Histórico giro a la izquierda en Colombia
La victoria de Gustavo Petro en las elecciones presidenciales de Colombia de junio de 2022 representa la llegada de la izquierda al poder por primera vez en la historia moderna de ese país. La compañera de fórmula de Petro, la activista ambiental afrocolombiana Francia Márquez -una mujer negra de orígenes humildes- será la primera mujer negra en ocupar la vicepresidencia. Su triunfo recoge las demandas de las protestas movilizadas desde noviembre de 2019, que por fin tienen ahora una oportunidad de ser escuchadas. Petro, sin embargo, enfrenta el doble desafío de unir a las dos Colombias que se enfrentaron durante la campaña y dar respuesta a los descontentos acumulados para evitar el resurgimiento de las protestas callejeras.
El domingo 19 de junio se produjo un cambio muy esperado en la política colombiana: por primera vez en la historia moderna del país, un candidato de izquierda ganó las elecciones presidenciales. En segunda vuelta, el senador Gustavo Petro, al frente de la alianza Pacto Histórico, derrotó al empresario y outsider político Rodolfo Hernández, líder de la Liga Anticorrupción, con una participación electoral récord de más del 58%.
Ninguno de los contendientes representaba a un partido tradicional. Ambos trataron de responder al descontento generalizado con la política tradicional que se ha expresado repetidamente en las calles. Ambos representaban el cambio, pero en versiones muy diferentes.
La tercera es la vencida
Petro compitió por la presidencia por primera vez en 2010, cuando quedó en cuarto lugar, y nuevamente en 2018, cuando salió segundo, perdiendo ante Iván Duque. Pero en esas elecciones, el ex guerrillero del M-19 no tuvo ninguna oportunidad. En un país profundamente marcado por décadas de conflicto armado, el estigma del extremismo violento continuaba persiguiéndolo, pese a que había dejado las armas e ingresado en la política institucional varias décadas atrás.
La campaña de 2018 se había centrado mayormente en los acuerdos de paz alcanzados en 2016 con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), coronados por un referéndum fallido donde se había impuesto la oposición a la firma de los acuerdos de paz. La campaña de 2022, en cambio, fue la primera en mucho tiempo que no estuvo centrada en la seguridad. Esto abrió una ventana de oportunidad para un candidato con una agenda social progresista dispuesto a responder a las demandas de justicia económica repetidamente movilizadas en las calles desde noviembre de 2019.
La primera vuelta electoral, celebrada el 29 de mayo, tuvo un resultado sorpresa: Hernández, un millonario de 77 años, sensación en TikTok y portador de un mensaje anticorrupción vago y simplista, quedó en segundo lugar, por delante del candidato que se esperaba que compitiera en la segunda vuelta, Federico Gutiérrez.
Hernández y Petro llevaron adelante campañas muy diferentes. Hernández -un personaje políticamente incorrecto, propenso a las meteduras de pata y al sensacionalismo- compartió un mensaje breve y simple que prometía “acabar con el robo”, mientras que Petro se arriesgó a presentar ideas más complejas, delineando un programa económico y social que incluía reformas de los sistemas de salud y de pensiones. Por diferentes razones, ambos fueron presentados como populistas, y la segunda vuelta fue descripta como una batalla entre un populista de izquierda y uno de derecha, liderada por dos exalcaldes -Petro de Bogotá y Hernández de Bucaramanga- que tenían en común el rechazo de la política tradicional, y en particular del legado del ex presidente y poder en las sombras Álvaro Uribe.
En la noche del 29 de mayo, Gutiérrez y otros candidatos que habían quedado fuera de competencia anunciaron su apoyo a Hernández. Se especuló con que muchos votantes, que habían optado por ellos por temor a las inclinaciones izquierdistas de Petro, les seguirían, y que el apoyo a Petro podría haber tocado su techo. Pero Petro respondió ampliando sus apoyos.
La violencia como telón de fondo
En algunas regiones de Colombia había serias dudas de que las elecciones pudieran desarrollarse con normalidad. Aunque la guerrilla de las FARC se había mayormente desmovilizado tras la firma de los acuerdos de paz de 2016, el conflicto armado sigue siendo una realidad en algunas regiones, donde siguen activos un grupo guerrillero más pequeño, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), elementos disidentes de las FARC, grupos paramilitares y cárteles de la droga.
Según el Observatorio de Derechos Humanos y Conflictividades del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), solamente en los cinco primeros meses de 2022 se produjeron 44 masacres en Colombia, con el resultado de 158 personas asesinadas, en su mayoría líderes comunitarios y personas defensoras de derechos humanos.
Los grupos armados se volvieron más activos durante la campaña electoral. En mayo, la Defensoría del Pueblo publicó un informe que detallaba las actividades de varios grupos armados ilegales, entre ellos el ELN y el Clan del Golfo, el cual durante varios días mantuvo un paro armado -una paralización de actividades impuesta mediante la amenaza de violencia- en varios municipios. En este contexto, muchos periodistas fueron amenazados y varios medios de comunicación en línea debieron cesar sus actividades como consecuencia directa de las amenazas.
Colombia sigue siendo el país más mortífero del mundo para el activismo ambiental. Según el informe 2021 de Global Witness, 65 personas defensoras de la tierra, el medio ambiente y los derechos humanos de los pueblos indígenas fueron asesinadas en Colombia en 2020. No hay razón para pensar que el próximo informe ofrecerá un panorama más benévolo.
¿Cambio de qué tipo?
Tanto Hernández como Petro prometieron cambios a una ciudadanía harta de la violencia armada, la injusticia económica y la exclusión social, demandas que se volvieron tanto más urgentes a causa de los devastadores impactos de la pandemia. Pero lo único que ofreció Hernández fue un vago mensaje anticorrupción, socavado por el hecho de que él mismo enfrentaba acusaciones de corrupción. Petro se comprometió a hacer frente a la exclusión socioeconómica, prometiendo aumentar los ingresos del Estado para financiar la seguridad social mediante el cobro de impuestos a las corporaciones y a las personas de alto patrimonio.
Petro se movió sobre una línea muy delgada, tratando de no ahuyentar los votos centristas que necesitaba para ganar la elección mientras prometía un cambio lo suficientemente radical como para atraer a los votantes desencantados con el desempeño de las anteriores administraciones de derecha y centroderecha. Tejió alianzas pragmáticas con políticos de partidos tradicionales, se comprometió a respetar la propiedad privada y prometió no intentar mantenerse en el poder más allá de su único mandato constitucional. En su discurso de victoria destacó la necesidad de desarrollar el capitalismo en Colombia, “no porque lo adoremos, sino porque primero hay que superar la premodernidad y el feudalismo”.
También se apoyó cada vez más en su compañera de fórmula, Francia Márquez -una activista ambientalista afrocolombiana de origen social humilde que encarnaba la promesa de un futuro mejor para la mayoría de los colombianos- para sostener el entusiasmo.
Voces desde las primeras líneas
Gina Romero es directora ejecutiva de la Red Latinoamericana y del Caribe para la Democracia (RedLad), una organización de la sociedad civil que promueve el ejercicio pleno de la democracia como una forma de vida en pos del bien común en las Américas.
Fue una campaña de emociones fuertes. El miedo jugó un gran rol. Mucha gente en Colombia teme a todo proyecto de izquierda. Además, Colombia es un país racista, clasista y misógino, por lo que una figura como la de Márquez también generaba miedo.
La campaña anti-Petro hizo circular desinformación con el único objetivo de generar temor, en forma muy similar a lo que ocurrió en la campaña para el plebiscito por la paz. Entre estos temores infundados se destacó el de que Colombia se convertiría en una nueva Venezuela, ya que Petro querría quedarse eternamente en el poder, como lo hizo en su momento el venezolano Hugo Chávez. Otra idea asociada al destino de Venezuela fue la del empobrecimiento, la devaluación de la moneda y la hiperinflación. También se habló mucho de la posible reacción empresarial frente a un eventual gobierno de izquierda y de la gran salida de empresas del mercado colombiano que ocurriría en ese caso.
También se infundió miedo a la ciudadanía con el uso irresponsable del calificativo “guerrillero” en referencia a Petro, que en el pasado fue militante del M19, una guerrilla hoy desmovilizada. Petro tiene ya una larga carrera política civil y desde hace décadas no tiene nada que ver con ningún grupo al margen de la ley. Pero el estigma sigue instalado, lo cual demuestra lo mucho que Colombia todavía debe avanzar en su proceso de reconciliación.
La desinformación y la violencia digital también se ensañaron con las dos candidatas mujeres que hubo en esta elección: Ingrid Betancourt, quien compitió en la primera vuelta presidencial, y Márquez. Muchas investigaciones sobre violencia digital sostienen que cuando hay mujeres en política, se utiliza información personal sobre ellas y se tergiversan los datos. Pero en el caso de Márquez hubo un verdadero discurso de odio racializado. Se dijeron cosas horribles sobre ella, tanto por su historia personal y su pasado como mujer muy pobre, como por ser una mujer negra. Se escucharon los peores chistes racistas y misóginos.
En su mayoría, los medios de comunicación tradicionales han hecho mucho mal ya que se hicieron eco del discurso de odio. Una semana antes de la segunda vuelta, por ejemplo, la Revista Semana sacó una portada sensacionalista que preguntaba quién sería electo, si el ingeniero o el exguerrillero. El exguerrillero también es economista, pero allí no se trataba de las profesiones de los candidatos, sino de un mensaje atemorizante. En los últimos meses de campaña Petro debió desmentir muchísimas cosas, mientras Hernández se escondió y se negó a participar en debates.
Así, se nos quiso vender la idea de que estábamos “entre la espada y la pared” y debíamos escoger al candidato “menos peor”. Se montó una narrativa pública que decía que como aquí la élite política no estaba representada, toda la oferta disponible era simplemente mala.
Este es un extracto editado de nuestra conversación con Gina. Lea la entrevista completa aquí.
Petro y Márquez superaron una intensa campaña de desinformación que instrumentalizó sentimientos racistas, sexistas y clasistas profundamente arraigados, y ganaron con casi 11,3 millones de votos, la mayor cantidad jamás recibida por un candidato presidencial en Colombia. Esto convirtió a Petro en el primer presidente de izquierda de la historia colombiana, y a Márquez en la primera vicepresidenta mujer y afrocolombiana. Como lo afirmó el periodista Julián Martínez, por primera vez llegaban al poder en Colombia personas que se parecían a la sociedad.
Pero el hecho de que el bando contrario recibiera cerca de 10 millones de votos puso de manifiesto una división persistente, caracterizada por una fuerte correspondencia entre la votación en el plebiscito sobre el proceso de paz de 2016 y el voto en las elecciones presidenciales de 2022. Petro obtuvo victorias rotundas en lugares con numerosas víctimas de la violencia armada y mayores concentraciones de poblaciones excluidas, es decir, exactamente en los mismos sitios donde se concentró el voto por el sí en el referéndum de 2016.
El desafío de la unidad
Petro representa un giro a la izquierda, pero aparentemente hacia una izquierda moderada. A menudo se le describe como situado a medio camino entre la izquierda moderna representada por el chileno Gabriel Boric y la izquierda tradicional encarnada por el mexicano Andrés Manuel López Obrador, los dos presidentes latinoamericanos que lo felicitaron primero y con mayor entusiasmo. Su foco en el cambio climático y la transición energética parece acercarlo aún más a Boric.
Pero hay quienes ven con preocupación las supuestas tendencias autoritarias de Petro y temen que pueda acercar a Colombia a la Venezuela de Nicolás Maduro, una posibilidad que también asusta al grueso de los más de dos millones de migrantes venezolanos que viven en Colombia. Para ellos, el principal interrogante es si Petro ayudará a impulsar unas elecciones democráticas en Venezuela o, por el contrario, fortalecerá la posición de Maduro. Esto también podría tener serias implicancias para la relación estratégica de Colombia con los Estados Unidos.
Tan pronto como resultó elegido, Petro pidió al fiscal general que liberara a los jóvenes procesados por su participación en las protestas, con lo cual buscó corregir una injusticia, aunque algunos vieron en ello una amenaza a la independencia judicial. Por el momento, Petro parece seguir por la senda de la moderación, entre otras cosas porque necesitará reunir amplios apoyos para conseguir que sus ambiciosas políticas sean aprobadas por el Congreso.
Aunque estuvieron ausentes de la segunda vuelta electoral, los partidos políticos tradicionales mantienen maquinarias políticas en pleno funcionamiento, que les aseguraron una importante representación en el Congreso en las elecciones parlamentarias de marzo. Pese a que obtuvo buena representación legislativa, Petro está lejos de tener mayoría. Como resultado de las alianzas que construyó durante la campaña, varias figuras moderadas de los partidos tradicionales ocuparán altos cargos en el gobierno, por ejemplo al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores.
En su primer discurso como presidente electo, Petro hizo hincapié en la paz, el diálogo, el consenso y la unidad, e instó a la gente a “dejar el odio atrás”. Mucho dependerá de la capacidad de Petro para unir a la Colombia que votó por él y a la que no lo hizo. Tendrá que construir consensos para conseguir una mayoría legislativa que apruebe las reformas que prometió durante la campaña.
Si las alianzas en el Congreso se desmoronan, el peligro es que Petro se vea tentado de gobernar por decreto, saltándose los controles y equilibrios institucionales y limitando el espacio para la expresión del disenso. Esta es una tentación que debe resistir, aún cuando enfrente fuertes presiones para cumplir sus promesas, a sabiendas de que, si se sienten defraudados, sus votantes tomarán nuevamente las calles.
NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN
-
El nuevo presidente debe comprometerse a mantener la integridad del espacio cívico y trabajar con la sociedad civil.
-
El nuevo gobierno debe trabajar para superar la división y crear consensos para sacar adelante su agenda legislativa sin excederse en sus atribuciones.
-
La sociedad civil debe seguir desempeñando su rol de control al tiempo que se prepara para hacer frente a posibles reacciones antiderechos.
Foto de portada de Daniel Muñoz/Getty Images