“Pese al objetivo declarado de democratizar el Poder Judicial, el gobierno busca socavar su independencia”
CIVICUS conversa acerca de la reforma judicial en México con Carlos Pelayo Moller, abogado constitucionalista, experto en derechos humanos y doctor en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México.
Hacia el final de su mandato, el presidente Andrés Manuel López Obrador impulsó un paquete de enmiendas constitucionales relativas al poder judicial. El principal cambio fue la elección popular de los jueces. La propuesta, aprobada el 15 de septiembre, desató protestas masivas de jueces y trabajadores judiciales y generó tensiones diplomáticas con Estados Unidos. Su implementación queda en manos de la nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, del mismo partido que su predecesor. El gobierno sostiene que la reforma contribuirá a la lucha contra la corrupción, mientras que sus críticos afirman que consolidará el poder presidencial y erosionará la independencia judicial.
¿Cuáles son los principales elementos de la reforma judicial?
Uno de los cambios más significativos es la elección por voto popular de jueces y magistrados, a nivel tanto federal como estatal, rompiendo con el sistema tradicional de nombramientos que, en particular a nivel federal, eran por concurso dentro de un esquema de carrera judicial. Incluso las personas que ya poseen la titularidad de un cargo serán sometidas a votación popular en dos elecciones nacionales previstas para los años 2025 y 2027.
La reforma también reduce el número de ministros de la Suprema Corte de once a nueve, reduce los requisitos para ocupar cargos judiciales y elimina el carácter vitalicio de los cargos de jueces y magistrados.
Para supuestamente proteger a los jueces, se introduce la figura de los “jueces sin rostro” para darles anonimato en casos que involucran al crimen organizado. Esta medida es profundamente regresiva ya que es contraria a diversos estándares de debido proceso a nivel internacional y a la jurisprudencia constante de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. La reforma también limita los efectos generales de la suspensión provisional o medida cautelar en los juicios de amparo, que son procesos judiciales para proteger derechos consagrados constitucionalmente.
El Consejo de la Judicatura Federal será reemplazado por dos nuevas instituciones: un Órgano de Administración Judicial, responsable de la gestión administrativa del Poder Judicial federal, y un Tribunal de Disciplina, que investigará, sustanciará y sancionará conductas indebidas.
La reforma modifica drásticamente las formas de selección, actuación y supervisión de la labor de jueces y magistrados a nivel federal y estatal. Pese a su objetivo declarado de democratizar el Poder Judicial, lo que busca en el fondo es socavar su independencia.
¿Existen experiencias recientes de reformas similares?
Ha habido varios casos recientes de reformas judiciales profundas, no necesariamente impulsadas con un ánimo democratizador. Generalmente estas reformas se orientan a reducir las facultades y la independencia de la judicatura. No obstante, estos intentos no siempre han prevalecido. En Israel, por ejemplo, el primer ministro Benjamín Netanyahu intentó imponer una reforma para reducir la independencia judicial que desató protestas masivas y fue anulada por la Corte Suprema por ser “extremadamente irrazonable”.
En América Latina los intentos de debilitar a los tribunales frente al Poder Ejecutivo han sido frecuentes en países como Argentina, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua y Venezuela. Estos intentos no han sido privativos de gobiernos con una determinada ideología política: han sido implementados con el fin de acotar o incluso eliminar los sistemas de control constitucional por partidos y movimientos tanto de derecha como de izquierda. Cuando las reformas prosperan, la judicatura se convierta en un mero apéndice del Poder Ejecutivo.
¿Cómo han reaccionado la comunidad judicial, la sociedad civil y la oposición mexicanas?
La velocidad con que se aprobó la reforma dejó poco margen para que actores clave reaccionaran. El gremio de la abogacía apenas tuvo tiempo para expresar su oposición, mientras que en el ámbito académico los foros de discusión fueron limitados y de escaso impacto.
Dentro del Poder Judicial, las respuestas fueron diversas. En los tribunales estatales predominó el silencio, excepto en casos puntuales como el de Ciudad de México. En el Poder Judicial de la Federación, en cambio, los trabajadores organizaron un paro por tiempo indefinido en señal de protesta.
Por su parte, la oposición política, debilitada tras las elecciones presidenciales de junio en las que Sheinbaum obtuvo casi el 60% de los votos, se manifestó fuertemente en contra de la reforma en el Congreso de la Unión. Sin embargo, aún no ha logrado reagruparse de manera efectiva para enfrentar los desafíos que implica su implementación.
En cuanto a la sociedad civil, diversas organizaciones han expresado su preocupación y rechazo. Pero la complejidad técnica de la reforma ha dificultado una discusión amplia a nivel nacional. La falta de difusión de sus contenidos ha limitado el debate público.
¿Cuáles son los próximos pasos en la implementación?
La implementación avanza de manera muy acelerada, posiblemente porque el gobierno busca aprovechar el clima político favorable tras las elecciones. Al momento, ya ha sido emitida la legislación secundaria correspondiente y han sido seleccionados por sorteo público los cargos que irán a elección en 2025 y 2027 respectivamente. El próximo paso es preparar la primera elección y diseñar una hoja de ruta para la creación de las nuevas instituciones que sustituirán al actual Consejo de la Judicatura Federal.
Sin embargo, no está dicha la última palabra. El escenario podría cambiar si la Suprema Corte responde a las impugnaciones judiciales interpuestas por partidos políticos de oposición y numerosos jueces de todo el país invalidando total o parcialmente la reforma. No obstante, en México hasta la fecha nunca ha sido invalidada una reforma constitucional, por lo que esto podría desembocar en una profundización de la crisis constitucional y política que atraviesa el país.
La reforma judicial difícilmente prosperará sin la colaboración de los integrantes del Poder Judicial de la Federación y de los estados. Al día de hoy prevalece un rechazo generalizado del gremio judicial a lo que está ocurriendo. Lo ideal, aunque improbable, sería que el gobierno federal convocara a un diálogo nacional para revisar la reforma con la participación de todos los sectores involucrados. Pero hasta ahora ha ocurrido lo contrario: la creación y primera fase de implementación de la reforma ha sido improvisada y no ha incluido instancias de diálogo.
¿Cuáles serán las consecuencias de la reforma?
La reforma reconfigurará totalmente a la judicatura federal y estatal. La elección popular cambiará radicalmente el perfil de jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte, que será menos técnico y más político, lejos de la tradición de los jueces de carrera. Todo ciudadano que cumpla con ciertos requisitos mínimos, como poseer título para ejercer la abogacía, un promedio de ocho puntos sobre diez y recomendaciones de vecinos y amigos, podrá postularse. No se evaluará en profundidad la idoneidad de los aspirantes. A los actuales ministros de la Corte se les está ofreciendo una pensión vitalicia si renuncian a sus cargos antes del cierre de la convocatoria.
El énfasis en el componente supuestamente democratizante de la reforma desvía la atención de los problemas más profundos del sistema de impartición de justicia en México, tales como la ineficiencia de las fiscalías, el mal funcionamiento de la policía y la complejidad y excesivo formalismo del sistema legal. Si no se abordan estos problemas estructurales, no se alcanzará el objetivo último, que es el de mejorar el acceso a la justicia.
En última instancia, lo que está en juego es el futuro de la democracia en México. Porque la democracia no se agota en las elecciones, sino que es una forma de vida basada en el diálogo, el respeto a los derechos humanos y los frenos y contrapesos institucionales que previenen los abusos de poder, entre los cuales se destaca la plena e independiente labor de Poder Judicial en todos sus ámbitos de competencia.