La controversia sobre el podcast de Joe Rogan en Spotify y su reiterada difusión de desinformación sobre la COVID-19 plantea una cuestión más de fondo: la de cómo deben rendir cuentas las empresas que dominan un mercado. Aunque Spotify ha tomado algunas medidas para aclarar lo que constituye desinformación, ha conservado el podcast. Ahora enfrenta crecientes presiones para asumir responsabilidad por los contenidos que produce y distribuye. En tanto que líder del mercado, es blanco legítimo de campañas y acciones de incidencia. Y puesto que está en el negocio de la escucha, debe asegurarse de escuchar las voces críticas y no ofrecer una plataforma desde la cual se difunda desinformación y se siembre la división.

En los dos años que llevamos de pandemia, mucha gente ha tomado conciencia del insidioso poder de la desinformación. Pero también es mucha la gente que ha caído bajo su hechizo y en consecuencia está tomando decisiones que ponen vidas en peligro.

La desinformación puede proceder de fuentes inesperadas. La mayor parte de la atención ha recaído sobre las grandes empresas de redes sociales, pero la controversia en torno del podcast Joe Rogan Experience, de Spotify, debería dirigir la atención hacia los espacios insospechados desde donde se difunde desinformación, así como hacia la responsabilidad de las empresas de prevenirla en vez de beneficiarse de ella.

Contraataque frente a los mitos de la pandemia

Si bien la disputa no empezó con el legendario rockero canadiense Neil Young y su ultimátum para que Spotify optara entre su música y el podcast de Rogan, fue su intervención la que saltó a los titulares y produjo un punto de inflexión. La superestrella del folk Joni Mitchell no tardó en apoyar a Young, pero Spotify dejó claro de qué lado estaba, renunciando a un precioso inventario de música para quedarse con su podcast.

La preocupación por el podcast había surgido por primera vez en enero, cuando 270 profesionales de la salud estadounidenses firmaron una carta en la que instaban a la plataforma de audio a poner en marcha una “política clara y pública para moderar la desinformación”. Lo hicieron después de que el controvertido virólogo Robert Malone apareciera en el programa tras haber sido vetado expulsado de Twitter por propagar desinformación sobre la COVID-19. Había afirmado falsamente que quienes se vacunan tras haber contraído el virus corren un mayor riesgo de sufrir efectos secundarios adversos.

Esta no había sido la única afirmación manifiestamente falsa vertida por Rogan y sus invitados. Otro invitado promocionó la ivermectina, un medicamento antiparasitario para animales, como supuesta cura para la COVID-19. Rogan afirmó erróneamente que la vacuna contra la COVID-19 es una “terapia genética” y que los riesgos que conlleva para la salud de las personas jóvenes son peores que los de contraer la enfermedad. En conjunto, estas afirmaciones inexactas podrían disuadir a muchos oyentes de recurrir a vacunas de eficacia probada que salvan vidas.

Se trató de desinformación en gran escala. Rogan tiene una enorme llegada: se ha reportado que cada uno de sus episodios tiene una audiencia de 11 millones de personas.

Spotify debe atenerse al Principio Peter Parker: un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Aunque Spotify no retiró los podcasts de Rogan, la movida de Young tuvo un rápido impacto. A los podcasts que contenían desinformación evidente sobre la COVID-19 se les añadieron advertencias de contenido junto con enlaces a páginas que proporcionaban información correcta. Rogan prometió que se esforzaría más por cuestionar las opiniones controvertidas.

Pero parece poco probable que Rogan modifique significativamente la fórmula que sus fans disfrutan y que lo hizo famoso: una selección ecléctica de invitados, que ha incluido a numerosos teóricos de la conspiración y figuras de la extrema derecha, y un estilo conversacional, en virtud del cual las afirmaciones incorrectas y las opiniones incendiarias rara vez son cuestionadas por el anfitrión.

Una vez que Rogan quedó colocado en el punto de mira, la polémica se intensificó. La cantante India.Arie recopiló y compartió un video en el que se veía a Rogan utilizando insultos racistas en múltiples ocasiones en podcasts anteriores; Arie insistió en que su música también fuera quitada de la plataforma. Rogan se disculpó y retiró numerosos episodios. Spotify los condenó y prometió invertir 100 millones de dólares en contenidos procedentes de “grupos históricamente marginados”.

Spotify también anunció que ha elaborado de directrices sobre contenidos. Cabe preguntarse por qué no lo había hecho antes de que estallara la controversia.

El modelo de negocios

Spotify apoya el podcast de Rogan porque encaja con su modelo de negocios y da buenos resultados financieros. Habiéndose iniciado como un servicio de streaming de música, en los últimos años Spotify ha hecho una gran inversión en podcasts. En 2020 pagó a Rogan 100 millones de dólares para tener su podcast en exclusiva. También ha gastado más de 1.000 millones de dólares en los últimos años para comprar empresas de podcasts. Se trata de una inversión de la que la empresa simplemente no podía desprenderse.

La extensión de Spotify al ámbito de los podcasts tiene una lógica de mercado sólida. Los podcasts, que durante mucho tiempo han sido el refugio de aficionados y entusiastas, están cada vez más profesionalizados y dominados por grandes figuras. Para mucha gente, sus podcasts favoritos se han convertido en una parte central de su rutina semanal. Spotify quiere que la gente vuelva a la plataforma una y otra vez, pagando suscripciones para asegurarse un acceso continuo. También gana dinero vendiendo publicidad en los podcasts producidos por sus empresas, y en el caso de podcasts exclusivos con millones de oyentes, se trata de mucho dinero.

Mediante esta inversión en podcasts, Spotify pretende limitar la influencia de las discográficas. En algún momento éstas podrían intentar retirar sus catálogos de la plataforma y crear sus propios servicios, como ha ocurrido en el más fragmentado mercado del video vía streaming, quedándose con una mayor tajada del dinero de las suscripciones.

Spotify sabía lo que estaba comprando cuando firmó un acuerdo de exclusividad con Rogan. El segmento demográfico al que apunta -básicamente, hombres estadounidenses jóvenes- cuenta con una renta disponible que lo convierte en un mercado clave para los servicios de suscripción. El tono agresivo les sienta bien. Es posible que Spotify haya considerado la controversia como un precio aceptable a pagar, o incluso como una buena estrategia de marketing.

Pero en la medida en que prioriza los podcasts y paga por programación exclusiva, es cada vez menos creíble la afirmación de Spotify -similar a la largamente reiterada por las grandes empresas de redes sociales- de que es una mera plataforma tecnológica que proporciona servicios a través de los cuales se contactan productores y consumidores de contenidos. Spotify se ha convertido en un productor de contenidos; en la práctica, es una empresa de medios de comunicación. En función de ello se le debe exigir un alto nivel de responsabilidad cuando los podcasts que financia y de los cuales se beneficia directamente difunden desinformación en materia de salud pública o contenidos racistas.

Poder y responsabilidad

Las empresas que dominan mercados tienen responsabilidades tanto mayores. Spotify es, sin duda, el líder del mercado de streaming de audio. Tiene alrededor de 365 millones de usuarios anuales, de los cuales aproximadamente 165 millones son suscriptores pagos. Está muy por delante de su competidor más cercano, Apple Music, que recientemente declaró tener 60 millones de usuarios. Para los productores de podcasts que buscan monetizar sus productos, Spotify parece ser, cada vez más, la única opción.

No es la primera vez que Spotify es acusado de abusar de su posición de mercado. Hace tiempo que es objeto de críticas por parte de los músicos por el pago escaso de derechos de autor y la falta de transparencia al respecto. Se lo ha acusado de construir su posición dominante pagándoles poco a quienes proporcionan la sustancia creativa de la música. La campaña Justicia en Spotify, del Sindicato de Músicos y Trabajadores Afines de Estados Unidos, ha señalado que, en promedio, los artistas reciben apenas 0,0038 dólares cada vez que alguien reproduce una canción, lo que significa que se necesita alcanzar 263 reproducciones para ganar un dólar.

En tanto que actor dominante, Spotify es un blanco evidente para las acciones de incidencia. No debería esperar otra cosa que reclamos de responsabilidad y rendición de cuentas. Esto es precisamente lo que está en el centro de esta controversia. Por supuesto, en épocas de gran polarización los acontecimientos pasan rápidamente a ser percibidos a través del prisma de batallas culturales que los trascienden. Pero Rogan no es un adalid de la libertad de expresión, y quienes retiran su música y sus podcasts de Spotify no están tratando de prohibirlo o expulsarlo. La gente es libre de decidir no utilizar el servicio o retirar sus contenidos de la plataforma, y es razonable que utilice las escasas herramientas de que dispone para exigir rendición de cuentas a la empresa.

En esencia, se le exige a Spotify que se atenga al Principio Peter Parker: un gran poder conlleva una gran responsabilidad. El público espera que la empresa líder del mercado asuma la responsabilidad que se deriva tanto de su acción como de su inacción, y está en lo cierto.

NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN

  • Spotify debería realizar una amplia consulta para elaborar directrices de contenido más sólidas que impidan la difusión de desinformación y la incitación al odio en su plataforma.
  • La sociedad civil debe trabajar para seguir desarrollando servicios de chequeo de información que ayuden a combatir la desinformación.
  • Spotify debe establecer vínculos y negociar con los órganos del sector, incluidos los sindicatos de músicos, para desarrollar un plan de pago de derechos más justo y transparente.

Foto ilustración de portada de Cindy Ord/Getty Images