Cuba: ¿el principio del fin?
La ola de protestas sin precedentes que estalló en Cuba en julio de 2021 fue el resultado de una serie de profundos cambios económicos y sociales, y podría estar anunciando un cambio político por lo menos igualmente significativo. En un régimen de control total basado en la vigilancia y la denuncia recíprocas, por primera vez la gente logró -en gran medida gracias a la novedosa penetración de la tecnología móvil y los medios sociales- coordinar acciones, organizar protestas masivas y darles suficiente visibilidad para animar a otros a unirse. Si estas protestas dejaran como legado la pérdida del miedo en que se basaba el régimen posrevolucionario, podrían presagiar un cambio político de gran alcance.
Algunos dirán que empezó con una canción: una canción que reivindicaba el derecho de los cubanos a pensar por sí mismos, criticando sin tapujos al régimen posrevolucionario que ya dura 61 años, y exigiendo un cambio inmediato. Todas las ideas que pronto alimentarían una ola de protestas sin precedentes ya estaban contenidas en esta canción, empezando por su título, “Patria y vida”, en fuerte contraste con el desgastado grito de guerra de “Patria o muerte” que fue la marca de fábrica de la Revolución Cubana.
La letra de la canción proporcionó la clave para entender las protestas que estallarían en julio: “Se rompió el silencio, no tenemos miedo, se acabó el engaño”. Y claramente tocó un nervio sensible: en la noche del 18 de febrero, al día siguiente del lanzamiento de la canción, los medios de comunicación estatales interrumpieron su programación para emitir el himno nacional de Cuba, que típicamente glorifica la muerte por la patria, e instaron a los oyentes a unirse y aplaudir.
El arte contra el autoritarismo
Las figuras totalitarias y autoritarias suelen tener un miedo antinatural a los artistas. Suelen ser demasiado solemnes y engreídas y carecer de sentido del humor, lo cual les hace especialmente vulnerables a la ironía y la sátira. Es por eso que en tantos contextos autoritarios la risa se convierte en una forma de resistencia y el arte se transforma en un conducto para el pensamiento crítico que no puede expresarse de otro modo.
En Cuba, la crítica a través del arte floreció en los últimos años, y especialmente desde 2016, tras la muerte de Fidel Castro, el pegamento que mantenía precariamente unido al envejecido régimen posrevolucionario. No es de extrañar que el régimen respondiera con dureza a los artistas que, sin dudarlo, le gritaban la verdad en la cara mediante palabras, sonidos e imágenes difundidas en las redes sociales y en las paredes de la ciudad, a la vista de todo el mundo.
A partir de 2009, las reformas económicas que permitieron los pequeños negocios privados animaron a los artistas a abrir nuevos espacios, a menudo dentro de sus casas, para crear y mostrar su arte fuera del circuito oficial. Para poner freno a la comunidad artística cada vez más ruidosa que se desarrolló en consecuencia, en 2018 el gobierno emitió el decreto 349, destinado a regular la producción artística independiente, limitando los lugares donde se podían celebrar espectáculos artísticos y censurando algunas formas de expresión.
Esto precipitó los acontecimientos. Ese mismo año, un grupo de artistas contrarios al decreto, liderados por el artista performático Luis Manuel Otero Alcántara, formaron el Movimiento San Isidro (MSI). El MSI llevó a cabo una serie de protestas, entre las cuales destacaron las del propio Otero Alcántara, que, entre otras acciones, hizo un striptease para llamar la atención sobre la falta de privacidad en internet. El MSI realizó una intensa producción visual que compartió en las redes sociales y organizó conciertos, festivales de cine, debates públicos, recitales de poesía y hasta eventos deportivos.
En noviembre de 2020, el rapero Denis Solís, integrante del MSI, transmitió en directo a través de Facebook el momento en que se enfrentó a un agente de la Policía Revolucionaria que lo acosaba e intentaba entrar en su vivienda sin una orden judicial. Poco después fue detenido por agentes de la seguridad del Estado y mantenido en régimen de incomunicación durante más de una semana sin que se le permitiera ejercer su derecho a una defensa justa. Fue procesado bajo acusaciones de desacato e insulto a un agente de policía, juzgado a puerta cerrada, condenado a ocho meses y trasladado a una prisión de máxima seguridad. Todo ello fue acompañado de la habitual campaña de estigmatización en los medios de comunicación oficiales, que lo presentaron como terrorista.
Otros artistas realizaron una sentada y una huelga de hambre para exigir la liberación de Denis, y en la noche del 26 de noviembre la policía allanó la sede del MSI y desalojó a 14 personas, entre ellas a seis que llevaban una semana en huelga de hambre. Durante el operativo se impuso un apagón en las redes sociales.
El 27 de noviembre, unas 300 personas, una multitud sin precedentes, se concentraron ante el Ministerio de Cultura para exigir libertad de expresión, el derecho a crear arte libremente y el fin del acoso policial. Tras varias horas, 30 de los artistas pudieron hablar con el viceministro de Cultura. Sin embargo, las negociaciones no llevaron a ninguna parte, y a continuación se intensificaron los arrestos domiciliarios y las detenciones arbitrarias de artistas cubanos.
Pero esta protesta dio origen al 27N, un grupo de intelectuales, cineastas, artistas, periodistas y activistas que exigen el respeto de la libertad de expresión y el fin de la censura y el acoso a artistas, librepensadores y disidentes.
La letra de “Patria y vida”, que vio la luz en febrero de 2021, rinde homenaje al MSI, algunos de cuyos miembros aparecen en el video de la canción. Los rostros de los artistas y activistas no tardaron en tapizar las paredes de las calles de la ciudad, y en poco tiempo la canción se convirtió en el himno de la disidencia cubana. Denis Solís salió de la cárcel tras cumplir su condena el 12 de julio, un día después del inicio de las protestas.
La ola de movilización comenzó el 11 de julio de 2021, un domingo como ningún otro, en San Antonio de los Baños, una localidad rural de unos 50.000 habitantes situada 33 km al suroeste de La Habana. Rápidamente se extendió a por lo menos 50 ciudades y pueblos de toda la isla. El efecto demostración fue clave: cuando la gente vio la pequeña masa de manifestantes se dio cuenta de que, al revés de lo que le habían hecho creer, protestar estaba dentro del terreno de lo posible. Las autoridades reconocieron rápidamente que las protestas podían convertirse en memes del mundo real, y procedieron a detener a la persona que había transmitido la primera protesta en vivo y en directo vía Facebook.
¿Por qué protestar?
En los videos que los participantes en la protesta grabaron en San Antonio de los Baños y compartieron en las redes sociales el 11 de julio, se escuchan claramente varias consignas: a “Patria y vida” se le sumaron “No tenemos miedo”, “Abajo la dictadura” y “Queremos vacunas”.
A diferencia de otras protestas anteriores, que pueden haber sido instigadas desde fuera de Cuba, estas fueron verdaderamente autóctonas, resultado de la reciente liberalización económica de Cuba y sus repercusiones sobre la dinámica social. Los agravios políticos y económicos, tanto estructurales como de corto plazo, convergieron en un punto de no retorno.
La gente se manifestó contra la creciente desigualdad, la inflación, la escasez de alimentos y medicamentos, los cortes de luz y la incapacidad del gobierno para controlar la pandemia de COVID-19: de hecho, las infecciones pronto alcanzarían un nuevo pico, y el otrora admirado sistema de salud cubano estaba ahora marcado por la escasez de oxígeno y medicamentos, la insuficiencia de personal médico, el hacinamiento hospitalario y el colapso de los servicios funerarios.
La gente también reivindicó sus libertades cívicas fundamentales: el derecho a asociarse libremente, a expresar sus opiniones y a exhibir su disconformidad, incluso mediante la protesta callejera.
La nueva generación que había salido a las calles obviamente no tenía ningún recuerdo de los tiempos prerrevolucionarios, ni tampoco de las primeras – heroicas – fases de la revolución: desde su perspectiva, el régimen posrevolucionario bajo el que habían vivido toda su vida era simplemente un status quo caducado sin nada que ofrecerle. Sus reivindicaciones socioeconómicas y sus aspiraciones políticas se entremezclaban en la certeza de que el régimen gobernante les había privado de tantas cosas que hasta les había quitado el miedo.
Otra novedad fue la emergencia de una crítica de izquierda al régimen autoritario, basada en la visión de una sociedad donde la igualdad social no se imponga a expensas de la libertad política, perdidas ya todas las esperanzas de que el régimen pudiera reconocer sus propios fracasos en vez de echarle toda la culpa al embargo estadounidense. Toda expectativa de que el cambio pudiera venir desde dentro del propio régimen parecía haberse esfumado; en consecuencia, entre quienes actualmente exigen un cambio no se cuentan solamente los acérrimos enemigos históricos del régimen, incluidos los que protestan en la Florida y llegan incluso a la inquietante exigencia de una intervención militar de Estados Unidos, sino también muchos que crecieron en su seno y no han dejado de compartir los ideales que lo fundaron.
La gente también protestó por la simple razón de que se dio cuenta de que podía hacerlo. Lo que marcó la diferencia con intentos anteriores de iniciar protestas masivas fue la novedosa penetración de la telefonía móvil y las redes sociales: la internet móvil recién había llegado a Cuba en 2018, y WhatsApp rápidamente se había convertido en el medio de comunicación más utilizado.
Si bien en años anteriores se había producido un aumento constante de las protestas a pequeña escala, la mayoría de ellas habían sido reactivas, no planificadas; estallaban en barriadas populares, a menudo porque gente que esperaba en fila empezaba a quejarse de que la cola era demasiado larga, o porque ya no quedaba nada cuando finalmente llegaba su turno. Ahora la gente tenía en sus manos una forma fácil de organizarse, de coordinar acciones y -lo más importante- de documentar su audacia, alentando a hacer lo propio a otros que de otra manera no se atreverían. Podían mostrar sus acciones al mundo y a sus conciudadanos. Atrás quedaban los días en los que todo intento de protesta podía ser fácilmente aislado antes de que nadie más se enterara, asegurando que todos continuaran convencidos de que el régimen seguía contando con el apoyo mayoritario.
VOCES DESDE LAS PRIMERAS LÍNEAS
Carlos Manuel Álvarez es un joven escritor y periodista cubano, director del medio digital El Estornudo.
Las consignas que la gente enarbola en las calles piden todo y parecen no pedir nada. Básicamente es lo único que se puede decir cuando se sale a protestar por primera vez en 60 años. Dicen “libertad”, “abajo la dictadura”, sin mucha demanda concreta.
Pero me llama la atención el nivel de organización y el sentido profundo de que la gente sabe exactamente lo que quiere. Es gente que nunca había protestado. Independientemente de las cosas que pide, la gente está reconociendo que puede hacer algo que le habían dicho que no podía hacer, y que ellos mismos creían que nunca iban a hacer. Esto es completamente inédito. Estoy absolutamente seguro de que, además de la euforia de salir a protestar y de lo que significa coquetear con la libertad como lo han hecho – que es un sabor irreversible, que una vez que se conoce es muy difícil que vuelva atrás -, han comprobado que se reconocen en el otro y que pueden establecer un sentido de comunidad.
No habrá vuelta atrás en el grado de conciencia que fijó el 11 de julio para los cubanos, en lo que son capaces de hacer. Independientemente del contenido de las demandas, el gran punto de las protestas es que la gente se dio cuenta de que podía protestar.
Este es un extracto editado de la entrevista de Carlos Manuel Álvarez con Confidencial. Vea la entrevista completa aquí.
La represión como respuesta
El gobierno respondió inmediatamente con su propia movilización: el presidente Miguel Díaz-Canel convocó a los “revolucionarios” a inundar las calles en apoyo al gobierno, y las fuerzas de seguridad del Estado detuvieron a decenas de manifestantes, presentándolos como lacayos del gobierno estadounidense.
La violencia desencadenada por el gobierno incluyó el uso de gas pimienta contra manifestantes, y se complementó con redadas en residencias particulares para detener o secuestrar a quienes eran sospechados de liderar las protestas, vigilancia, ataques contra y detenciones de periodistas y cortes de internet. Aunque trató de impedir la circulación de toda información que no pudiera controlar, numerosos videos y testimonios de la represión dejaron en evidencia lo que el Estado se traía entre manos.
Aunque la mayoría de las protestas fueron pacíficas, se produjeron algunos incidentes en los cuales se tiraron piedras y saquearon tiendas de lujo donde solo es posible comprar con divisa extranjera, lo cual está fuera del alcance de la mayoría de los cubanos. Pero la magnitud de las detenciones, que se contaron por centenares, fue desproporcionada en relación con la relativamente escasa prevalencia de la violencia en las protestas.
La criminalización comenzó de inmediato: a tres días de iniciadas las protestas, representantes de la fiscalía general y del Ministerio del Interior salieron en la televisión estatal anunciando que estaban investigando a los responsables de la organización de las protestas, así como los supuestos delitos cometidos por manifestantes. Aunque negaron las denuncias de desapariciones, los funcionarios estatales continuaron estigmatizando a los manifestantes, refiriéndose a las protestas como “disturbios”.
VOCES DESDE LAS PRIMERAS LÍNEAS
Originario de Cuba, Armando Chaguaceda es profesor de El Colegio de Veracruz en México e investigador de la organización de la sociedad civil (OSC) mexicana Gobierno y Análisis Político.
Ha habido una activación de reclamos ciudadanos bajo tres formas. Primero, reclamos sectoriales: de trabajadores por cuenta propia, de madres de barrios empobrecidos, notablemente de sectores afro que ocupan edificios porque no tienen vivienda, demandas de medicamentos, etc. Es decir, reclamos sectoriales que no cuestionan al régimen político. Segundo, reclamos cívicos que sí ya constituyen un reclamo del derecho a tener derechos. Tercero, reclamos humanitarios, en plena pandemia, sobre como canalizar y distribuir la ayuda.
Todos estos reclamos confluyeron en la coyuntura del 11 de julio, donde se dio la novedad de protestas masivas – se habla de varias decenas de miles, y hasta de 180.000 personas -, distribuidas territorialmente, diversas en la identidad de los participantes, en buena parte cívicas – porque no solamente reclamaban bienes y servicios sino que también reivindicaban el derecho a tener derechos -, con un amplio repertorio de símbolos, y en general pacíficas, con la excepción de algunas instancias de violencia (básicamente saqueos de tiendas) que en buena medida ocurrieron después de que se produjera la represión gubernamental.
Al democratizarse la protesta – porque más grupos recurren a ella, y son muchas más las personas que participan – también se ha democratizado la represión. Antes reservada para los grupos disidentes, la represión se ha ampliado a una escala enorme: hay más de 1.000 personas presas o a espera de juicio (y estas son las registradas, puede haber más) y se han impuesto condenas altísimas, incluso a menores de edad. El Estado está reprimiendo a personas de sectores vulnerables que han salido a protestar pacíficamente: personas jóvenes, mujeres, negras, pobres.
Este es un extracto editado de la participación de Armando Chaguaceda en un seminario web organizado por el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Pittsburgh. Vea el evento completo aquí.
Ya el 13 de julio, la represión se cobró una víctima mortal: Diubis Laurencio Tejeda, un hombre de 36 años, murió durante un enfrentamiento con la policía en el municipio de Arroyo Naranjo, en las afueras de La Habana. El 15 de julio Amnistía Internacional informó que había hasta entonces al menos 136 personas detenidas o cuyo paradero se desconocía. Ese mismo día, el Comité contra las Desapariciones Forzadas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) instó al Estado cubano a buscar y localizar inmediatamente a 187 personas dadas por desaparecidas y a proteger su vida e integridad física. El 16 de julio, la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos reclamó la pronta liberación de todas las personas detenidas por ejercer sus libertades cívicas.
El 17 de julio, la organización de la sociedad civil Prisoners Defenders denunció violaciones sistemáticas de las garantías procesales en los juicios sumarios contra manifestantes detenidos. En uno de esos juicios, celebrado el 21 de julio, el fotógrafo Anyelo Troya fue declarado culpable del delito de “desorden público” y condenado a un año de prisión. Otros cargos utilizados con frecuencia para condenar a activistas y manifestantes fueron los de “propagación de epidemias” e “instigación a delinquir”. Luis Manuel Otero Alcántara, del MSI, fue detenido y acusado de “resistencia”, “atentado” y “desacato”.
El 19 de julio, la Sociedad Interamericana de Prensa pidió a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que otorgara medidas cautelares para proteger y salvaguardar a tres profesionales de los medios de comunicación que habían sido detenidos el 11 de julio; fueron puestos en libertad al cabo de diez días, tras un duro interrogatorio, pero continuaron bajo arresto domiciliario y enfrentaron acusaciones penales de “desorden público” por cubrir las protestas. El Comité para la Protección de los Periodistas condenó el acoso y la detención de varios periodistas, y declaró que a decenas de ellos se les había impedido salir de sus casas para informar sobre las protestas.
El 23 de julio, la CIDH expresó su preocupación por las graves violaciones de derechos humanos cometidas durante las protestas y subrayó el clima reinante de miedo y autocensura, en el cual había familiares de personas desaparecidas que no se atrevían denunciar la desaparición de sus seres queridos por temor a sufrir represalias.
El gobierno se movió para limitar el espacio online. En agosto aprobó un decreto que limitaba el uso de las redes sociales e internet. Tipificó como delito la incitación a actos de “alteración del orden público”, ordenó a los proveedores de internet que cortaran el acceso a los usuarios que “difundan noticias falsas o dañen la imagen del Estado”, e impuso fuertes multas a quienes prestaran servicios de telecomunicaciones sin autorización oficial. El gobierno claramente había comprendido la diferencia que hicieron las redes sociales.
A un mes de iniciadas las protestas, se habían reportado 837 detenciones, incluidas las de 33 menores, aproximadamente la mitad de las cuales se habían producido el primer y el segundo días. Al menos 44 detenidos habían sido puestos en libertad bajo arresto domiciliario a la espera de ulteriores investigaciones, pero varios destacados activistas habían vuelto a ser detenidos. Los familiares de prominentes activistas exiliados fueron acosados y se produjeron detenciones preventivas, por ejemplo antes del Día de la Independencia, en octubre.
Un informe publicado por Human Rights Watch ese mismo mes ofrecía más detalles sobre las detenciones arbitrarias y los abusos y malos tratos a manifestantes detenidos, violencia de género incluida, que afectaron a cientos de personas en múltiples lugares, lo cual sugirió que formaba parte de una política gubernamental coordinada y sistemática.
VOCES DESDE LAS PRIMERAS LÍNEAS
Cubana afincada en México, Johanna Cilano es profesora de la Universidad Iberoamericana León y codirectora de la OSC Gobierno y Análisis Político.
Después de lo que ha pasado en estos días, ya nada volverá a ser igual, aun cuando esta ola de protestas sea contenida y haya un reflujo – por la represión, por miedo, por los juicios ejemplarizantes que buscan castigar a las voces de mayor liderazgo en las protestas. Lo que ocurrió es un llamado a la creación de canales para la expresión del disenso. Requiere del reconocimiento de que hay un disenso interno, independientemente de toda influencia o condicionamiento externo, y que debe ser canalizado. No se puede seguir invisibilizándolo, porque va a seguir brotando recurrentemente. Nada volverá a ser igual ni siquiera en términos emocionales para los y las ciudadanas que vivieron ese momento de activación y acción colectiva.
Este es un extracto editado de la entrevista de Johanna Cilano con CNN Chile. Vea la entrevista completa aquí.
Qué nos depara el futuro
La indignación no ha desaparecido, ni tampoco la reacción estatal. En septiembre, el grupo de activistas Archipiélago anunció planes de celebrar una Marcha Cívica por el Cambio en La Habana el 20 de noviembre, y otros grupos anunciaron protestas en varios lugares ese mismo día; el gobierno respondió programando ejercicios militares en todo el país del 18 al 20 de noviembre, y luego intimidando, acosando y negando autorización a quienes solicitaban reprogramar sus protestas. Quienes declararon que marcharían de todos modos fueron citados para recibir advertencias y algunos fueron detenidos; también enfrentaron una persistente campaña de estigmatización en los medios de comunicación estatales.
Mediante sus acciones el gobierno dio a entender claramente que pretendía seguir tratando al disenso del mismo modo en que lo había hecho durante décadas, como si nada hubiera cambiado.
Pero puede que algo haya cambiado. Si realmente existe un segmento importante de la población cubana que se ha liberado del yugo del miedo, puede ser que las cosas ya no puedan volver a ser como antes. La pérdida del miedo podría convertirse en el motor de cambio, ya que el régimen ha cerrado completamente el espacio cívico mediante un sistema preventivo de represión selectiva basado en el control social masivo más que en la violencia directa. Se trata, en efecto, de un sistema sostenido en la vigilancia masiva, donde cada ciudadano es un potencial espía y delator de sus propios familiares y vecinos, es decir, un sistema centrado en el miedo y la desconfianza mutuas. ¿Puede sobrevivir un sistema semejante una vez que la gente ha dejado de tener miedo y ha empezado a confiar en otros, construyendo comunidad por fuera de los canales oficiales de socialización política?
Las demandas que motivaron las protestas siguen dolorosamente vivas, ya que el gobierno ha demostrado ser incapaz de satisfacerlas. La pregunta no es si las protestas resurgirán, sino cuándo; y no tampoco si el Estado logrará reprimirlas indefinidamente, sino en qué momento se reconocerá incapaz de seguir haciéndolo. La reciente ola de protestas bien podría ser un presagio del fin del régimen postotalitario de Cuba o, en otras palabras, la promesa de un nuevo comienzo.
NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN
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Las autoridades cubanas deben liberar a los activistas encarcelados, incluidos los artistas detenidos, y garantizar los derechos fundamentales a las libertades de asociación, expresión y reunión pacífica.
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La comunidad internacional debe exigir al gobierno cubano que rinda cuentas por la represión del disenso y el trato que dispensa a los detenidos.
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La sociedad civil progresista y defensora de los derechos humanos, en todo el mundo y particularmente en América Latina, debe despojarse de su doble moral en relación con la represión en Cuba y exhibir su solidaridad incondicional con sus pares cubanos asediados.
Foto de portada de Agencia EFEC