El 11 de marzo de 2022 se cumplen dos años desde que la Organización Mundial de la Salud declaró al COVID-19 como pandemia. Durante estos dos años, la sociedad civil se ha movilizado sin cesar para ayudar a las personas más necesitadas, defender derechos y abogar por políticas más justas. Dos años más tarde, la sociedad civil reflexiona sobre algunas de las principales lecciones aprendidas de la respuesta a la pandemia. La experiencia de la sociedad civil en la pandemia abona el llamado a una recuperación postpandemia que aborde la desigualdad y promueva la justicia social, y a una mejor respuesta a la crisis climática y a futuras crisis sanitarias globales. Gobiernos y empresas deben reconocer el rol central de la sociedad civil en la respuesta a las crisis y desarrollar nuevas alianzas para crear un entorno habilitante y empoderarla.

El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció que el COVID-19 había alcanzado la categoría de pandemia. Para entonces, el virus ya había desbordado sus orígenes en China. Estaba haciendo estragos en Irán e Italia, y se extendía hacia el resto del mundo. Pronto casi ningún país quedaría indemne.

Dos años después, son pocas las personas cuyas vidas no han quedado marcadas de algún modo por la experiencia de haber vivido bajo la pandemia. El costo de la crisis se mide, ante todo, en vidas perdidas: Las estadísticas de la OMS registran un número devastador, de más de 6 millones, de muertes en todo el mundo, y es probable que se trate de una subestimación. Son muchas más las personas que han sufrido graves impactos en su salud física y mental. Además, la crisis ha afectado a las economías, las estructuras sociales, el espacio cívico y el acceso a los derechos.

La sociedad civil estuvo en la primera línea de la respuesta a esta emergencia global. Tal y como lo documentó nuestro informe especial de 2020, La solidaridad en tiempos de COVID-19, cuando la pandemia arrasó el planeta, la sociedad civil se puso en marcha para hacer una diferencia. Las organizaciones de la sociedad civil (OSC) existentes se reconvirtieron de la noche a la mañana, desplegando sus habilidades y capacidades para servir a las comunidades y grupos excluidos más afectados por los impactos de la pandemia. Rápidamente surgieron nuevas iniciativas comunitarias. La confianza en la sociedad civil y su cercanía a las comunidades fueron activos vitales a la hora de dar respuesta, ya que permitieron a la sociedad civil llegar a personas y lugares que los gobiernos dejaban abandonados a su suerte.

Durante estos dos años de pandemia, la sociedad civil ha sido fuente de apoyo, asesoramiento e información vitales, guardiana de los derechos humanos, facilitadora y defensora de las comunidades, decidida defensora de las políticas inclusivas y orientadas a los derechos, correctivo de las fallas del Estado y el mercado, impulsora de la movilización sostenida, la creatividad y la innovación, socia de confianza y garante último de la rendición de cuentas sobre las decisiones del Estado y el sector privado. En ausencia de la sociedad civil, la experiencia de la gente bajo la pandemia habría sido mucho peor.

Dos años después, hemos vuelto a consultar a algunos de los activistas y grupos de la sociedad civil que contribuyeron a nuestro informe de 2020 para preguntarles qué han hecho desde entonces para responder a la evolución de la pandemia, y qué han aprendido en estos dos años.

Necesidad de abordar la exclusión persistente

Desde los primeros días de la pandemia ha quedado claro que, si bien cualquiera puede contraer el virus, éste no es en modo alguno un factor igualador. Dos años después, los más afectados siguen siendo los grupos más excluidos -entre ellos las mujeres, las personas LGBTQI+, las minorías étnicas, los inmigrantes y refugiados, las personas con discapacidad y los grupos de menores ingresos-.

La pobreza, la desigualdad de ingresos y la precariedad de los medios de vida aumentan en gran medida el riesgo de contraer el virus y experimentar sus efectos más graves, ya que las estas personas tienen menos posibilidades de aislarse, trabajar desde casa o tomarse licencia por enfermedad. Las personas más pobres viven en condiciones de mayor hacinamiento y puede que carezcan de acceso a saneamiento. Las medidas para limitar la propagación del virus, que han detenido o ralentizado la actividad económica y restringido la libertad de movimiento, han afectado más a las personas cuyos medios de vida dependen del trabajo por jornales diarios o del empleo informal. Las personas LGBTQI+ y los migrantes y refugiados han sido víctimas de la desinformación y el discurso de odio, ya que se los ha señalado como fuentes de infección.

Los efectos son mayores para los grupos ya marginados, como las mujeres, las personas con discapacidad, los refugiados y las personas LGBTQI+.

MICHAEL KAIYATSA

En todos los países, los grupos de la sociedad civil que respondieron a nuestras preguntas -en 2020 y de nuevo en 2022- insistieron en que las mujeres quedaban expuestas a un riesgo mucho mayor de violencia de género cuando el confinamiento las obligaba a quedarse en casa con parejas violentas, y eran también más vulnerables al matrimonio y el embarazo precoces. Dejaron claro que las mujeres experimentaron una carga desproporcionada por el aumento de las tareas domésticas, entre otras cosas como proveedoras de emergencia de cuidado y educación de los niños cuando las escuelas estaban cerradas. Hicieron hincapié en que fueron las mujeres las que más vieron afectados sus medios de subsistencia, ya que en están empleadas en forma desproporcionada en el sector informal.

A nivel global, persiste una enorme desigualdad en el acceso a las vacunas entre las poblaciones del norte global, con triple dosis, y muchas del sur global que aún esperan su primera dosis: casi tres mil millones no tienen ningún tipo de inmunización contra el COVID-19.

Los tomadores de decisiones han tenido dos años para asimilar estas lecciones, pero no han aprendido demasiado. Las políticas generalmente no han tenido en cuenta el impacto diferenciado de la pandemia en los grupos más excluidos. Los planes de apoyo social no han llegado a las personas más vulnerables, o han privilegiado a algunos, como los hombres jefes de familia, mientras que han penalizado a otros, como las personas inmigrantes y refugiadas

Durante dos largos años, la sociedad civil ha intervenido en este vacío, proporcionando apoyo directo a los más necesitados, pero también trabajando para hacer visible lo invisible y abogando por un cambio de políticas para que la próxima crisis global encuentre a sus sociedades mejor preparadas.

Voces desde las primeras líneas

Michael Kaiyatsa, del Centro de Derechos Humanos y Rehabilitación, una OSC que promueve la democracia y los derechos humanos en Malawi, describe las repercusiones de la pandemia en las mujeres y las personas LGBTQI+, entre otras, y el trabajo de su organización para responder a ella:

Los efectos son mayores para los grupos que ya están marginados, como las mujeres, las personas con discapacidad, los refugiados y las personas LGBTQI+. Está claro que esta pandemia ha profundizado las violaciones de derechos humanos que ya enfrentaban estos grupos. Por ejemplo, hemos sido testigos de un aumento de los casos de agresiones homófobas y transfóbicas, especialmente en nuestro campo de refugiados, así como de un aumento de los casos de violencia sexual y de violencia de género en general.

En respuesta, estamos adaptando nuestro trabajo para responder a estos nuevos desafíos -tanto ahora como a largo plazo-, al tiempo que nos aseguramos de seguir trabajando en pro de nuestra visión de una sociedad malawiana que abrace los derechos humanos y la democracia. Por ejemplo, teniendo en cuenta los problemas de subsistencia a que enfrentan las mujeres que viven con VIH/SIDA, hemos incluido un componente de apoyo con medios de subsistencia en nuestro proyecto dirigido a grupos de mujeres que viven con VIH/SIDA. También hemos incluido apoyo en términos de seguridad y medios de subsistencia para la comunidad de refugiados LGBQTI+ que apoyamos en el campo de refugiados de Dzaleka.

 

Alyaa Al Ansari, de la Organización Bent Al-Rafedain, una OSC feminista iraquí que trabaja para garantizar la protección de mujeres y niños y promueve la integración de las mujeres en todas las esferas de la sociedad, destaca los impactos sobre las mujeres:

La pandemia ha afectado a muchos grupos diferentes de la sociedad iraquí, pero las mujeres y las niñas han sido las más afectadas de todas. Desde antes de la pandemia, las mujeres iraquíes estaban obligadas socialmente a hacerse cargo de la mayor parte de las responsabilidades de cuidado dentro de sus familias: son las principales cuidadoras de niños y personas mayores. Cuando se impuso en Irak un confinamiento total que duró cuatro meses, estas responsabilidades aumentaron aún más.

Muchas mujeres se vieron afectadas económicamente cuando la pandemia arrasó con innumerables negocios, como hoteles, restaurantes y tiendas, porque perdieron sus empleos en el sector privado. Sin ingresos estables, sus familias sufrieron, sobre todo cuando ellas eran su principal sostén.

Otro efecto dramático de la cuarentena total fue el aumento de la violencia doméstica. Durante cuatro largos meses, las mujeres maltratadas no tuvieron escapatoria. Tenían que seguir viviendo bajo el mismo techo que sus maltratadores. Hubo más femicidios y se registraron más intentos de suicidio, ya que algunas mujeres no pudieron soportar la presión y la violencia a la que estaban sometidas.

Durante la pandemia, los esfuerzos de la sociedad civil se centraron en proporcionar ayuda humanitaria a las mujeres afectadas y a sus familias. Las organizaciones benéficas cubrieron las necesidades básicas de las familias pobres y ayudaron a las mujeres que perdieron su empleo a causa de la pandemia.

En cuanto a las OSC feministas, algunas crearon programas online para ofrecer apoyo psicológico. Otras trasladaron sus actividades presenciales a internet y recurrieron a plataformas de redes sociales como Facebook para llegar a unas mujeres que debieron permanecer en casa durante períodos inusualmente largos.

 

Amali Tower de Refugiados Climáticos, una OSC que aboga por los derechos de las personas desplazadas y obligadas a migrar por el cambio climático, establece un paralelismo entre los impactos de la emergencia pandémica y los de la crisis climática:

La desigualdad, la pobreza y las vulnerabilidades subyacentes a la migración han crecido exponencialmente durante estos dos años, hasta llegar a situaciones de migración forzada. La desigualdad en la distribución de vacunas es un ejemplo de cómo el mundo responde a un problema que supuestamente “nos afecta a todos”. Esto nos da la pauta de cómo responde el mundo al cambio climático, otra cuestión que a los países occidentales y del norte global les gusta plantear como una amenaza existencial para todos y todas.

Como ha sucedido siempre, las comunidades colocadas en la primera línea de las guerras, las crisis y el cambio climático se las arreglan para sobrevivir, y estos dos años nos han dado nuevamente numerosos ejemplos positivos que hemos tratado de amplificar, apoyar y facilitar con historias, conexiones, conversaciones y aportes de política pública que demuestran cómo la desigualdad socioeconómica sistémica, enraizada en el colonialismo, sigue siendo una realidad en gran parte del mundo.

Cambios en la forma de trabajar

Fue necesario desarrollar nuevas formas de trabajo para satisfacer necesidades urgentes y defender derechos en un mundo cambiante que ofrecía escasas oportunidades de interacción cara a cara. Los grupos de la sociedad civil tuvieron que trasladar rápidamente sus principales actividades a la red y comenzar a trabajar a distancia. Muchos crearon nuevas líneas telefónicas y herramientas en línea para seguir atendiendo a las comunidades necesitadas.

Para algunos, la pandemia representó la obligación de innovar rápidamente, dando lugar a nuevas formas de trabajar cuyo valor se sostendrá en el tiempo. De cara al futuro, muchas OSC están planeando alguna combinación entre los enfoques más convencionales que utilizaban antes de la pandemia y los nuevos métodos que han adoptado desde entonces. Las que trabajan a nivel internacional vislumbran un futuro en el que volarán menos y celebrarán más reuniones online, no solamente para limitar el impacto climático de los viajes en avión, sino también para aprovechar el potencial de inclusión de las herramientas en línea que han aprendido a utilizar.

La pandemia ha marcado un antes y un después en la forma no solamente de trabajar sino también de interactuar, construir y crear estrategias de intervención y organización.

WENDY FIGUEROA

Sin embargo, la adaptación ha planteado desafíos. En algunos contextos, sobre todo del sur global, las comunidades no tienen acceso a las tecnologías y competencias necesarias. La exclusión es multidimensional, por lo que es probable que los grupos excluidos en otros aspectos también experimenten exclusión digital. Por lo tanto, el traslado de las actividades a internet puede estar inadvertidamente reforzando patrones de exclusión.

El cambio también ha puesto a prueba a la sociedad civil. Muchos de los que trabajan desde casa han enfrentado nuevos desafíos, como el de mantener el equilibrio entre el trabajo y la vida privada. Estos afectan especialmente a una mano de obra femenina que no es inmune a una realidad social más amplia en que se espera que asuma una parte desproporcionada del cuidado de los niños y las tareas domésticas. El riesgo de agotamiento ha sido omnipresente. La sociedad civil se esforzó por desarrollar protocolos para proteger a su personal, no solamente del riesgo de contraer el COVID-19, sino también de los impactos sociales y económicos de la pandemia.

Voces desde las primeras líneas

Un activista de Burundi, que pidió conservar el anonimato por razones de seguridad, describió las repercusiones negativas de la pandemia en la forma de trabajar de su organización:

La pandemia ha tenido efectos negativos en la forma en que la gente solía interactuar, ya que en muchas circunstancias se redujeron los contactos físicos. Trabajar con la gente utilizando tecnología -como reuniones de Zoom, llamadas telefónicas o correos electrónicos- no ayuda a tener una visión real de lo que ocurre sobre el terreno. También ha dificultado el acceso a la información necesaria a quienes no pueden permitirse las herramientas tecnológicas de comunicación.

El COVID-19 también ha restringido los viajes. El trabajo de campo casi se detuvo y los donantes internacionales no pudieron realizar sus misiones para evaluar el trabajo de campo de sus socios locales.

 

Wendy Figueroa, de la Red Nacional de Refugios, una red mexicana que agrupa a 69 centros dedicados a la prevención, atención y protección de las víctimas de la violencia familiar y de género, destaca tanto los éxitos como los desafíos de la transición a formas de trabajo virtuales:

La pandemia ha marcado un antes y un después en la forma no solamente de trabajar sino también de interactuar, construir y crear estrategias de intervención y organización. En algunos aspectos ha fortalecido nuestras acciones: por ejemplo, el uso de plataformas digitales nos ha permitido mantenernos en contacto a nivel nacional e internacional, y compartir saberes, preocupaciones y estrategias.

Pero por otro lado se ha producido una sobrecarga de actividades y nuestros tiempos personales se han desdibujado en el trabajo en home office, con una línea muy delgada entre innumerables reuniones virtuales y múltiples búsquedas de financiamiento para continuar nuestra labor y hacer frente a los impactos de la pandemia.

Tsubasa Yuki, del Centro de Apoyo a la Vida Independiente de Moyai, una OSC que apoya a personas sin hogar en Tokio, Japón, ofrece un ejemplo de un proyecto online lanzado en respuesta a la pandemia, que tuvo el efecto de ampliar el alcance de la organización:

En 2021 lanzamos un sistema de apoyo vía internet llamado “COMPASS”, que se compone de un sistema de chat, un sistema de referencias que ayuda a la gente a localizar servicios de asistencia pública y un servicio en línea que las ayuda a completar un formulario de solicitud de asistencia pública. Como la influencia de la pandemia no se limita a Tokio, sino que se extiende a todo el país, pensamos que necesitamos servicios online accesibles desde cualquier lugar.

Principales lecciones aprendidas

Las emergencias como la pandemia ofrecen oportunidades de aprendizaje que deberían permitirnos prepararnos para responder mejor a las futuras pandemias que parecen inevitables en nuestro mundo altamente conectado, así como a otras emergencias actuales y venideras, tales como la crisis climática y los conflictos bélicos, incluidos no solo el de Ucrania sino también los de Etiopía, Siria, Yemen y todo el Sahel.

Es importante que la sociedad civil reflexione sobre sus propias prácticas y piense en lo que podría haber hecho de forma diferente si hubiera sabido hace dos años lo que sabe ahora. Tenemos que aprender las lecciones y compartirlas, así como alentar a otros, incluidos gobiernos, empresas y miembros de la comunidad internacional, a que también reflexionen y aprendan. Los donantes de la sociedad civil, por ejemplo, deben aprender la lección de que una financiación flexible y una toma de decisiones rápida son esenciales para que la sociedad civil pueda responder rápidamente a las crisis.

La pandemia condicionó nuestra forma de planificar nuestras acciones. Confirmó la necesidad de ser flexibles frente a las demandas de la coyuntura tanto respecto de las problemáticas que afectan a las comunidades desaventajadas con las que trabajamos, como respecto de las estrategias de incidencia para dar respuesta a esas desigualdades.

SEBASTIÁN PILO

A lo largo de la pandemia, el sentimiento expresado una y otra vez por la sociedad civil ha sido que no debemos limitarnos a volver al mundo tal y como era antes de la pandemia, porque había en él demasiadas cosas que no estaban bien. La pandemia sacó a la luz y exacerbó las profundas desigualdades de poder económico, social y político preexistentes, pero no las creó. Si volviéramos a la antigua normalidad, todas las dificultades y los sacrificios que la gente -sobre todo la perteneciente a grupos excluidos- sobrellevó durante la pandemia habrían sido en vano.

La sociedad civil continúa reclamando planes de recuperación postpandemia que aprovechen la disrupción que la pandemia trajo aparejada como una oportunidad para el cambio progresista. Quisiera que se abordaran las grandes injusticias de nuestro tiempo: la desigualdad estructural, la negación de derechos, la incapacidad de los gobiernos y del sector privado para tomar medidas adecuadas ante la crisis climática.

Por el momento, la oportunidad ha sido desaprovechada: un análisis de los planes de recuperación postpandemia de los países del G20 muestra que apenas el 6% del gasto se ha destinado a acciones consistentes con la idea de una “recuperación verde”. Los gobiernos y el sector privado deben escuchar más las voces de la sociedad civil. Dado el rol vital de la sociedad civil en la respuesta a la pandemia y el apoyo a las comunidades, es hora de establecer una nueva relación con la sociedad civil, basada en la creación de un entorno habilitante y no en la restricción del espacio cívico.

Voces desde las primeras líneas

Elif Ege, de Mor Çatı, una OSC que gestiona el único refugio independiente para mujeres en Turquía, comparte las lecciones aprendidas y las necesidades de incidencia identificadas:

Hemos aprendido que es vital que los mecanismos creados para hacer frente a la violencia contra las mujeres estén preparados con antelación para cualquier tipo de emergencia. Durante la pandemia, los mecanismos públicos de apoyo y prevención -entre los que se cuentan las fuerzas de seguridad, los centros de prevención de la violencia, los servicios sociales, los tribunales de familia y los colegios de abogados- y los servicios de apoyo de los municipios -centros de solidaridad, servicios sociales y centros de acogida- no estaban en absoluto preparados para este tipo de experiencia.

Las mujeres se quedaron sin ningún apoyo en su lucha contra la violencia. Teniendo en cuenta que en Turquía la discrepancia entre la ley y su aplicación viene creciendo desde hace décadas y las malas prácticas son muy comunes y permanecen impunes, esta no era una experiencia completamente nueva para nosotros. Sin embargo, la pandemia profundizó el problema.

Por lo tanto, es muy importante que las organizaciones independientes de mujeres y feministas presionemos a las instituciones responsables para que implementen la ley, eviten las malas prácticas y creen e implementen planes de acción de emergencia.

 

Sebastián Pilo, de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), una OSC dedicada a la defensa de los derechos de los grupos más desfavorecidos y al fortalecimiento de la democracia en Argentina, destaca la necesidad de reflexión, aprendizaje y ajuste continuos a lo largo de la evolución de la pandemia:

El aislamiento producto de la pandemia nos dejó lecciones sobre las formas de vincularnos entre quienes trabajamos para ACIJ. El segundo año de pandemia fue particularmente desafiante porque, por un lado, teníamos los aprendizajes del año anterior y era momento de estructurarlos para darle forma a una nueva manera de trabajar, en un contexto de cansancio generalizado de la situación que vivíamos y, en paralelo, la ilusión del fin de la pandemia que no se terminaba de concretar, lo que implicó una situación de constante avance y retroceso en la implementación de un nuevo modelo.

Aprendimos -y continuamos haciéndolo- sobre el trabajo virtual y venimos experimentando una transición de nuestro modelo de trabajo totalmente presencial hacia un modelo híbrido, recogiendo las oportunidades de cada uno.

Mientras continuamos generando aprendizajes sobre la potencia y efectividad de nuestras acciones de incidencia en la tensión entre presencialidad y teletrabajo, nuestra meta es adoptar un modelo que nos permita pensar colectiva y creativamente las respuestas que desde la sociedad civil podemos dar a las desigualdades crecientes y profundizadas que sufren las comunidades con las que trabajamos, en el camino a definir qué tipo de organización seremos en el mediano plazo, a partir del cimbronazo que la pandemia generó en nuestro trabajo.

La pandemia condicionó nuestra forma de planificar nuestras acciones. Confirmó la necesidad de ser flexibles frente a las demandas de la coyuntura tanto respecto de las problemáticas que afectan a las comunidades desaventajadas con las que trabajamos, así como respecto de las estrategias de incidencia para dar respuesta a esas desigualdades.

 

Owen Tudor, de la Confederación Sindical Internacional, se adelanta a la próxima emergencia y destila las lecciones políticas que habría que aplicar ahora para mitigar la experiencia de futuras crisis:

Puesto que la forma en que funciona el mundo sigue degradando el medio ambiente, sabemos que habrá más pandemias, en una amenaza existencial multidimensional que también fomenta las tensiones globales y conduce cada vez más a soluciones militares, fronteras cerradas y reducción del espacio para la sociedad civil y la democracia. Las medidas para evitar que la próxima pandemia sea aún peor que la de COVID-19 deberían incluir más recursos para brindar servicios de salud pública de calidad, mayor inversión en la economía de los cuidados y hacer de la salud y la seguridad en los lugares de trabajo un derecho humano fundamental.

NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN

  • Los gobiernos deben asociarse con la sociedad civil para desarrollar e implementar planes de recuperación de la pandemia que aborden las injusticias y desigualdades que la pandemia puso de manifiesto y profundizó.
  • Los donantes deben apoyar el desarrollo en la sociedad civil del tipo de capacidades flexibles y adaptables que le permitieron una respuesta eficaz a la pandemia.
  • Las OSC deben seguir explorando formas de trabajo híbridas que aprovechen los puntos fuertes tanto de los enfoques convencionales como de los nuevos métodos desarrollados durante la pandemia.
Nuestro agradecimiento a todas las personas entrevistadas cuyos aportes han alimentado este artículo: activista anónimo de la sociedad civil, Burundi; Gala Díaz Langou, Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento, Argentina; Elif Ege, Mor Çatı, Turquía; Wendy Figueroa, Red Nacional de Refugios, México; Michael Kaiyatsa, Centro de Derechos Humanos y Rehabilitación, Malawi; Krisztina Kolos Orbán, Asociación de Transexuales Transvanilla, Hungría; Sebastián Pilo, Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia, Argentina; Amali Tower, Refugiados del Clima; Owen Tudor, Confederación Sindical Internacional; Tsubasa Yuki, Centro de Apoyo a la Vida Independiente Moyai, Japón. Todas las citas de las entrevistas son extractos editados.

Foto de portada de Tamara Merino/Bloomberg vía Getty Images