El 8 de marzo de 2022, cuando aún se estaba conmemorando el Día Internacional de la Mujer, el Congreso de Guatemala aprobó una ley antigénero que atentaba simultáneamente contra los derechos de las mujeres y del colectivo LGBTQI+. La nueva ley, que aumentaba las penas de prisión por aborto, prohibía el matrimonio entre personas del mismo sexo y limitaba la enseñanza de la diversidad sexual, es parte de una tendencia más amplia en toda América y en los principales foros regionales. Aunque el Congreso dio rápidamente marcha atrás y retiró la ley ante una amenaza de veto presidencial, los hechos fueron una poderosa advertencia de que los grupos antiderechos se están fortaleciendo, tanteando el terreno y trabajando para el largo plazo. La sociedad civil debe permanecer alerta.

En un escenario con el telón de fondo del palacio presidencial, en la ciudad de Guatemala, un hombre pronunciaba un exaltado discurso que culminó con una súplica: “Que Dios bendiga a Guatemala”. Era un acto religioso, pero el orador no era el típico predicador evangélico sino el mismísimo presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei.

Era el 9 de marzo, un día especial al que el Congreso guatemalteco había declarado “Día Nacional por la Vida y la Familia”, y el presidente conservador era el invitado de honor en una ceremonia pública religiosa celebrada junto con el Congreso Iberoamericano por la Vida y la Familia, organizado en la capital de Guatemala por un grupo cristiano con sede en México. La ciudad acababa de ser declarada “capital pro-vida de Iberoamérica”.

Ante este selecto público, el presidente Giammattei subrayó la dedicación de su país a la protección de “la vida desde la concepción”, tanto por disposición constitucional como porque “lo manda nuestra fe”. También declaró que “mientras que en otros países se están tirando bombas, como Rusia atacando a Ucrania, nosotros le decimos aquí: sí a la vida”. El presidente inauguró un nuevo monumento en el Palacio Nacional y rebautizó a uno de sus espacios como “Patio de la Vida”.

En las cercanías, grupos de mujeres realizaron una performance de protesta en torno a una hilera de ataúdes negros, expresión de duelo por los derechos pisoteados y las vidas perdidas en consecuencia. Denunciaron la penetración de fuerzas antiderechos en las más altas esferas del poder político, la cual se reflejó no solamente en el discurso del presidente, sino también en la audaz medida antiderechos adoptada por el Congreso de Guatemala el día anterior.

El lado oscuro del 8 de marzo

En la tarde del 8 de marzo, cuando aún no se había acallado el bullicio de las movilizaciones por el Día Internacional de la Mujer (DIM), el Congreso guatemalteco aprobó la “Ley para la Protección de la Vida y la Familia”, que aumenta las penas por aborto, prohíbe el matrimonio entre personas del mismo sexo y restringe la capacidad de las escuelas para enseñar sobre diversidad sexual. En lugar de volver a casa, los grupos de mujeres que acababan de participar en eventos del Día Internacional de la Mujer cambiaron de rumbo y se dirigieron hacia el Congreso para protestar.

El proyecto de ley, presentado originalmente en 2017 por el partido conservador Visión con Valores, abarcaba todo el territorio de disputa de los grupos antiderechos: apuntaba simultáneamente contra los derechos de las mujeres y de las personas LGBTQI+, presentados como demandas de “grupos minoritarios” cuyos comportamientos van en contra del “orden natural” y amenazan el “equilibrio moral” de la sociedad guatemalteca.

Aprobada con una amplia mayoría, la nueva ley consagraba “la protección del derecho a la vida, la familia, la libertad de conciencia y expresión, la institución del matrimonio entre un hombre y una mujer, además del derecho de los padres a orientar a sus hijos en su sexualidad”. Aumentaba las penas de prisión para mujeres que abortan a entre cinco y diez años y modificaba el Código Civil para prohibir expresamente el matrimonio entre personas del mismo sexo.

La ley fue rechazada unánimemente por organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos y provocó una fuerte reacción callejera por parte de activistas feministas y LGBTQI+. La reacción tomó al presidente Giammattei desprevenido. Dos días más tarde, y apenas un día después de haberse parado orgulloso en su tarima de predicador, anunció a través de Twitter que “como representante de la unidad nacional” había decidido vetar la ley porque “viola la Constitución Política de la República y convenciones internacionales de las cuales Guatemala ha sido signataria”. Luego argumentó que la ley tenía defectos técnicos que podrían habilitar inadvertidamente la criminalización de las mujeres que sufren abortos espontáneos. Exactamente una semana después de aprobar la ley, los legisladores siguieron la instrucción del presidente y votaron por archivarla.

Voces desde las primeras líneas

CIVICUS conversó con el equipo de Visibles, una OSC guatemalteca que trabaja para lograr la plena inclusión de las personas diversas y construir una sociedad en la que todas las personas puedan ejercer sus derechos y disfrutar de respeto, libertad y bienestar.

 

Los grupos antiderechos de Guatemala forman parte de un movimiento transnacional altamente organizado y bien financiado que tiene por objetivo socavar los derechos de las mujeres y las personas LGBTQI+, así como la participación más amplia de la sociedad civil en el debate y las decisiones públicas.

El Estado de Guatemala ha colaborado activa y sistemáticamente en la creación de una narrativa hostil a los derechos de las mujeres y las personas LGBTQI+. Y lo ha hecho de una forma muy hipócrita, ya que ha impulsado políticas públicas que invocan la protección de la vida y familia al mismo tiempo que ha demostrado una absoluta falta de compromiso con el mejoramiento de las condiciones en que viven las personas y familias guatemaltecas. Esta incoherencia se vuelve un insulto al aprobarse una ley que, al criminalizar a las mujeres y a las personas LGBTQI+, pone en peligro a más de la mitad de la población.

El mismo día en que se aprobó la “Ley para la Protección de la Vida y la Familia” comenzaron las protestas. La presión callejera fue novedosa e importante: mostró que las organizaciones podemos trabajar en coalición y que la ciudadanía está dispuesta a sumarse y velar por el bienestar de todos.

La movilización elevó el costo que pagaría el gobierno si convalidaba la decisión del Congreso. Hay que tener en cuenta que la administración liderada por el presidente Giammattei era ya de por sí impopular y enfrenta un creciente número de demandas de rendición de cuentas: desde investigaciones periodísticas que revelan el mal manejo del poder público y denuncias de corrupción hasta sanciones internacionales contra funcionarios clave. En este contexto, el presidente Giammattei amenazó con vetar la ley por considerar que violaba la Constitución de Guatemala y los acuerdos internacionales suscritos por el país, y el Congreso reaccionó dando marcha atrás y archivando la ley.

La aprobación –y posterior vuelta en U– del Decreto 18-2022 nos dio una prueba del poder real que el Estado tiene en Guatemala sobre las mujeres y personas LGBTQI+. El riesgo no desaparece por el hecho de que se haya archivado la ley, pero quizá sí tenga el efecto de enviar una señal de alarma a la comunidad internacional.

Es importante que vuelvan su atención, sus apoyos y recursos hacia Guatemala, cuyas fuerzas antiderechos forman parte de una avanzada regional. No podemos descuidarnos y permitir que los movimientos antigénero avancen en su objetivo de sostener y consolidar estructuras injustas de poder desigual en la cual algunos mantienen sus privilegios a costa de los derechos elementales de otros.

 

Este es un extracto editado de nuestra entrevista con Visibles. Lea la entrevista completa aquí.

La actividad antiderechos en Guatemala

Para lograr llegar a este punto, los grupos antiderechos habían estado trabajando pacientemente durante años para cambiar el discurso público y aumentar su influencia. En época de elecciones, los candidatos presidenciales habían movilizado cada vez más el sentimiento antiderechos para sacar rédito político. En la contienda presidencial de 2019, la mayoría de los partidos y candidatos, incluidos algunos que anteriormente habían expresado cierto apoyo a las personas LGBTQI+, abrazaron el discurso antiderechos. En mayo de 2019, 15 fórmulas de candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia firmaron la “declaración vida y familia” redactada por una organización antiderechos, en la que se comprometían a bloquear toda legislación progresista sobre los derechos de las mujeres y de las personas LGBTQI+.

Jimmy Morales, presidente de 2016 a 2020, era un evangélico conservador que se oponía abiertamente al derecho al aborto y al matrimonio igualitario y alimentó el discurso de odio. De hecho, el proyecto de ley antiderechos fue presentado durante su mandato. En 2018, el Congreso rechazó dos iniciativas progresistas: una que buscaba dar una respuesta efectiva a las menores víctimas de violencia sexual y despenalizar el aborto para las víctimas de violación menores de 14 años, y otra sobre el reconocimiento de la identidad de género. El rechazo del proyecto de ley del aborto fue acompañado por una masiva manifestación antiderechos.

En su campaña, el presidente Giammattei se comprometió a cerrar la Secretaría Presidencial de la Mujer. Similares promesas han sido vertidas por candidatos vencedores en otras latitudes, como ocurrió recientemente en Corea del Sur. Desde que asumió el cargo, Giammattei ha sido fiel a sus promesas antiderechos. En julio de 2021 presentó su “Política Pública de Protección a la Vida y la Institucionalidad de la Familia”, que consagra el supuesto deber del Estado de proteger la “vida desde la concepción”.

Tanto el presidente como la mayoría legislativa han colaborado estrechamente con organizaciones religiosas antiderechos y fundamentalistas, como se reflejó  en la iniciativa legislativa que declaró al 9 de marzo como el Día por la Vida y la Familia e impuso a los tres poderes del Estado la obligación de celebrar actos conmemorativos, compromiso que los representantes de todos ellos cumplieron gustosamente en la escena pública a principios de este mes, dando por tierra con todo resabio de laicismo y efectivamente cooptando la esfera pública.

Una amenaza transnacional

Los grupos antiderechos guatemaltecos no son ni mucho menos excepcionales: forman parte de un movimiento transnacional bien organizado y financiado que está abriéndose camino en todo el continente.

Sus avances se observaron recientemente en Ecuador y en Estados Unidos. Al día siguiente de que fuera archivada la ley antiderechos de Guatemala, el presidente conservador de Ecuador vetó parcialmente un proyecto de ley que legalizaba el aborto en casos de violación, aprobado por la Asamblea Nacional en febrero. El presidente Guillermo Lasso, que se ha posicionado repetidamente “a favor de la vida desde la concepción”, pidió que se unificaran los plazos para todos los casos de aborto, tanto en el ámbito urbano como en el rural, y exigió la inclusión de artículos para garantizar a los profesionales de la salud el derecho a la objeción de conciencia.

En Estados Unidos, una de las principales fuentes de financiamiento de los grupos antiderechos de todo el mundo, se ha introducido en los últimos años una avalancha de restricciones a nivel estadual sobre el derecho al aborto y los derechos de las personas LGBTQI+, y especialmente de las personas trans. También el 8 de marzo, la asamblea legislativa de Florida aprobó un proyecto de ley sobre los derechos de los padres en la educación -más conocido como proyecto “no digas gay”-, cuyo objetivo es impedir que los maestros y profesores hablen con sus alumnos sobre cuestiones de orientación sexual e identidad de género, amenazándolos con potenciales demandas judiciales en caso de que lo hagan.

En toda la región, los movimientos antiderechos están muy bien conectados y llevan a cabo campañas nacionales coordinadas utilizando el mismo discurso, centrado en la oposición a lo que llaman “ideología de género”. Utilizan los mismos eslóganes e incluso los mismos símbolos y la misma estética. Y trabajan juntos en el ámbito internacional, cooptando espacios destinados a la participación de la sociedad civil e intentando ocupar el principal organismo regional multilateral, la Organización de Estados Americanos (OEA).

Los grupos antiderechos en la escena regional

Fue en Guatemala donde los grupos antigénero se hicieron visibles por primera vez dentro de la OEA, cuando el país acogió su Asamblea General en 2013. Su objetivo fue impedir la adopción de la Convención Interamericana contra toda forma de Discriminación e Intolerancia, que se oponía a la discriminación por motivos de género y orientación sexual. La convención fue finalmente adoptada, pero apenas 12 de los 35 Estados miembros de la OEA la firmaron en los años siguientes.

Según la Conferencia Episcopal de Guatemala, la Convención “promovía la homosexualidad”. En una declaración emitida en junio de 2013, los obispos también expresaron su preocupación por los esfuerzos de la sociedad civil para legalizar el aborto, instaron al gobierno guatemalteco a no seguir las recomendaciones del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará y rechazaron la resolución de la Asamblea General de la OEA sobre derechos humanos, orientación sexual e identidad y expresión de género.

En la Asamblea de 2013 destacaron varios grupos locales, como Sí a la Vida y La Familia Importa. Pero también estuvieron presentes grupos antiderechos de otros países de la región, junto con grupos internacionales antiaborto como Human Life International.

Estas organizaciones argumentaron que el reconocimiento de la discriminación basada en la orientación sexual y la identidad de género era una “puerta de entrada” al matrimonio entre personas del mismo sexo, equipararon la prohibición de la discriminación a la persecución religiosa y sostuvieron que infringía la libertad de expresión.

Desde entonces la participación de grupos antiderechos en las Asambleas Generales de la OEA no ha hecho más que incrementarse, causando alarma entre las organizaciones de derechos humanos que se han sentido desplazadas de los espacios de participación y consulta. Cuando la Asamblea General se celebró en Paraguay en 2014, se estableció un grupo de trabajo sobre “vida y familia”, que excluyó a las OSC LGBTQI+ y feministas y produjo una declaración pública ampliamente difundida. Muchas destacadas organizaciones internacionales antiderechos participaron por primera vez, entre ellas CitizenGo, que hizo entrega de las firmas recogidas a través de su plataforma de peticiones en línea.

En 2015, cuando la Asamblea General se celebró en Estados Unidos, los grupos antiderechos optaron por una estrategia de distracción, argumentando que había temas más urgentes que los derechos de las mujeres y las personas LGBTQI+, tales como los derechos a la educación, la salud y el agua y, en particular, la defensa de la democracia en Cuba y Venezuela, temas que dominaron el debate. Este fue también el año en que un importante contingente de jóvenes antiderechos formados para hacer incidencia por el Frente Joven -un grupo con sede en Argentina y presencia en Ecuador, Paraguay y Perú- comenzó a participar activamente en las Asambleas Generales de la OEA.

En la Asamblea General de 2016, celebrada en República Dominicana, las tensiones aumentaron cuando se produjeron agresiones contra personas transgénero que utilizaban un baño de género neutro. Al igual que el año anterior, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, conocido por su posición favorable a los derechos sexuales y reproductivos, fue duramente cuestionado y su sesión de diálogo con la sociedad civil fue interrumpida e invadida por grupos antiderechos. Los eventos de la Asamblea General estuvieron acompañados por una masiva manifestación callejera antiderechos.

Para evitar tensiones, la siguiente Asamblea General, cuya sede prevista era la Ciudad de México, se trasladó a la ciudad costera de Cancún pocas semanas antes de su inicio, limitando el acceso de la sociedad civil. También se redujeron los espacios de interacción y se exigió a las OSC que se agruparan en coaliciones, cada una de las cuales tendría cinco minutos para hacer su presentación. Según observadores, al menos 10 de las 24 presentaciones fueron realizadas por grupos antiderechos, quienes se apropiaron del lenguaje de los derechos humanos y argumentaron que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Interamericana de Derechos Humanos se estaban “extralimitando” a la hora de hacer recomendaciones y crear precedente sobre cuestiones relacionadas con la orientación sexual y la identidad de género.

La Asamblea General de 2018, celebrada nuevamente en Washington D.C., Estados Unidos, trajo consigo otra novedad que perduraría: la presencia masiva de iglesias, principalmente evangélicas. Este fue el resultado de una decisión tomada en el Congreso Iberoamericano por la Vida y la Familia celebrado en febrero de ese año. Adoptando estratégicamente un tono laico, las iglesias evangélicas formaron tres coaliciones contra la “dictadura” de la “ideología de género” y en defensa de “el derecho de los padres a educar a sus hijos”.

La última Asamblea General prepandémica se celebró en Medellín, Colombia. Para entonces, la mayoría de los grupos antiderechos estaban afiliados a iglesias evangélicas.

En las Américas y más allá, los movimientos antiderechos utilizan el mismo conjunto de tácticas. Éstas incluyen el uso de canales aparentemente legítimos, como acciones judiciales, campañas electorales, la convocatoria a referendos y la participación en consultas; la movilización de personas en el espacio público, incluso con la intención de interrumpir o impedir las movilizaciones de la sociedad civil; el uso y la manipulación de las redes sociales para promover sus narrativas, reclutar apoyos, difundir desinformación y teorías conspirativas, promover discursos de odio y desprestigiar y acosar a la sociedad civil progresista; y habilitar e incluso directamente desplegar la violencia física. Como base para estos ataques, pueden ya sea tomar prestado y distorsionar el lenguaje secular de los derechos humanos, ya sea movilizar versiones fundamentalistas de la religión.

Peligro latente

Los grupos antiderechos están en esta lucha con la vista puesta en el largo plazo. En Guatemala probaron el agua, la encontraron demasiado fría y se retiraron estratégicamente para continuar trabajando para crear condiciones más favorables para su próximo intento. Pero en términos generales, los grupos antiderechos están ganando confianza, visibilidad y recursos. En diversos contextos, sus narrativas encuentran una audiencia y obtienen apoyo en segmentos considerables de la ciudadanía. Dan forma a las narrativas públicas, inclusive mediante la desinformación y la manipulación, y siembran el odio. Contribuyen a y se benefician de los cambios políticos regresivos y se aprovechan de las inseguridades de la gente en tiempos de gran incertidumbre.

La comunidad internacional debe dirigir su atención, sus apoyos y recursos hacia Guatemala, cuyas fuerzas antiderechos forman parte de una avanzada regional.

VISIBLES

Por ahora, los grupos de mujeres y personas LGBTQI+ de Guatemala pueden respirar tranquilos. Pero no deben bajar la guardia. No hay duda de que los grupos antiderechos volverán a atacar en cuanto se les presente la oportunidad, y la sociedad civil progresista deberá estar preparada para el contraataque.

NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN

  • La sociedad civil progresista debe aprender a conectar mejor con las luchas cotidianas de la gente receptiva al discurso antiderechos.
  • Los grupos de derechos de las mujeres y las personas LGBTQI+ deben establecer alianzas amplias con otros grupos orientados a los derechos y conectar con otros posibles aliados, incluidos los grupos religiosos moderados.
  • La comunidad internacional debe poner el foco en los retrocesos en el disfrute de los derechos provocadas por los grupos antiderechos.

Foto de portada de Visibles/Facebook