En la infartante segunda vuelta electoral de diciembre de 2021 Chile eligió al presidente más joven y menos convencional de su historia. En enero de 2022, al presentar públicamente su futuro gabinete, el presidente electo Gabriel Boric confirmó su fuerte conexión con las agendas de derechos de los movimientos sociales de los que proviene. Cuando Boric asuma su cargo en marzo, las esperanzas de cambio que encarna enfrentarán una serie de desafíos: poner en marcha una economía afectada por la pandemia, mitigar la desconfianza de los principales actores económicos, conseguir que sus proyectos de ley sean aprobados por un Congreso fragmentado. Pero el principal desafío para Boric será averiguar hasta qué punto Chile ha cambiado y estar a la altura de las expectativas que el país ha depositado en él.

Una década atrás era un líder estudiantil que reclamaba en las calles de Santiago ‘educación gratuita y de calidad para todos’, buscando cambiar el sistema desde la base. Hoy, a sus 35 años, ha sido elegido para ocupar la cúspide de la estructura institucional de ese sistema, con la esperanza de que pueda manejar los resortes del poder para hacer aquellas reformas que solía exigir desde las calles.

Tras una segunda vuelta presidencial a todo o nada, celebrada el 19 de diciembre de 2021, Gabriel Boric se convirtió en el presidente electo de Chile. Será el mandatario más joven de la historia de Chile, y posiblemente el más joven de la cohorte de políticos latinoamericanos millenials que recientemente han empezado a ascender en sus respectivos países. Su gabinete, recientemente anunciado, incluye a siete miembros menores de 40 años.

Cambio en curso

Pero no es solamente una cuestión de edad: Boric representa el cambio de múltiples maneras.

A diferencia de sus predecesores, creció en democracia. Estaba en jardín de infantes cuando el general Augusto Pinochet dejó el poder, por lo que tiene poca experiencia personal de la dictadura; no obstante, se ha autoimpuesto la misión de ayudar a Chile a dejar atrás el legado de Pinochet. Desempeñó un papel destacado en las negociaciones que condujeron al acuerdo para poner en marcha un nuevo proceso constituyente y, como presidente, acompañará las fases finales de la redacción de una nueva constitución que finalmente habrá de sustituir a la de la época de la dictadura.

Boric se diferencia de los políticos convencionales tanto en las formas como en el fondo. Se niega a llevar corbata, accesorio al que ha calificado como “el invento más inútil de la humanidad”. Habla abiertamente de su trastorno obsesivo-compulsivo y quiere fomentar la conversación pública en torno a temas de salud mental que continúan siendo tabú.

La política de izquierdas que ha contribuido a forjar carece de afecto nostálgico por los regímenes autoritarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela; en cambio, está fuertemente conectada con las luchas contemporáneas por los derechos, especialmente los derechos a la salud y la educación, los derechos de las mujeres y las personas LGBTQI+, los derechos de los pueblos indígenas y los derechos medioambientales.

Ello se refleja en el gabinete anunciado el 21 de enero: un grupo marcadamente joven y altamente cualificado compuesto en un 60% de mujeres. Entre las 14 mujeres que lo integran se cuenta Izkia Siches, una médica de 35 años que cobró protagonismo bajo la pandemia, y que será la primera mujer en liderar el Ministerio del Interior, y Antonia Urrejola, hasta hace poco presidenta de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, quien dirigirá el Ministerio de Relaciones Exteriores.

La diputada socialista Maya Fernández, rodeada de una poderosa aura simbólica en tanto que nieta de Salvador Allende, el presidente socialista depuesto por Pinochet en 1973, dirigirá nada menos que el Ministerio de Defensa. Entretanto, otra antigua líder de las protestas estudiantiles, Camila Vallejo, será la vocera presidencial.

Una y otra vez Boric expresó su deseo de barrer no solamente con las estructuras políticas legadas por la dictadura, sino también con su modelo económico. Cuando ganó las primarias afirmó: “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo en Latinoamérica, también será su tumba”.

Pero la muy reñida segunda vuelta electoral lo obligó a moverse hacia el centro y a ampliar sus alianzas. Esto también se reflejó en la composición de su gabinete, al que muchos consideran relativamente moderado. Incluye a varias personas independientes o vinculadas al Partido Socialista, que fuera la columna vertebral de los gobiernos de centroizquierda que siguieron al final de la dictadura. Uno de sus miembros más veteranos es el ministro de Economía, Mario Marcel, actual presidente del Banco Central y símbolo de estabilidad macroeconómica.

Como el propio Boric lo ha dicho a menudo, forma parte de una generación que entró en política a través no de los partidos sino de los movimientos sociales. Una generación que, a pesar de sentirse a gusto en las calles, pronto se dio cuenta de que la protesta por sí sola no alcanzaba: también debían conquistar espacios en los procesos institucionales de toma de decisiones. Este reconocimiento impulsó a Boric a desplazarse del liderazgo de una federación estudiantil a la búsqueda de un escaño en el Congreso.

Otros líderes de la protesta hicieron trayectorias similares. Lo que nadie esperaba eras que alguno de ellos llegara tan pronto a la cúspide. La pregunta ahora es, ¿cambiará Boric a Chile, o Boric fue elegido porque, de hecho, Chile ya ha cambiado?

Una primera vuelta con más preguntas que respuestas

En la primera vuelta, celebrada el 21 de noviembre, Boric quedó en segundo lugar, con el 25,8% de los votos, apenas dos puntos porcentuales por detrás del derechista de línea dura José Antonio Kast. Se trató de una diferencia mucho menor que la que arrojaban las encuestas.

Una competencia en segunda vuelta entre Boric y Kast era lo esperable; la mayor sorpresa la dio Franco Parisi, un líder empresarial afincado en los Estados Unidos que hizo campaña exclusivamente vía internet, sin nunca siquiera pisar Chile, y quedó en tercer lugar con el 12,8% de los votos.

A la par del ascenso de fuerzas nuevas y no convencionales, el panorama general fue de declive de las dos amplias coaliciones que solían concentrar las preferencias del electorado. En cuarto lugar quedó Sebastián Sichel, al frente de una coalición de derecha que incluyía al partido de origen del actual presidente, Rafael Piñera. A la centroizquierda no le fue mejor: la actual presidenta del Senado, Yasna Provoste, salió quinta. En conjunto, las dos coaliciones que gobernaron Chile durante las tres décadas transcurridas desde el fin de la dictadura no lograron reunir ni siquiera un cuarto de los votos.

La ciudadanía comunicó una demanda de cambio, pero también expresó su descontento. En estas elecciones en las que había tanto en juego, votó menos de la mitad del padrón habilitado.

VOCES DESDE LAS PRIMERAS LÍNEAS

Alberto Precht es director ejecutivo de Chile Transparente, una organización de la sociedad civil que promueve la transparencia en las instituciones públicas y privadas y la lucha contra la corrupción. En el período previo a la segunda vuelta, reflexionó acerca de los altos índices de abstención.

 

Lo que llama más la atención es que entre el 50% y el 60% de los chilenos no va a votar. Esto vuelve los resultados de las elecciones muy inciertos.

Es paradojal, porque en el contexto actual uno hubiese esperado una mayor participación. La elección más importante desde 1988 fue la de convencionales constituyentes de 2021, y la participación no alcanzó el 50%. La única votación que superó ese umbral fue el plebiscito de 2020, con 51%, pero era diferente porque se trataba de un voto por sí o por no. Este bajo presentismo llamó la atención, porque si bien nadie esperaba que concurriera un 80 o 90%, como ocurrió en el plebiscito histórico de 1988 que le dijo “no” a la dictadura de Pinochet, sí se esperaba que la participación estuviera más cerca del 60%.

En Chile hay un problema estructural de baja participación. En parte, eso tiene que ver con que el voto es voluntario, pero también tiene que ver con el escaso atractivo de la oferta política. A pesar de que la oferta ha cambiado mucho y la última reforma en el sistema de elección de parlamentarios ha permitido un mayor pluralismo, esto no ha sido suficiente para motivar a las personas a votar. Las últimas elecciones han sido una montaña rusa muy difícil de analizar; lo único cierto es que hay por lo menos un 50% de la ciudadanía que no se siente representado en el sistema electoral.

Ya se están haciendo algunas reformas normativas en ese sentido. El plebiscito nacional de 2022, donde la ciudadanía manifestará si está de acuerdo con la nueva constitución, va a ser con voto obligatorio. Asimismo, la votación se va a organizar en forma georreferenciada, para que la gente tenga su local de votación a una distancia caminable.

Esto no es un detalle menor: en Chile, los lugares de votación no se asignan en función del lugar de residencia, por lo que la gente, sobre todo la de bajos recursos, tiene que tomar mucho transporte colectivo para llegar a votar. A pesar de que no le cuesta dinero, porque es gratuito, tiene que dedicar el día a ir a votar, cosa que muchos no pueden hacer. Estos cambios tendrán el efecto de aumentar los porcentajes de participación, pero va a ser muy difícil que Chile llegue en el corto plazo a una participación del 80%.

El gran interrogante que nadie ha podido responder es quién es y qué piensa el que no vota. Entre la elección de convencionales constituyentes y la elección presidencial parece haber habido un recambio de votantes. El votante más joven fue a votar en las elecciones para constituyentes, mientras que en las presidenciales tendió a participar el votante más adulto.

 

Este es un extracto editado de nuestra entrevista con Alberto Precht. Lea la entrevista completa aquí.

Además de muy elevados índices de abstención, la primera vuelta exhibió una importante fragmentación de las preferencias del electorado. Esto se observó no solamente en la contienda presidencial, sino también -y con consecuencias institucionales duraderas- en las elecciones legislativas celebradas concurrentemente con aquella.

Como resultado de esta votación, el presidente Boric no contará con nada remotamente parecido a una mayoría operativa en la legislatura 2022-2026. Su coalición, Apruebo Dignidad, se adjudicó 37 de los 155 diputados y 4 de los 55 senadores, una cantidad muy inferior a los 53 diputados y 12 senadores de la coalición de derecha Chile Podemos Más. El nuevo Congreso va a ser un terreno difícil de maniobrar para el nuevo presidente.

En la disyuntiva

En la segunda vuelta, Boric obtuvo el mayor número de votos jamás recogido por un candidato presidencial en Chile. La importancia de lo que estaba en juego también se reflejó en una mayor participación: la más alta en una elección de este tipo desde la restauración de la democracia.

Hasta el final, las encuestas habían predicho un final extremadamente ajustado. Aunque los tres principales sondeos de opinión seguían dando a Boric como el favorito, las predicciones se complicaban por el hecho de que un gran número de votantes seguía declarándose indeciso, así como por las dificultades para estimar cuál sería la participación.

Para la campaña de Boric el trabajo para aumentar la participación electoral fue clave. Se puso mucho empeño en atraer a las urnas a gente desencantada con la política que hasta entonces no había creído que el esfuerzo valiera la pena, así como en asegurar que quienes estaban contentos con los procesos que se reflejaban en el proceso constituyente no se quedaran fuera pensando que la victoria estaba asegurada.

La nueva cohorte de políticos progresistas surgidos de los movimientos sociales no se ilusionaba con la idea de que la movilización social se traduciría automáticamente en apoyo electoral. Como lo indicó Giorgio Jackson, uno de los principales asesores políticos de Boric, el exceso de optimismo era peligroso. En Brasil y Estados Unidos había parecido imposible que individuos como Jair Bolsonaro y Donald Trump pudieran ganar, y no se hizo lo suficiente para evitar su ascenso. En Chile no se iba a cometer el mismo error.

En el período democrático, partidos y candidatos de derecha habían logrado ganar las elecciones distanciándose del legado de Pinochet. Pero Kast rompió con esa costumbre, y en cambio reivindicó abiertamente la dictadura en su campaña. Defendió la Constitución de 1980 y se negó sistemáticamente a respaldar el proceso de redacción de una nueva Constitución.

Kast sabía que para la segunda vuelta debía aparecer como más moderado, e hizo un intento poco entusiasta de posicionarse como el “candidato de sentido común”, pero no había demasiado que pudiera hacer en relación con su historia: seguía siendo el hermano de un antiguo asesor de Pinochet e hijo de un inmigrante alemán que había revistado en el ejército nazi.

Veinte años mayor que Boric, católico conservador y padre de nueve hijos, Kast se oponía activamente a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y a los avances en materia de derechos LGBTQI+. Fue el único candidato entre los muchos que compitieron en noviembre que prometió mantener el sistema privado de pensiones de la época de la dictadura, desafiando las demandas de reforma de las sucesivas oleadas de protesta. Prometió reducir el gasto público y bajar los impuestos, eliminar varios ministerios e instituciones públicas, como el Ministerio de la Mujer y el Instituto Nacional de Derechos Humanos, y eliminar las indemnizaciones concedidas a las víctimas de violaciones de los derechos humanos durante la dictadura. Propuso desplegar a las fuerzas armadas para hacer frente al conflicto indígena en la sureña región de La Araucanía, aumentar las penas de prisión para los delitos comunes y cavar una zanja a lo largo de las fronteras para impedir la entrada ilegal de inmigrantes.

Es difícil imaginar la indecisión ante dos agendas tan opuestas como las de Boric y Kast: una fundada en valores igualitarios, feministas y ambientalistas y la otra centrada en valores sociales conservadores, de orden y seguridad.

La cobertura mediática no ayudó. La mayoría de los grandes medios de comunicación se hizo eco de una narrativa engañosa centrada en la polarización, presentando a la elección como consistente en una suerte de “disyuntiva imposible” entre dos “extremos igualmente malos”: la llamada “venezuelización” frente al fascismo. Semejante narrativa no ayudaba en lo más mínimo a los votantes indecisos a entender el fondo de lo que ofrecían los candidatos.

Lo cierto es que, con una trayectoria de décadas en la política institucional, Kast era menos antisistema de lo que quería aparentar. Pero se había dado a sí mismo poco margen de maniobra, ya que su estridente campaña para la primera vuelta había despertado un fuerte rechazo en muchos votantes moderados.

Los resultados confirmaron que Boric hizo un mucho mejor trabajo a la hora de apelar al voto moderado, no solamente porque suavizó las aristas de su programa, sino también porque, de hecho, nunca había tenido posiciones extremas. Una semana antes de las elecciones de noviembre, cuando el Partido Comunista chileno -miembro de la coalición que apoyaba a Boric- felicitó al presidente devenido dictador de Nicaragua, Daniel Ortega, por su fraudulenta reelección, Boric dejó claro que su compromiso con la democracia era genuino y que no tenía nada en común con regímenes represivos como los de Nicaragua y Venezuela. Insistió una y otra vez sobre este punto, y daría la impresión de que la mayoría le creyó.

Desafíos a futuro

La agenda de Boric es ambiciosa, pues pretende responder a un cúmulo de expectativas insatisfechas y cambiar un sistema que hizo crecer la economía durante décadas pero privatizó bienes públicos, aumentó la desigualdad y negó oportunidades a la mayoría. Su programa incluye un impuesto sobre el patrimonio, un sistema público de pensiones en sustitución del actual sistema privado, la condonación de deudas de estudiantes, una mayor inversión en educación y salud públicas, la ampliación del derecho al aborto, la creación de un sistema público de guarderías y un sistema de atención a las personas mayores y enfermas, y el reconocimiento de las reivindicaciones territoriales de las comunidades indígenas.

Luego del 11 de marzo, cuando tome posesión de su cargo, el presidente Boric enfrentará varios grandes desafíos. Tendrá que lidiar con una economía en crisis y mitigar la desconfianza expresada por los principales actores económicos. Para conseguir que el fragmentado Congreso apruebe sus proyectos de ley, tendrá que cruzar la línea divisoria ideológica y tender más puentes con varios partidos que lo apoyaron en la segunda vuelta.

Pero su principal reto será estar a la altura de las expectativas que ha creado, lo que requerirá ante todo de una mejor comprensión de cuáles son exactamente esas expectativas entre quienes siempre lo apoyaron, entre quienes se acercaron a sus propuestas en la segunda vuelta, y entre quienes todavía tienen sus dudas. Habrá cambios, pero es demasiado pronto para saber cuán profundos serán.

NUESTROS LLAMADOS A LA ACCIÓN

  • El nuevo gobierno debe seguir conectado con los movimientos que reivindican derechos y buscan la justicia social, inspirándose en ellos y dándoles su apoyo.
  • El nuevo gobierno debe derogar y sustituir cuanto antes las leyes vigentes que restringen las libertades cívicas, y en particular las que criminalizan la protesta y habilitan la brutalidad policial.
  • La derecha política y los principales agentes económicos deberían comprometerse a trabajar de forma constructiva con el presidente Boric en vez de intentar bloquear toda reforma.

Foto de portada de Marcelo Hernández/Getty Images