Tras una campaña plagada de violencia y desinformación, la elección presidencial del 2 de octubre en Brasil fue más reñida de lo esperado: el ex presidente de izquierda, Lula da Silva, quedó en primer lugar pero no alcanzó la mayoría, mientras que el desempeño del actual presidente de extrema derecha, Jair Bolsonaro, fue mejor de lo esperado. Una victoria ajustada de Lula es el resultado más probable de la segunda vuelta programada para el 30 de octubre. Sin embargo, arreglar el daño producido en cuatro años de gobierno antiderechos no será tarea fácil para un presidente que carga con una historia pesada y carecerá de un claro mandato. Más allá de la competencia por la presidencia, los patrones de votación sugieren un realineamiento a largo plazo de la política brasileña: el bloque conservador que nuclea a poderosos intereses empresariales y grupos religiosos fundamentalistas mantendrá una influencia considerable.

Las cosas no están saliendo como se esperaba para el favorito de las elecciones presidenciales de Brasil. Pocos días después de la primera vuelta del 2 de octubre, la campaña del candidato ganador, el expresidente Luiz Inácio “Lula” da Silva, se vieron compelidos a negar en las redes sociales que su candidato hubiera hecho “un pacto con el diablo”. El actual presidente, Jair Bolsonaro, que goza de un fuerte apoyo evangélico, ha declarado en repetidas oportunidades que si gana Lula cerrará las iglesias. Las noticias falsas que acusaban a Lula de satanismo se difundieron cual incendio forestal amazónico.

Fue tan solo un ejemplo ilustrativo de lo feroz que se ha vuelto la campaña de cara a la segunda vuelta del 30 de octubre, cuando el ícono de la izquierda y ex sindicalista Lula enfrentará a Bolsonaro, el líder de la extrema derecha.

Se había especulado con la posibilidad de que Lula lograra evitar la segunda vuelta, pero aunque quedó en primer lugar, su ventaja fue menor a la esperada. Le faltó un punto y medio para ganar en primera vuelta, y le sacó a Bolsonaro apenas cinco puntos de diferencia.

Cada voto contará en la segunda vuelta, y dado que los evangélicos representan aproximadamente el 30% del electorado, no es de extrañar que Lula haya ido mucho más allá de negar las ridículas acusaciones de satanismo: se dedicó a cortejar activamente al electorado religioso. En la sede del Partido de los Trabajadores (PT) últimamente no han escaseado los elogios al Papa Francisco.

La polarización del voto en la elección presidencial

Estas elecciones presidenciales han sido las más polarizadas de la historia reciente de Brasil. Aunque había 11 candidatos en competencia, la mayoría de los votantes optó por uno de dos: el 91% de los votos fueron para Lula o Bolsonaro. Muy por detrás, dos candidatos posicionados en el centro -la centroderechista Simone Tebet, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), y el centroizquierdista Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista- obtuvieron apenas tres o cuatro puntos cada uno.

Los resultados tomaron a muchos por sorpresa. Todos los sondeos de opinión habían pronosticado una mayor diferencia entre Lula y Bolsonaro, generando en los partidarios del PT cierta esperanza de ganar en primera vuelta. Bolsonaro había reaccionado afirmando que “no creía” demasiado en las encuestas.

Resultó que las encuestas predijeron con bastante exactitud el porcentaje de votos de Lula, pero subestimaron enormemente el de Bolsonaro. Las posibles razones de ello son variadas: un problema de muestreo, datos censales obsoletos, un desplazamiento de última hora de votantes de los partidos más pequeños y la posibilidad de que a muchos votantes les avergonzara admitir que votarían por Bolsonaro. Otra explicación plausible sugiere que hay un segmento de extrema derecha, inclinado hacia Bolsonaro, que rechaza toda interacción con la política convencional, y por consiguiente no es computado en las encuestas.

Nada de ello impidió que las propias encuestas se vieran envueltas en la polarizada batalla política. Tras el anuncio de los resultados, el ministro de Justicia de Bolsonaro reclamó vía Twitter que la policía investigara a las encuestadoras, acusándolas de equivocarse intencionadamente a favor de Lula en un intento de influir sobre los votantes.

Campaña negativa y violencia política

No es de extrañar que durante la campaña aumentara la violencia política, incluidas las amenazas, la intimidación y los ataques físicos y online. La violencia fue fomentada desde la cima del poder: una y otra vez, Bolsonaro se encargó de vilipendiar a periodistas críticos y opositores políticos, especialmente si eran mujeres.

En el primer semestre de 2022, el Observatorio de la Violencia Política y Electoral de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro registró 214 casos de violencia contra políticos destacados, incluidos 40 homicidios, una cifra cuatro veces mayor a la registrada desde que comenzara la recopilación de datos en 2019.

La mayoría de las víctimas de la violencia política eran partidarias del PT. Entre julio y octubre, al menos tres simpatizantes del PT fueron asesinados por partidarios de Bolsonaro a causa de su filiación política. Para evitar más violencia, en los días previos a la elección el Tribunal Supremo Electoral prohibió la portación de armas en público.

Durante la campaña electoral, Bolsonaro, comprensiblemente, tendió a minimizar el sufrimiento de la ciudadanía brasileña bajo la pandemia y la larga crisis económica experimentada durante su gobierno. Como resultado de sus políticas de negación y desinformación y su mala gestión, el COVID-19 se cobró cerca de 700.000 vidas en Brasil. Azuzado por la invasión rusa de Ucrania, el aumento de los precios de los alimentos y el combustible ha desencadenado una crisis de hambre que afecta a 33 millones de personas.

Para evitar ser arrastrado por la ira social, Bolsonaro amplió su programa de asistencia, Auxilio Brasil, dirigido a los hogares más pobres. No fue más que un relanzamiento del famoso y enormemente eficaz Bolsa Familia, establecido durante las anteriores presidencias de Lula, bajo un nombre diferente para evitar toda asociación con su rival. En agosto, ante la cercanía de las elecciones, el subsidio mensual aumentó de 400 a 600 reales (aproximadamente de 77 a 115 dólares).

Pero dado que tenía pocos éxitos de gestión para exhibir, Bolsonaro prefirió dedicarse a desacreditar a su oponente, al que tildó de haber liderado “el gobierno más corrupto de la historia de Brasil”, y  denunciar todas las cosas malas que se proponía erradicar: el comunismo, el aborto, la llamada “ideología de género”, a los ateos y, por supuesto, a los adoradores del demonio.

La campaña también estuvo plagada de desinformación relacionada con las elecciones. Prácticamente hasta el día de las elecciones, Bolsonaro continuó lanzando acusaciones infundadas contra la integridad del sistema de votación electrónica brasileño. Bolsonaro lleva largo tiempo expresando su desconfianza hacia el mismo sistema electoral con el cual resultó electo, afirmando que si en 2018 debió competir en la segunda vuelta fue porque en la primera le “robaron” la elección.

Una y otra vez, Bolsonaro ha insinuado que no necesariamente reconocería una derrota. En respuesta a este peligro, los partidos políticos que respaldan la candidatura de Lula han solicitado a la comunidad internacional que reconozca los resultados tan pronto como sean anunciados. Afortunadamente, aunque es probable que Bolsonaro continúe intentando emular a Trump, no parece contar con el apoyo militar necesario para intentar un golpe de Estado.

La Amazonía en juego

Los resultados de las elecciones son clave para el futuro de la Amazonía y de los pueblos indígenas de Brasil, que han sido objeto de redoblados ataques desde la elección de Bolsonaro.

En sus cuatro años de mandato, Bolsonaro ha desmantelado las protecciones ambientales, ha paralizado las agencias de regulación y control ambiental y ha recortado sus presupuestos. Ha negado el cambio climático y ha vilipendiado públicamente a la sociedad civil, criminalizado al activismo y desacreditado a los medios de comunicación. Su gobierno ha permitido que la deforestación avance a un ritmo asombroso y ha envalentonado a empresas depredadoras, a menudo vinculadas al crimen organizado, para que intensifiquen el acaparamiento de tierras y la tala y la minería ilegales.

Las comunidades indígenas y el activismo, ya asediados, han sido cada vez más vulnerables a los ataques. De los 200 asesinatos de activistas ambientalistas y por el derecho a la tierra documentados por Global Witness en todo el mundo en 2021, 26 se produjeron en Brasil. El país quedó ubicado en el tercer puesto del ranking, precedido solamente por México y Colombia.

Poco antes de que comenzara la campaña electoral, el experto indígena Bruno Pereira y el periodista británico Dom Phillips fueron asesinados en el valle de Javari, en el estado de Amazonas, cuando regresaban de un viaje informativo por el río Itaquaí. Fueron emboscados y brutalmente asesinados por miembros de una operación de pesca ilegal en zonas protegidas que Phillips había fotografiado el día anterior.

Un Congreso inclinado hacia la derecha

La elección del 2 de octubre fue mucho más que una elección presidencial. Unos 156 millones de votantes fueron convocados a elegir un tercio de los miembros del Senado Federal, de 81 escaños, y a los 513 miembros de la Cámara de Diputados Federal. Éstos son elegidos en 27 circunscripciones plurinominales -una por cada uno de los 26 estados de Brasil más el Distrito Federal de la capital, Brasilia-, de entre ocho y 70 escaños, los cuales son repartidos entre los partidos mediante una fórmula de representación proporcional.

Más allá del nivel nacional, en cada estado los votantes eligen a los gobernadores y vicegobernadores, con una segunda vuelta de ser necesario, y a los miembros de las 27 asambleas legislativas estaduales.

Estas elecciones arrojaron resultados muy diferentes a los de la competencia presidencial. Mientras que Lula obtuvo más del 48% de los votos en las presidenciales, los partidos que apoyaban su candidatura obtuvieron menos del 30% de la representación en el Congreso. Los partidos de derecha, por su parte, obtuvieron más del 60% de los escaños legislativos.

Entre los electos para el Congreso se contaron varios exministros destacados del gobierno de Bolsonaro, entre ellos un general que, en tanto que ministro de salud, presidió sobre la catástrofe de salud pública que fue la pandemia, y un ministro de medio ambiente negador del cambio climático.

El tradicional voto de centroderecha se desplomó ante el desplazamiento de votantes hacia la extrema derecha. El Partido de la Social Democracia Brasileña, de importancia central en el pasado, no presentó candidato presidencial, sino que apoyó la candidatura fallida de Tebet, del MDB, y no consiguió ningún senador, sino solamente 13 diputados.

Aliados de Bolsonaro fueron electos o reelectos como gobernadores en estados clave como Río de Janeiro y Minas Gerais. En San Pablo, el candidato de Bolsonaro quedó inesperadamente en primer lugar, aunque deberá enfrentar una segunda vuelta electoral.

En consecuencia, si Bolsonaro resultara reelecto, podría fácilmente lograr la aprobación de cualquier legislación que desee. En cambio, si gana Lula, tendrá que moderar aún más su programa, negociar con otros partidos y hacer concesiones a la llamada “coalición BBB” (bala, buey y biblia), la alianza del lobby de las armas, la agroindustria y las iglesias evangélicas fundamentalistas. El comportamiento del voto más allá de la carrera presidencial sugiere un realineamiento a largo plazo de la política brasileña, independientemente de si Bolsonaro conserva o no el poder presidencial.

Voces desde las primeras líneas

Daniela Silva es cofundadora del Proyecto Aldeas, una iniciativa de educación, arte, cultura y medio ambiente para niños y jóvenes del municipio de Altamira, en el estado brasileño de Pará.

 

Las elecciones de octubre son quizás una de las más importantes de la historia de Brasil. Hay mucho en juego en relación con la Amazonía. Bolsonaro, el actual presidente, ha dado rienda suelta a la deforestación, el acaparamiento de tierras y la minería ilegal en territorios indígenas. También está alentando la violencia contra las personas defensoras de derechos humanos y el medio ambiente en la Amazonía.

Con Bolsonaro no hay diálogo ni participación de la sociedad civil organizada en la toma de decisiones sobre el medio ambiente. Si Bolsonaro continúa como presidente, es una amenaza para la Amazonía y sus pueblos, y por lo tanto para la humanidad. Estamos viviendo una crisis climática global y necesitamos que los líderes mundiales se preocupen por elaborar junto con la sociedad civil, la comunidad científica y la comunidad internacional propuestas a corto, medio y largo plazo para afrontarla.

El avance de la deforestación en la Amazonía debería ser un factor determinante para que nos unamos para derrotar a Bolsonaro en estas elecciones, pero lamentablemente no lo es. La sociedad brasileña sigue siendo muy ajena a la realidad de la Amazonía. Los grandes centros urbanos de Brasil no reconocen la realidad cotidiana de la selva y sus pueblos. La consecuencia de la ignorancia es la falta de posicionamiento enérgico contra el actual ecocidio del gobierno de Bolsonaro. Afortunadamente, hay muchos movimientos ecologistas de la Amazonía que están intentando perforar esta burbuja para que la sociedad brasileña sepa lo que está ocurriendo y se posicione.

Ahora bien, aunque entendemos que es de suma importancia derrotar a Bolsonaro en estas elecciones, también tenemos fuertes críticas a su principal rival, el PT. Al igual que los gobiernos de la derecha, los gobiernos del PT, encabezados por el actual candidato, Lula da Silva, y por su sucesora Dilma Rousseff, también produjeron acciones destructivas del medio ambiente. Sin embargo, creemos que con Lula sería posible abrir diálogos y lograr una mayor participación de la sociedad civil en la toma de decisiones ambientales.

 

Este es un extracto editado de nuestra conversación con Daniela. Lea la entrevista completa aquí.

¿La resurrección política de Lula?

En el marco de una segunda vuelta reñida, el escenario más probable sigue siendo la victoria de Lula, a 12 años de haber dejado la presidencia tras cumplir dos mandatos. En el tiempo transcurrido desde entonces, su sucesora, la presidenta Dilma Roussef, fue destituida mediante juicio político y sustituida por su vicepresidente, Michel Temer, en una movida que los partidarios del PT calificaron de golpe parlamentario.

Lula pasó 580 días en prisión tras ser procesado por el juez Sergio Moro -posteriormente designado por Bolsonaro ministro de Justicia- por “corrupción activa y pasiva y lavado de dinero”. Fue uno de los muchos personajes implicados en el vasto escándalo de corrupción Lava Jato (“lavadero de autos”). Su condena, que le impidió presentar su candidatura para enfrentar a Bolsonaro en 2018, fue posteriormente anulada. En marzo de 2021, el Tribunal Supremo dictaminó que Moro no había actuado con imparcialidad, y en junio de 2021 todas las acusaciones que Moro había presentado contra Lula fueron anuladas y éste quedó libre de presentarse nuevamente.

Mientras que Bolsonaro adoptó en la campaña sus habituales posiciones de derecha, Lula parece haber cambiado. En vez de presentarse como la imagen invertida de su rival de extrema derecha, apostó su futuro político a la moderación, empezando por su elección de vicepresidente: el conocido centrista Geraldo Alckmin, a quien muchos partidarios de Lula acusan de neoliberal. Lula caracterizó esta alianza como la plataforma a partir de la cual sería posible comenzar a enmendar los daños causados por Bolsonaro. Eligió proyectar un liderazgo regional con la imagen de una izquierda moderada, más alineada con la del chileno Gabriel Boric que con personajes como el venezolano Nicolás Maduro o el nicaragüense Daniel Ortega.

Aunque su defensa no siempre fue coherente ni convincente, Lula se esforzó por superar los efectos del escándalo de la operación Java Lato. Prometió luchar contra la corrupción e insistió en que no quiere colocar a ningún amigo en el poder judicial ni en la policía. También destacó los logros económicos y sociales de su última presidencia, subrayando que unos 28 millones de brasileños escaparon de la pobreza durante su mandato.

Poco después de conocidos los resultados de la primera vuelta, los candidatos situados en los distantes tercer y cuarto puestos, Gomes y Tebet, declararon su apoyo a Lula, aunque el partido de Tebet dio libertad de elección a sus votantes. Según las encuestas, sin embargo, la mayoría de los votantes de Tebet y más de la mitad de los de Gomes podrían votar por Bolsonaro.

Lula lideró sistemáticamente las encuestas en el período previo a la primera vuelta electoral, y continúa haciéndolo. A apenas tres semanas de la segunda vuelta, todos los sondeos apuntan a una victoria ajustada de Lula, con entre el 51 y el 55% de los votos. Hay claras diferencias regionales y una brecha de género en el comportamiento de los votantes: si gana, Lula contraerá una deuda con los votantes nordestinos y las mujeres.

Desde la transición a la democracia, en 1985, el candidato con más votos en la primera vuelta ha salido victorioso en la segunda; sin embargo, también suelen ganar los presidentes en ejercicio que buscan la reelección. Las encuestas parecen mostrar que Bolsonaro tiene un índice de rechazo -es decir, una cantidad de personas que nunca votarían por él- mucho mayor que Lula. Pero es posible que las encuestas continúen subestimando el alcance del voto de extrema derecha, como ya lo hicieron en la primera vuelta.

El comportamiento del voto más allá de la carrera presidencial sugiere un realineamiento a largo plazo de la política brasileña, independientemente de si Bolsonaro conserva o no el poder presidencial.

Si Lula gana, es muy probable que sea por un pequeño margen, lo que haría muy fácil para Bolsonaro y sus partidarios denunciar fraude y rechazar los resultados como una estafa. Aún victorioso, Lula obtendría un mandato débil, mientras que la extrema, aun perdiendo, se mantendría poderosa y activa.

Lula, de 76 años, dista de ser una cara nueva. Podría ganar menos por lo que es que por lo que no es, es decir, porque no es Bolsonaro, y para mucha gente en este momento ese es el atributo más importante. Pero luego enfrentará el desafío de demostrar que es mejor que Bolsonaro, al mismo tiempo que el de tender puentes para superar las divisiones que la campaña no ha hecho más que profundizar.

NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN

  • El presidente Bolsonaro debe comprometerse públicamente a aceptar los resultados electorales y a no alentar a sus partidarios a cometer actos de violencia si es derrotado.
  • Lula debería centrarse en superar las profundas divisiones en lo que queda de campaña y, de ser elegido, una vez en el gobierno.
  • Si resulta electo, Lula debe restablecer inmediatamente las protecciones ambientales, habilitar a las agencias y mecanismos de control y revertir las restricciones que enfrenta el activismo ambiental.

Foto de portada de Reuters/Washington Alves vía Gallo Images