La oposición a las medidas tomadas frente a la pandemia ha empujado a ciertas personas hacia el extremismo. Ahora, sus actos y amenazas de violencia están generando un problema creciente en numerosos países. En Nueva Zelanda, la ex primera ministra Jacinda Ardern fue objeto de numerosas amenazas, y en Alemania estos extremistas han sido acusados de planear un golpe de Estado. Aunque no sean muchas las personas implicadas, se movilizan intensamente y se hacen oír de forma desproporcionada, lo cual hace real la perspectiva de violencia. Para frenar esta tendencia, los políticos deben comprometerse a no apaciguar ni normalizar las opiniones de extrema derecha. Las redes sociales también deben hacer mucho más para evitar la propagación de la desinformación y de teorías conspirativas.

La inesperada dimisión de Jacinda Ardern como primera ministra de Nueva Zelanda puede deberse a muchas razones. Ardern anunció que “ya no tenía suficiente combustible en el tanque” después de más de cinco años en el cargo. Sin duda ha sido un mandato exigente que incluyó la pandemia, catástrofes naturales y un atentado terrorista de extrema derecha.

Sus partidarios niegan que la hostilidad que debió enfrentar en los últimos años tenga algo que ver con ello. Ojalá sea cierto: no cabe duda de que Ardern fue objeto de un bombardeo continuo y creciente de insultos en internet, muchos de ellos de naturaleza vilmente misógina, y sería triste que como consecuencia de ello otras mujeres jóvenes y progresistas se vieran disuadidas de perseguir posiciones de liderazgo.

Las amenazas contra Ardern han rebasado con mucho los límites del debate político aceptable. El año pasado, la policía neozelandesa informó que las amenazas contra Ardern se habían casi triplicado en dos años. En 2022 dos hombres fueron detenidos por dirigirle amenazas de asesinato. Es posible que Ardern necesite custodia permanente tras dejar el cargo, algo inaudito en Nueva Zelanda. De hecho, todo esto es muy inusual en Nueva Zelanda, y es posible que como consecuencia de ello su cultura de fácil acceso a los políticos termine cambiando.

Impactos políticos de la pandemia

No es casualidad que las amenazas aumentaran durante la pandemia. Ardern rápidamente adoptó medidas para controlar el virus, centradas en normas estrictas e información clara, y transmitidas con un mensaje de empatía. Esto le valió una amplia aprobación pública y elogios internacionales. Como consecuencia, el Partido Laborista que ella lideraba obtuvo una victoria aplastante en las elecciones de octubre de 2020.

En los últimos tiempos, la popularidad tanto de Ardern como de su partido ha disminuido. La oposición encabeza sistemáticamente las encuestas ante las próximas elecciones, que tendrán lugar en octubre, debido entre otras cosas a la recesión económica causada por el confinamiento durante la pandemia. Sin embargo, también hay gente que tomó su decisión hace tiempo: quienes se opusieron con vehemencia a las restricciones adoptadas frente a la pandemia y a los planes de vacunación, así como a las medidas temporarias de exigir prueba de vacunación para trabajar en profesiones vinculadas a la salud o a la educación.

En Nueva Zelanda, como en muchos países del norte global donde la gente tiene poca experiencia con este tipo de emergencias, la pandemia fue una experiencia polarizadora desigual. Casi todo el mundo aceptó las normas, pero una minoría pequeña y muy ruidosa las consideró totalmente inaceptables. Encontró en la oposición a la normativa sobre la pandemia un punto de encuentro político y una puerta de entrada a un mundo de desinformación, teorías conspirativas y extremismo.

El extremismo online alimentó la agresión en el mundo real. En enero de 2022, el vehículo de Ardern se vio obligado a abandonar la carretera tras ser perseguido por manifestantes antivacunas. Durante semanas, en febrero de 2022, manifestantes antivacunas acamparon frente al Parlamento neozelandés, lo que acabó en violencia: el lugar de la protesta fue incendiado en respuesta a una redada policial en la que la policía utilizó gas pimienta y balas de goma.

Desencadenada por los mandatos temporarios de vacunación, la protesta se convirtió en un imán para extremistas de derecha que expresaban una amplia variedad de reclamos y utilizaban una retórica cada vez más violenta. Entre los participantes estuvieron quienes se oponían vehementemente a las políticas de control de armas introducidas en 2019 tras un ataque terrorista sin precedentes en el que un supremacista blanco atacó dos mezquitas y mató a 51 personas.

Evidentemente, los manifestantes neozelandeses se inspiraron en los bloqueos de rutas de los camioneros de Ottawa, Canadá, iniciados en enero de 2022. La protesta contra la propuesta de imponer la vacunación obligatoria a los camioneros que cruzan la frontera entre Canadá y Estados Unidos también creció rápidamente, y terminó dando cabida a una serie de teorías conspirativas y opiniones de extrema derecha, recibiendo apoyo ideológico y financiero de grupos estadounidenses partidarios de Trump. Algunos se mostraron dispuestos a pasar de las palabras violentas a los hechos: en febrero de 2022, un grupo armado vinculado con las protestas fue acusado de conspirar para asesinar agentes de policía. Protestas similares se produjeron alrededor de las mismas fechas no solamente en Nueva Zelanda sino también en Australia, Francia y los Países Bajos, entre otros países.

Potencial de violencia

Al otro lado del mundo, en Alemania, los acontecimientos ocurridos en diciembre tuvieron quizás un tinte cómico. La policía detuvo a 25 extremistas de derecha acusados de conspirar para derrocar al gobierno. Un aristócrata con chaqueta de tweed, Heinrich XIII, se había autodesignado jefe putativo de un Reich alemán restablecido. Un antiguo diputado del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) sería el nuevo secretario de Justicia. Un médico sería ministro de Salud.

Los conspiradores pertenecían al movimiento Reichsbürger, que niega la legitimidad del Estado alemán de posguerra, sus fronteras e instituciones. Al parecer, el plan consistía en asaltar el Parlamento y capturar a los políticos, momento en el que se suponía que el ejército y la opinión pública les apoyarían. Una vez tomado el control del gobierno, los conspiradores planeaban renegociar los tratados que establecieron la Alemania moderna y entablar relaciones de amistad con Rusia.

La insurrección estadounidense del 6 de enero de 2021 fue una fuente evidente de inspiración para este plan de atentado. Justamente, parte del peligro que representa lo ocurrido en Washington DC es que normalizó la violencia política y ofreció un modelo imitable. Esto se ha visto recientemente en Brasil, donde miles de personas asaltaron las instituciones del gobierno federal para intentar desestabilizar a la administración recién inaugurada.

En Alemania también había preparado el terreno el movimiento Querdenken -pensamiento lateral- que surgió en las protestas contra las cuarentenas y la obligación de vacunarse. Empezó afirmando ser apartidista, limitándose a reunir a la gente para cuestionar las medidas tomadas frente a la pandemia. Algunos partidarios procedían de la izquierda, y a menudo sostenían sospechas sobre las motivaciones de las grandes empresas farmacéuticas. Pero con el paso del tiempo, el movimiento fue abrazando cada vez más ideas de extrema derecha.

Esto conectó con otras corrientes extremistas reunidas bajo la pandemia: el movimiento Reichsbürger, la ideología racista que desde hace tiempo propugnan AfD y otros partidos de extrema derecha europeos, la extraña teoría de la conspiración QAnon nacida en los Estados Unidos, y la teoría antiinmigrante del “gran reemplazo” que políticos de extrema derecha como el líder húngaro Viktor Orbán han introducido en la corriente política dominante. Entre los presuntos golpistas había teóricos de la conspiración pandémica y seguidores de QAnon.

En Alemania, al igual que en Nueva Zelanda, las encuestas de opinión mostraron que había un amplio apoyo a las medidas estatales contra la pandemia. Cuando las restricciones disminuyeron debido a los altos niveles de vacunación, la mayoría de la gente siguió con su vida. Pero quedó una minoría, en Alemania, Nueva Zelanda y otros lugares, para la cual la pandemia fue un tema galvanizador, una puerta de entrada a una madriguera conspirativa. Una vez absorbidos por el escepticismo pandémico, algunos se mostraron intensamente comprometidos e increíblemente ruidosos, lo cual les confirió una influencia que superó largamente su tamaño.

Resulta tentador tomárselo a broma por intrascendente, aunque abundan las historias desgarradoras de lazos familiares y de amistad rotos por la incursión en este mundo. En Alemania, la política de primera línea no se ha visto afectada. Durante mucho tiempo AfD había sacado provecho de la retórica antimigratoria, pero su estrategia política de oposición a las mascarillas y las vacunas fracasó en las elecciones de 2021, y su apoyo cayó. Sin embargo, el potencial de violencia no es cosa de risa. Se difunden ideas escabrosas y violentas, fantasías de ejecuciones y de violencia sexual contra las mujeres. Bastaría con que un puñado de personas -una minoría de una minoría- las pusiera en práctica para que se produjera una tragedia.

La supuesta conspiración golpista alemana olía a autoengaño delirante, pero el grupo contra el que fueron dirigidas las redadas de diciembre sí tenía un brazo armado. Uno de los detenidos es miembro del Mando de Fuerzas Especiales de Alemania, una unidad de élite cusada desde hace tiempo de mantener vínculos con extremistas de derecha. Otros eran reservistas militares. La policía informó que se habían encontrado armas en más de 50 ubicaciones, y al parecer el grupo tenía una lista de objetivos políticos y periodísticos. El grupo parece haber estado bien financiado. No hubiera logrado derrocar al gobierno, pero sí hubiera podido matar gente en su camino hacia el fracaso.

Tampoco es la primera amenaza de este tipo. En agosto de 2021, la policía desmanteló un plan de asesinato contra Michael Kretschmer, jefe de gobierno del estado alemán de Sajonia. Kretschmer se convirtió en su blanco cuando introdujo restricciones para las personas no vacunadas durante una ola grave del virus. En abril de 2022, la policía también detuvo a cuatro personas sospechosas de planear el secuestro de Karl Lauterbach, ministro de Salud. En el allanamiento se encontraron armas.

En todo el mundo, las protestas contra las medidas tomadas frente a la pandemia en ocasiones se han vuelto violentas y los políticos han sido blanco de amenazas creíbles. También han aumentado las agresiones y amenazas contra periodistas en Alemania, Nueva Zelanda y muchos otros sitios donde las teorías conspirativas han calado hondo. En Francia, en enero comenzó el juicio contra un grupo de extrema derecha acusado de conspirar para asesinar al presidente Emmanuel Macron y de planear atentados contra mezquitas. El grupo había comenzado en Facebook.

Las redes sociales en el punto de mira

La desinformación y las teorías conspirativas precedieron a las redes sociales, pero es imposible imaginarlas extendiéndose tan rápido y calando tan hondo sin ellas. Los algoritmos de las redes sociales crean los agujeros negros que atraen a la gente: así, las personas se exponen a flujos interminables de contenidos no verificados, cada vez más simplistas y extremistas, que refuerzan sus creencias preexistentes. En torno a ellos se forman comunidades. La capacidad de las redes sociales para compartir rápidamente la desinformación significa que una mentira puede extenderse por todo el mundo y arraigar por mucho que sea refutada. Este es el camino que lleva a algunos a la violencia: un estudio realizado en el Reino Unido demostró que la mayoría de los terroristas convictos se habían radicalizado en internet.

La moderación es una respuesta parcial, pero la industria tecnológica también está en crisis: las principales empresas han despedido a más de 70.000 empleados en el último año. Esto solo conllevará menos moderación y más oportunidades para que prosperen la desinformación y la incitación al odio.

Desde que Elon Musk, que recientemente compartió una teoría conspirativa de extrema derecha, se hizo cargo de Twitter, se han desmantelado los sistemas de moderación y se ha despedido a muchos empleados, incluido todo el equipo de derechos humanos. Se ha disuelto su Consejo de Confianza y Seguridad, un grupo asesor clave formado por representantes de la sociedad civil. Entre los despedidos había personal de Brasil: la desinformación se disparó entonces en el periodo previo a la insurrección de enero. Este patrón se observa en todo el mundo.

Los cambios de Musk pueden haber estado motivados en parte por su autoproclamada creencia en el llamado absolutismo de la libertad de expresión, y en parte por el deseo de hacer rentable Twitter reduciendo sus costos. Cuando las empresas de redes sociales recortan puestos de trabajo destinados a eliminar la desinformación y la incitación al odio, dan a entender que esos dispositivos no eran en realidad más que un elemento decorativo.

Pero permitiendo y fomentando el conflicto también se obtienen beneficios. La controversia impulsa a la gente a intervenir y la mantiene involucrada. El conflicto es bueno para los negocios, por lo que las empresas de redes sociales tienen poco incentivo para evitarlo.

Acción responsable se necesita

La pandemia ofreció una importante vía de entrada al mundo conspirativo, pero habrá otras. Los grupos de extrema derecha son oportunistas: buscan temas a los que puedan agarrarse para aparecer en los titulares y captar apoyos. Algunos integrantes se quedan después de que el problema que lo originó ha pasado. Nueva Zelanda ya no tiene restricciones relacionadas con la pandemia, pero ahora alberga movimientos extremistas que seguramente seguirán activos incluso después de la dimisión de Ardern.

Una vez absorbidos por el escepticismo pandémico, algunos se mostraron intensamente comprometidos e increíblemente ruidosos, lo cual les confirió una influencia que superó largamente su tamaño.

En algunos países, sobre todo en el Reino Unido y Estados Unidos, se están librando actualmente guerras culturales en torno de los derechos de las personas trans. Se están estableciendo alianzas extrañas entre algunas feministas autoproclamadas “críticas del género” y grupos ultraconservadores, colocados ambos contra lo que caracterizan como “ideología de género”. La hostilidad es fuerte y a menudo cruza la línea del discurso razonable. La desinformación es omnipresente. En Estados Unidos, los partidarios de QAnon se han adentrado en este terreno, presentando a las personas trans como satanistas y abusadoras de menores.

Las cosas se ponen mucho peor cuando lo que empieza como extremismo entra en la corriente dominante. El centro político se desplaza hacia la derecha cuando los políticos de los principales partidos de centroderecha adoptan la retórica extremista y le dan credibilidad. Esto está ocurriendo en el Reino Unido, donde el Partido Conservador en el poder, que casi con toda seguridad perderá las próximas elecciones, ha recurrido a temas de la guerra cultural para intentar apuntalar su menguante voto y sembrar la división en la oposición. Actualmente está en disputa con el gobierno autónomo escocés, que aprobó una ley para simplificar el reconocimiento de género, una política que hasta hace poco apoyaba para todo el Reino Unido. Como resultado, no solamente se avecina una crisis constitucional, sino que también aumentan la polarización y el odio.

Hay muchos otros ejemplos de normalización del discurso extremista, ya sea por motivos ideológicos u oportunistas. No se trata solamente de Trump en los Estados Unidos, Orbán en Hungría, los partidos de extrema derecha que han llegado recientemente al poder en Italia o aquellos que se convirtieron en el poder detrás del trono en Suecia. También la presión ejercida por la derecha sobre sus bases electorales está llevando a políticos supuestamente convencionales a acercarse al discurso extremista. En las últimas elecciones presidenciales francesas, por ejemplo, en respuesta a la amenaza de la candidata de extrema derecha Marine Le Pen, candidatos supuestamente centristas, Macron incluido, se apresuraron a exhibir una postura antiinmigración, normalizando aún más el racismo y la xenofobia en el discurso político dominante.

Esto tiene que parar, pero no hay cortafuegos que obligue al discurso extremista a detenerse en algún punto. Como lo está demostrando la experiencia de Estados Unidos, este discurso consumirá todo el territorio que se ponga a su disposición y aún tendrá hambre de más, y la violencia extremista le seguirá. Los políticos deben negarse a normalizarlo o apaciguarlo, como hizo Jacinda Ardern, y como debe hacer su sucesor, el primer ministro Chris Hipkins.

Más allá de esto, si no se puede confiar en que las empresas de redes sociales se autorregulen, los gobiernos deberán establecer normas más estrictas. Pero está claro que esta tarea no debe dejarse exclusivamente en manos de los gobiernos: con el pretexto de la regulación, muchos de ellos han introducido restricciones injustificadas a formas legítimas de cuestionamiento, debate y disenso.

Esto significa que la sociedad civil tiene que involucrarse a fondo para ayudar a establecer las normas, fomentando debates informados para lograr el equilibrio adecuado entre el respeto de la libertad de expresión y la protección de las personas frente a los abusos y la violencia. No existe respuesta fácil a este dilema, pero los acontecimientos que siguen produciéndose en todo el mundo demuestran la importancia de abordarlo.

NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN

  • Los políticos convencionales deben comprometerse a no apaciguar, tomar prestado o normalizar el discurso de la extrema derecha.
  • Los gobiernos, la sociedad civil y las instituciones internacionales deben colaborar en la elaboración de políticas más firmes para atajar la desinformación, las teorías conspirativas, la incitación al odio y las amenazas.
  • La sociedad civil debe redoblar sus esfuerzos para combatir la desinformación.

Foto de portada de Phil Walter/Getty Images