CIVICUS conversa sobre las expectativas de la sociedad civil venezolana tras la inauguración de Nicolás Maduro con Carlos Torrealba, académico de origen venezolano e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México.

En los meses previos a la toma de posesión de Nicolás Maduro para su tercer mandato presidencial en enero de 2025, su gobierno intensificó la represión tras rechazar su derrota en las elecciones de julio. Mientras algunos aún esperaban que el presidente legítimamente electo, Edmundo González Urrutia, pudiera asumir el cargo, el régimen lanzó una ola represiva preventiva. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos denunció terrorismo de Estado, documentando 25 asesinatos, unas 2000 detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas y torturas y tratos crueles a las personas detenidas. Entre agosto y diciembre, las autoridades detuvieron al menos a 56 activistas opositores, 10 periodistas y una persona defensora de derechos humanos, mientras desplegaban una presencia militar y policial sin precedentes.

¿Qué patrones de represión han surgido tras las elecciones de julio?

En las últimas dos décadas, el chavismo en el poder ha establecido una maquinaria de represión sumamente sofisticada y efectiva que ha causado un gran sufrimiento a la población venezolana. Desde las elecciones, hemos sido testigos de un aumento en las detenciones masivas, una práctica novedosa en relación con los ciclos de protesta vinculados con conflictos electorales previos, en los cuales aunque las movilizaciones eran reprimidas violentamente, eran más visibles. Las actuales detenciones masivas incluyen la búsqueda de personas en sus domicilios y su criminalización mediante una gama más amplia de figuras penales.

El Foro Penal, una organización de derechos humanos venezolana que monitorea estas violaciones de derechos, reportó que hasta el 15 de enero había 1.687 personas presas políticas. Según las Naciones Unidas, la cifra acumulada desde 2014 asciende a 18.000.

De tiempo en tiempo el gobierno libera a algunos prisioneros. En los días previos a la juramentación de Maduro el 10 de enero, por ejemplo, liberó a algunos que permanecían detenidos desde las protestas poselectorales del 28 de julio, al mismo tiempo que arrestaba a otros.

¿Cuáles eran las expectativas de la sociedad civil al acercarse la toma de posesión?

La oposición, liderada por María Corina Machado y el presidente electo, González Urrutia, albergaba esperanzas de cambio. Sin embargo, la maquinaria de control del gobierno se puso en marcha, llegando incluso a cerrar tramos de la autopista que conecta el aeropuerto con Caracas, la capital, para impedir cualquier potencial intento de González de regresar al país.

Las redes sociales también promovieron expectativas poco realistas, alimentadas por aliados internacionales como el presidente salvadoreño Nayib Bukele, cuya insinuación de que estaba en Caracas generó confusión. Al final, estas expectativas chocaron con la dura realidad: González no logró regresar para asumir la presidencia.

El desafío principal para la oposición ahora es mantener la esperanza, la cohesión y la atención de la comunidad internacional. Desde el 28 de julio Maduro ha demostrado tener un sólido control de la situación. Aunque la oposición ha logrado movilizar a los votantes, lo que en sí mismo ya constituye un gran éxito dada la falta de condiciones electorales adecuadas, los pasos a seguir no están claros. Por ejemplo, preocupaba que se llevara a cabo una proclamación simbólica similar a la que hizo con Juan Guaidó, reconocido como “presidente interino” entre 2019 y 2022, y que fracasó rotundamente.

La oposición ha incurrido en frecuentes episodios de “aventurerismo” sin un plan sólido, y podría mejorar su estrategia de comunicación, como se evidenció durante el episodio del secuestro de Machado, que duró varias horas, en la jornada de protesta de la víspera de la toma de posesión. Cada intento fallido de transición democrática refuerza el poder del gobierno de Maduro.

¿Cómo reaccionó la comunidad internacional ante la toma de posesión de Maduro?

Ante el fracaso de esfuerzos internos para forzar una transición democrática, la oposición ha buscado internacionalizar la crisis. Desde el 10 de enero, Estados Unidos ha aumentado las recompensas que ofrece por la detención de Maduro, su número dos, Diosdado Cabello, y otros altos funcionarios del régimen, mientras que la Unión Europea ha intensificado su presión con nuevas sanciones focalizadas. Sin embargo, la presión internacional tiene sus límites y ha terminado agudizando la crisis.

La llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos plantea la posibilidad de sanciones más severas contra la industria petrolera venezolana. Pero esta táctica ya se intentó y fracasó en 2019, cuando no logró desalojar a Maduro del poder y en cambio agravó la crisis económica.

Pero también hay países de la región con gobiernos de izquierda, como Colombia y México, que esta vez no han adoptado una postura de solidaridad automática con Maduro. Aunque no se han puesto de acuerdo sobre el camino a seguir, es significativo que sus presidentes no hayan reconocido la victoria de Maduro ni asistido a su toma de posesión.

¿Qué factores podrían favorecer o dificultar una transición democrática?

La clave para una transición efectiva radica en la construcción desde abajo. Por eso es alentador lo que está ocurriendo a nivel de la sociedad civil.

En un entorno adverso, muchas organizaciones continúan trabajando para reconstruir el tejido social, atendiendo temas de salud y alimentación, y fomentando relaciones democráticas a nivel comunitario. También han emergido nuevos grupos que expresan descontento pero que no se alinean con la oposición política tradicional, como Surgentes, un colectivo de investigación, educación e incidencia en derechos humanos, y Madres en Defensa de la Verdad, integrado por madres cuyos hijos adolescentes fueron arrestados en el contexto poselectoral y son infundadamente acusados de terrorismo en violación flagrante de toda garantía del debido proceso.

Aunque las acciones de estas organizaciones son modestas, son importantes como formas de resistencia contra el régimen de Maduro. Todavía logran aprovechar que sus protestas son toleradas por el régimen autocrático: este 21 de enero, por ejemplo, realizaron un plantón en el Ministerio Público. Pero esto puede cambiar en cualquier momento, y pueden ser víctimas de represión. En este sector radica la oportunidad de avanzar en la formación de nuevas coaliciones, como el Frente Democrático Popular, que agrupa a organizaciones políticas y sociales de izquierda e incluye a chavistas disidentes.

Maduro ya ha demostrado que puede gobernar pese a no ser reconocido como legítimo. Todo intento de transición política en Venezuela debe tener en cuenta esta realidad. Aunque el ambiente es pesimista, la esperanza radica en el nuevo movimiento de derechos humanos, el acercamiento entre sectores de la oposición tradicional y estos colectivos, y la apertura a intentos de negociación.