OTAN.

También es vital garantizar que las protestas genuinas sobre el costo de vida y la crisis energética no sean secuestradas por elementos marginales y puestas al servicio de objetivos que no son los de las personas movilizadas. La sociedad civil debe seguir trabajando para garantizar que todo debate sobre la OTAN se base en información y que las preocupaciones de derechos humanos se mantengan en el centro de cualquier decisión que se tome.

NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN

  • Los gobiernos de Finlandia y Suecia deben dar prioridad a los derechos humanos en las negociaciones que entablen con Hungría y Turquía para ingresar en la OTAN.
  • Los gobiernos de los Estados miembros de la OTAN deben permitir la libre expresión del disenso y el descontento, aun en lo que respecta a la pertenencia a la OTAN.
  • La sociedad civil debe promover el diálogo y el debate informado y combatir las campañas de desinformación en torno al papel de Rusia y la OTAN en el conflicto de Ucrania.

Foto de portada de Denis Doyle vía Getty Images