Contra todo pronóstico, las elecciones anticipadas celebradas en España el 23 de julio no resultaron en la entrada en el gobierno del partido de extrema derecha Vox de la mano del conservador Partido Popular (PP). La victoria del PP sobre el Partido Socialista (PSOE) fue mucho más ajustada de lo esperado y la feroz campaña antiderechos de Vox resultó obviamente contraproducente, reportándole importantes pérdidas. Sin ningún otro partido dispuesto a apoyar un gobierno que incluya a Vox, el resultado más probable es un gobierno de minoría liderado por el PSOE. Pero si ninguno de los partidos mayoritarios consigue formar gobierno habrá que convocar a nuevas elecciones, ofreciendo un nuevo espacio a la avanzada antiderechos y una segunda oportunidad a la extrema derecha para llegar al poder.

Hubo varias cosas inusuales en las elecciones españolas del 23 de julio: en primer lugar, el hecho de que se realizaran en pleno verano, con gran parte del país bajo un calor abrasador. Pero la ciudadanía acudió a las urnas a sabiendas de que era mucho lo que estaba en juego: el presentismo, de más de 70%, superó al registrado en las elecciones anteriores, celebradas en noviembre de 2019.

Durante largo tiempo ha circulado en España la idea de que el país está vacunado contra el fascismo, por llevar a cuestas el trauma de la larga dictadura franquista. Pero en vísperas de estas elecciones España parecía encaminada, como muchos otros países europeos, hacia la normalización de la extrema derecha e incluso a su entrada en el gobierno.

La campaña para estas elecciones se ha visto plagada de expresiones de homofobia y transfobia. Veo el futuro con temor. Fui adolescente en la época de la dictadura de Franco y temo a la idea de que podamos volver a eso.

EMILIO DE BENITO

Las elecciones anticipadas fueron convocadas en reacción a los resultados de las elecciones regionales y locales del 28 de mayo, en las que el Partido Popular (PP), conservador de corte tradicional, se impuso rotundamente, y tras las cuales el partido de extrema derecha Vox ingresó a algunos gobiernos regionales en coalición con él. Se temía que Castilla y León, Extremadura y Valencia, donde ambos comparten el poder, fueran el futuro de España.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, del Partido Socialista (PSOE), respondió apostando a que unas elecciones generales anticipadas pudieran movilizar a una izquierda unida frente al temor de la llegada de la extrema derecha al gobierno nacional. Hasta cierto punto, la jugada funcionó: Vox retrocedió y, al menos de momento, perdió su oportunidad de llegar a ser gobierno.

Ahora el ganador podría acabar perdiendo, y el perdedor podría acabar ganando. Por haberse impuesto por un margen mucho más estrecho de lo esperado, y con Vox habiendo perdido numerosos escaños, es poco probable que el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, pueda formar un gobierno de coalición. El actual presidente, Sánchez, tiene más opciones de coalición y podría intentar formar gobierno y mantenerse al mando. Si ninguno de los dos lo consiguiera, habría que convocar a nuevas elecciones dentro de unos meses, abriendo un prolongado periodo de incertidumbre.

Ganadores y perdedores

Los sondeos pronosticaban una victoria del PP clara pero no lo suficientemente amplia como para que pudiera gobernar en solitario. También se esperaba un buen resultado de Vox, lo cual le convertiría en la probable fuente de los escaños que el PP necesitaría para formar una coalición – a menos que el PP obtuviera suficientes escaños como para hacer plausible un gobierno de minoría.

Pero las encuestas se equivocaron – o quizá los resultados pronosticados empujaron a la gente a las urnas para intentar impedir que Vox entrara en el gobierno. En cualquier caso, la victoria del PP fue mucho más ajustada de lo esperado: quedó primero con el 33% de los votos, lo cual se traduce en 136 escaños, por encima de los 89 que obtuvo en 2019, pero bastante lejos de los 176 necesarios para alcanzar la mayoría.

El segundo puesto que obtuvo el PSOE, con 31,7%, fue motivo de celebración: habiendo capeado una pandemia y los impactos económicos de una guerra en Europa, recibió un millón de votos más que en 2019 y ganó dos escaños adicionales, sumando 122. La razón por la que pasó del primero al segundo puesto radicó en la desaparición de un partido de derecha, Ciudadanos, al que le fue tan mal en las elecciones locales y autonómicas que decidió no presentarse a las elecciones de julio. La mayoría de sus votos emigraron al PP en vez de alimentar a Vox.

Ubicado en el tercer puesto, Vox fue el mayor perdedor: obtuvo 33 escaños, 19 menos que en 2019. La plataforma de izquierda Sumar, que incorpora al socio de coalición del PSOE, Unidas Podemos, quedó cuarta con 31 escaños, cuatro menos que los anteriormente obtenidos por Podemos.

Aún falta contabilizar los votos emitidos por ciudadanos españoles en el exterior, una cantidad nada desdeñable. Estos suelen inclinarse hacia la izquierda: desde mediados de la década de 1980, cuando estos votos empezaron a contar, el PSOE ha sacado mayoría siete veces, incluidas las tres últimas elecciones generales, mientras que el PP y Podemos se han impuesto dos veces cada uno. Esta vez, se especula que estos votos podrían aportar dos o tres escaños adicionales al PSOE, y quizá uno más a Sumar.

La guerra cultural

El estado de la economía suele ser decisivo en los resultados electorales –inevitablemente en detrimento de los oficialismos- cuando las cosas van mal. En cambio, cuando se percibe que marcha bien, la economía tiende a perder prominencia como tema de campaña. La economía española se encuentra actualmente entre las de mayor crecimiento de Europa, la inflación ha disminuido y la tasa de desempleo, antaño arrastrada por catastróficamente altas tasas de desempleo juvenil, se ha reducido drásticamente. La estrella ascendente del gobierno es su ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, de Sumar, responsable de medidas populares tales como el aumento del salario mínimo.

Hubo cierto debate sobre el acceso a la vivienda, y todos los partidos ofrecieron propuestas para abordar este problema, pero en general la campaña electoral versó sobre algo totalmente distinto. Gran parte de la discusión se enfocó en los posibles socios de coalición de los dos principales contendientes. El PP fue cuestionado, incluso desde sus propias filas, por sus alianzas con Vox, mientras que en el caso del PSOE, la polémica se centró en sus vínculos con el separatismo catalán y otros partidos independentistas.

Cataluña cuenta con un movimiento independentista de larga data, y sus partidos independentistas tienen una importante representación a nivel nacional. Desaparecido el antiguo bipartidismo, sus escaños pueden marcar una diferencia crucial a la hora de formar gobierno. Durante la campaña, la oposición de derecha denunció los acuerdos parlamentarios del PSOE con Izquierda Republicana de Cataluña, una coalición independentista catalana, así como con EH Bildu, un partido independentista vasco que incluye a algunos antiguos miembros de la extinta organización terrorista ETA. También intentaron sacar provecho de la polémica generada por el indulto que en 2021 el gobierno concedió a nueve dirigentes catalanes encarcelados por su rol en el referéndum ilegal de 2017 y la posterior declaración unilateral de la independencia de Cataluña.

Sánchez defendió los logros sociales de su gobierno, así como su política para Cataluña, que de hecho pareció dar frutos electorales, ya que el PSOE aumentó su caudal de votos en Cataluña, en parte a expensas de los partidos independentistas, que perdieron varios escaños.

Pero fue Vox quien marcó el tono de la campaña, empeñado en resucitar el fantasma del terrorismo antiespañol al tiempo que creaba un nuevo monstruo bajo la forma de la diversidad y la igualdad sexual y de género. Irónicamente, el extremismo del planteamiento de Vox probablemente acabó empujando a muchos de sus votantes a los brazos del PP, pretendidamente más moderado, y contribuyó a que la coalición gobernante cerrara filas en defensa de los derechos que tanto había costado conseguir.

Auge -¿y caída? - de la reacción antiderechos

Durante casi una década, España fue testigo del crecimiento de Vox. Fundado a fines de 2013, este partido dio su gran salto a la arena nacional en 2019, año en que tuvieron lugar dos elecciones. Mientras el apoyo al PP caía en picada a causa de un escándalo de corrupción, Vox veía su voto pasar de apenas 0,2% en 2016 a más de 10% en abril de 2019 y 15% en noviembre de ese año, cuando se convirtió en el tercer partido parlamentario.

Vox se posiciona como defensor de los valores católicos tradicionales. Además de xenófobo y antimusulmán, se declara antifeminista y contrario a lo que denomina “ideología de género” y al “lobby LGBT”. Hace campaña contra el aborto y en defensa de los roles familiares tradicionales. Reclama la derogación de la Ley de Violencia de Género de 2004, a la que califica de discriminatoria para con hombres y niños. Niega la existencia misma de la violencia de género.

Vox ataca sistemáticamente a los grupos de la sociedad civil que se movilizan por derechos sexuales y reproductivos y por el reconocimiento de la diversidad sexual y de género, a los que denuncia como “comunistas” y “feminazis”. Una de sus propuestas más recientes es el llamado “pin parental”, que busca dar a los padres el control de la educación: si se aprobara, las autoridades de las escuelas tendrían que pedir autorización a los padres para incluir a los niños en actividades que pudieran ser “ideológica o moralmente” contrarias a las convicciones de la familia, incluida la educación sexual.

También montó una feroz campaña de desinformación contra la Ley de Garantía de la Libertad Sexual aprobada en 2022. También conocida como la ley del “sólo sí es sí”, esta ley se estructura en torno al principio del consentimiento y busca hacer frente a la impunidad generalizada por la violencia sexual y de género. Vox afirmó falsamente que la nueva ley no protegería a los hombres víctimas de violencia sexual, vulneraría el derecho a la presunción de inocencia de los acusados y obligaría a la firma de un “contrato de consentimiento” antes de mantener relaciones sexuales, entre otras afirmaciones intencionadamente engañosas.

Más recientemente, Vox se opuso con uñas y dientes a la aprobación de la Ley Trans y acudió a los tribunales para impugnarla. Aprobada en febrero de 2023, esta ley busca garantizar la igualdad de derechos de las personas transgénero y prohibir las llamadas “terapias de conversión”.

El ascenso de Vox y sus vistosas campañas han sido constante y generosamente financiados por Hazte Oír, una organización española antiderechos ultracatólica fundada en 2001, y por su plataforma CitizenGo, que desde 2013 ha trabajado para exportar las campañas de Hazte Oír a unos 50 países de todo el mundo.

La campaña electoral trajo consigo más del discurso habitual de Vox, centrado en revertir leyes que reconocen derechos, y particularmente la Ley de Violencia de Género, la Ley del Aborto, la Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Garantía de la Libertad Sexual y la Ley Trans. Pero también coincidió con la toma de posesión de los gobiernos autonómicos elegidos en mayo, entre ellos aquellos en los que ahora participa Vox. Diversos actos de censura cultural, como la retirada de la bandera arco iris del Ayuntamiento de Valencia, ofrecieron una pequeña muestra de cómo podría ser una España gobernada por Vox. A mucha gente no les gustó lo que vio.

Voces desde las primeras líneas

Emilio de Benito es vocal de Salud y Mayores del Colectivo LGTB+ de Madrid (COGAM).

 

Tenemos un problema: el aumento de los discursos de odio propagados por la ultraderecha, representada por Vox, e incluso por el más tradicional partido conservador, el PP. La campaña para estas elecciones se ha visto plagada de expresiones de homofobia y transfobia. Hemos visto a políticos negarse a dirigirse a personas trans de manera consistente con su identidad de género y amenazar con abolir leyes que han consagrado derechos, tales como la Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley Trans. Esto se ha visto reflejado en un aumento del acoso contra las personas LGBTQI+ tanto en las aulas como en la calle. Según datos oficiales, el año pasado, los delitos de odio en España aumentaron 45%, aunque es posible que la cifra real sea bastante mayor, porque la gente no siempre denuncia.

Ahora mismo, en esta encrucijada, veo el futuro con temor. Fui adolescente en la época de la dictadura de Franco y lo viví con miedo. Ahora le temo a la idea de que podamos volver a eso.

En las últimas décadas muchas personas nos han aceptado, pero no todas lo han hecho por las mismas razones. Mucha gente lo ha hecho porque no se atrevía a manifestar su rechazo, porque estaba mal visto. Pero ahora los sectores en que el rechazo está bien visto están creciendo.

El otro día en un debate público a una chica trans miembro de un partido la llamaron “enferma crónica”. Los parlamentarios autonómicos se empeñan en dirigirse a las diputadas trans en masculino. Hasta hace poco quien pensaba estas cosas se las callaba porque no estaban bien vistas y se temía el rechazo social. Pero ahora hay un público envalentonado para expresar su odio. Y esto continuará al margen de lo que pase en las elecciones, porque los sectores que defienden el odio tienen una presencia pública que trasciende al parlamento. Por eso temo por el destino de las leyes igualitarias, pero más le temo a la calle.

Este es un extracto editado de nuestra conversación con Emilio. Lea la entrevista completa aquí.

Negociaciones de final abierto

En España, para formar gobierno en un primer intento se requiere una mayoría absoluta de 176 escaños, pero si nadie gana la primera votación parlamentaria, en las siguientes votaciones basta con una mayoría simple, siempre y cuando un número suficiente de diputados se abstenga.

Durante la campaña, el PP expresó su preferencia por gobernar en solitario, pero nunca descartó una coalición con Vox. De haber llegado a algún punto cercano a la mayoría absoluta, podría haber presionado al PSOE para que se abstuviera y le permitiera formar un gobierno de minoría con la promesa de cerrarle las puertas a Vox. Pero sus pobres resultados han eliminado esta posibilidad.

Los dos partidos mayoritarios han salido más fuertes de lo que han estado en mucho tiempo, pero siguen necesitando del apoyo de los partidos situados a sus flancos izquierdo y derecho. El PP podría así reunir como máximo 171 votos a favor, pero cabe esperar que los 179 votos restantes sean en su contra. Nadie más quiere formar parte de o siquiera habilitar una coalición que incluya a Vox.

El PSOE puede contar con 172: 122 propios y 31 de Sumar, más 19 de los partidos vascos, catalanes y gallegos que hasta ahora han apoyado a su gobierno. Esto le da la llave del poder a Junts per Catalunya (JxCat), un partido nacionalista catalán de derecha. JxCat nunca apoyaría al PP, pero para abstenerse y permitir un gobierno liderado por el PSOE insiste en dos condiciones que parecen imposibles: un referéndum vinculante sobre la autodeterminación de Cataluña y amnistía para todos los procesados por su rol en el referéndum de 2017.

Por ahora, la situación está en punto muerto. Si no se alcanza un acuerdo se convocará a nuevas elecciones, lo cual podría dar lugar a otra campaña en la que florecerían la desinformación antiderechos y el discurso de odio, mientras la extrema derecha hace un segundo intento de entrar en el gobierno nacional. Se avecinan tiempos inciertos.

NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN

  • Los partidos políticos, incluido el Partido Popular, deben comprometerse a no formar ni permitir un gobierno de coalición que incluya a Vox.
  • Todos los partidos políticos deben comprometerse a respetar las leyes vigentes que reconocen derechos.
  • La sociedad civil debe continuar defendiendo los derechos de las mujeres y las minorías sexuales y de género, que probablemente seguirán siendo objeto de ataques, en particular en una eventual segunda campaña electoral.

Foto de portada de Thomas Coex/AFP vía Getty Images